La pérdida de la autoridad es un hecho, su reconstrucción es el problema.

El pasado 8 de enero de 2023 el semanario Proceso publicó el reportaje titulado “Informe de la CEM al Vaticano: En los mexicanos prevalecen el miedo, la angustia, la desesperación…”. Se trata de un informe elaborado por la Secretaría General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), a cargo de monseñor Ramón Castro para el Vaticano en el marco del actual Sínodo Mundial de Obispos, al que convocó el papa Francisco y dar a conocer la situación de la Iglesia mexicana. Hasta ahora lo publicado no ha sido desmentido en parte alguna.

En el reportaje es frecuente la confusión al identificar a los obispos con la iglesia. Se afirma que el informe es resultado de una consulta a la feligresía en 75 de las 79 diócesis.

De los problemas mencionados en el reportaje vamos a destacar cinco: la escasa promoción de la doctrina social de la Iglesia, el fuerte clericalismo imperante, la falta de colaboración entre las parroquias, el “éxodo silencioso” de los laicos de la Iglesia, y la corrupción.

Un cuerpo si cabeza
La escasa promoción de la doctrina social de la Iglesia es el problema más grave. Manifiesta dos cosas: falta de reconocimiento de la autoridad de la doctrina y, en consecuencia, de quien tiene la obligación de promoverla, el clero, comenzando con el papa. Consecuencia de la polarización entre el clero se manifestó con el retiro de Benedicto XVI y la llegada del papa Francisco. Con ello la Iglesia católica perdió buena parte de su liderazgo mundial y regional.

El anterior problema está íntimamente vinculado con el clericalismo dominante. En el informe se afirma que algunas comunidades identificaron que los obispos y sacerdotes no caminan ‘codo a codo’, armonizando sus pasos con el resto del pueblo (iglesia), con la sociedad en su conjunto, que más bien parece haber dos historias que por momentos no se tocan: la eclesial y la civil. “Se percibe que algunos obispos estamos lejos de la feligresía, que los sacerdotes encuentran dificultades para confiar en sus laicos, los rumores se hacen presentes y minan la fraternidad en la comunidad”.

Los intereses del clero por encima del pueblo (iglesia) queda evidenciado al señalarse que “en un país con más de 7 millones de indígenas, nosotros, como pastores (clero) de la Iglesia, tenemos todavía algunas dificultades para escuchar su voz, para comprender de verdad su propia religiosidad hecha vida, sin atropellar su sensibilidad y sus ricas manifestaciones culturales.”

El divorcio entre clero y sociedad queda también de manifiesto cuando se señala que “Ante la escasa participación en la consulta de científicos, artistas e intelectuales de México, incluso la ausencia de aquellos que se manifiestan abiertamente como católicos, nos hemos percatado que existe una distancia entre la vida pastoral (obispos) con quienes generan opinión y cultura” y abunda señalando que “algunos bautizados no frecuentan ya la parroquia. Se percibe que la participación de fieles ha disminuido, que de su parte sólo existe interés para hacer súplicas a Dios ante las emergencias y las necesidades” (…) “Hemos escuchado poco o nada a los alejados, a niños, adolescentes, jóvenes, a personas en condición de calle, a homosexuales, mujeres violentadas, empresarios y políticos, comunicadores y profesionistas en general. Poco a poco, en un éxodo silencioso, éstos se alejan de la práctica sacramental, aunque se sigan autodesignando católicos en los censos poblacionales”.

Ni siquiera existe “solidaridad y colaboración entre parroquias vecinas territorialmente hablando, de tal forma que consoliden los esfuerzos evangelizadores y multipliquen los frutos”. Además, existe un “activismo que no da frutos”, el cual ha provocado un “extravío pastoral que nos impide ver, con claridad, hacia dónde vamos, y en muchos sacerdotes queda la sensación de que se hacen muchas cosas que no llevan a ninguna parte”.

