23 de abril Día Internacional del Libro

¿Qué hace del lector un detective, un cazador al acecho de los indicios que le permitirán dar sentido a un texto? ¿Cómo lograr que se optimicen los procesos cognitivos? ¿Cómo mejorar la calidad de los aprendizajes de los niños y adultos? Estas son las interrogantes que se plantean quienes trabajan en educación. ¿Puede la lectura aspirar a conformar un paradigma epistemológico que reúna las condiciones de rigor y precisión? ¿Puede la lectura aspirar a convertirse en un arte?

 

El lector como cazador

El signo de reconocimiento en la lectura remite al mismo modo de conocimiento que la huella, el indicio, la impronta, la firma y todos esos otros signos que permiten identificar a un individuo o reconstruir un evento. El modelo de ese tipo de conocimiento abductivo es el arte del cazador que descifra el relato del paso de un animal por las huellas que ha dejado. Este reconocimiento secuencial conduce a una identificación fundada sobre indicios tenues y marginales.

Al lado de la caza, el reconocimiento tiene también un modelo cuasi-sagrado, el de la adivinación, como construcción del futuro y no ya como reconstrucción del pasado. El cazador y el adivino, se distinguen por sus procedimientos del lógico y del matemático, y su inteligencia práctica de las cosas se aproxima a la mètis griega, encarnada en Ulises, como inducción fundamentada en detalles significantes recogidos en las márgenes de la percepción: el arte del detective, del conocedor (el crítico de atribución en historia del arte) y del psicoanalista depende del paradigma cinegético.

Quizás la idea misma de narración nació por primera vez, en una sociedad de cazadores, de la experiencia del desciframiento de indicios mínimos. El cazador habría sido el primero en ‘relatar una historia’ porque era el único capaz de leer, en las huellas mudas (signos imperceptibles) dejadas por su presa, una serie coherente de eventos.

Las preguntas formuladas arriba adquieren una importancia fundamental, por cuanto la actividad lectora es desarrollada por un lector que es un elemento particular, único, irrepetible. Para un texto existen “n” lectores y, por lo tanto, se exige una justificación que haga viable el objetivo de que la lectura pueda realizarse siguiendo ciertas regularidades de manera que permitan formular recomendaciones de validez universal.

¿Existe una forma para alcanzar mejores resultados en la práctica de la lectura? Lo que sigue es una propuesta que consiste en instancias en las cuales los lectores, a partir de un texto leído y analizado cuidadosamente, establecen una conversación profunda generándose una comunidad de aprendices en un ambiente de respeto mutuo y alto nivel intelectual. Junto a lo anterior intentaremos aplicar dichas regularidades y aproximar el gusto por la lectura a los niños y adultos, para hacer de ellos lectores “detectives”, lectores “cazadores” al acecho de los indicios que le permitan dar sentido a los textos y a su vida. Lo haremos apoyándonos en algo parecido al método crítico de Giovanni Morelli, al método criminológico de Sherlock Holmes, o al método clínico de Sigmund Freud que a su vez se ajustan al milenario paradigma indiciario del cazador. Se trata del atávico “paradigma de los indicios” o “paradigma indiciario”, al que los cazadores y rastreadores primitivos han recurrido desde la noche de los tiempos.

El método está asociado al razonamiento de la abducción: se trata de observar los menores indicios, aquellos que permanecen invisibles para la mayoría de las miradas inexpertas y, a partir de ellos, reconstruir una realidad a la que el lector tendrá acceso sólo si hace un esfuerzo inteligente. Por ejemplo, el lector deberá descubrir usando una cronología el asunto en cuestión (tema o problema), su autor (biografía) y su móvil (objetivo, propósitos). Al igual que los cazadores, los lectores no tienen contacto con su objeto de estudio. El observador debe utilizar los menores indicios dejados por la presa durante su huida -una rama rota, una huella en el lodo, la corteza de un árbol desgarrada- para reconstruir una realidad de la que no fue testigo. Los resultados concretos suelen ser sorprendentes: los más hábiles cazadores son capaces de rastrear el paso de su