Frente a esta situación destaca la autoevaluación de los obispos: “Desde hace tiempo, vemos con mucha claridad la exigencia de superar la ‘pastoral de conservación’. Los obispos reconocen mantener una actitud conservadora.

Clericalismo versus democracia, la pérdida de autoridad.
El informe señala que en México al persistir el acentuado “clericalismo” de parte de la jerarquía católica, dificulta el “sano ejercicio de la autoridad” dentro de la Iglesia, “pues se confunde ‘autoridad’ con ‘poder’, ‘invitación’ con ‘imposición’, ‘servir’ con ‘servirse’”. “En varias diócesis se percibe un sentimiento de frustración, sobre todo por parte de sacerdotes y también de los laicos, por la forma como se ejerce la autoridad; parece que sólo queda obedecer y callar, cosa que mata el espíritu, el entusiasmo y la creatividad”. Después de un “ejercicio de discernimiento” se llega el momento de “tomar decisiones”, pero éstas generalmente quedan “en las solas manos de la jerarquía”, por lo que “se hacen a un lado a sacerdotes, religiosas y laicos. Por eso no debe causar sorpresa que todos ellos no se sientan tomados en cuenta”.

Diagnóstico y cura
Los obispos mexicanos reconocen “que nos ha faltado apertura, humildad, confianza, cercanía, atención, calidez y, en una palabra, ‘espiritualidad para el diálogo’, pues no se trata sólo de una técnica o procedimiento, sino de una forma de ser y actuar.”

Para enmendar todos estos “errores”, los obispos se proponen generar un “acercamiento” con jóvenes, ancianos, enfermos, migrantes, personas en situación de calle, ateos, políticos, empresarios “y hasta con delincuentes y miembros de organizaciones criminales, donde hay oscuridad y no se valora la vida”. Junto a lo anterior, intentarán tener “vinculación con asociaciones e instituciones del ámbito social y cultural, de modo que la acción de la Iglesia no aparezca como una ‘realidad alterna’ al todo social”.

Los obispos consideran que para revitalizar las celebraciones litúrgicas, “tendremos que revisar aspectos como los gestos, el lenguaje y los símbolos propios, la música y el canto litúrgico, es decir, los medios para que la grandeza del misterio que ahí se verifica sea percibido y valorado por la feligresía, sobre todo al momento de dirigirnos a las nuevas generaciones”. De importancia capital es la afirmación de los obispos que ni siquiera la tan arraigada devoción a la Virgen de Guadalupe –“el acontecimiento más importante que nos da identidad como nación”– ha sabido ser aprovechada por la Iglesia “como espacio de evangelización”, lo mismo otras manifestaciones de “piedad popular”. 

Corrupción
En relación a la corrupción el informe señala que “todavía no hay plena conciencia de las bondades de la transparencia y la rendición de cuentas, como elementos que ayudan a corregir las malas prácticas. Culturalmente no ha entrado esa exigencia a nivel social y menos a nivel eclesial. Por ello, hoy todavía no se percibe la necesidad y la utilidad del accoutability (rendición de cuentas amplio y sustentado) en la Iglesia. En este punto las resistencias y justificaciones son muchas”.

Conclusión.
Los obispos se proponen intentar tener “vinculación con asociaciones e instituciones del ámbito social y cultural, de modo que la acción de la Iglesia no aparezca como una ‘realidad alterna’ al todo social”. Así formulada la tarea para la reconstrucción de la cabeza perdida (autoridad) en la iglesia católica mexicana pasa por reconocer la Soberanía del Pueblo, la promoción de la democracia y la lucha contra la corrupción, tareas -estas últimas- a las que se ha comprometido la 4T. La conciencia de la nueva realidad mexicana y la autoconciencia del actuar del clero, abre la puerta al diálogo entre la autoridad política de los Estados Unidos Mexicanos y los representantes de la iglesia católica.

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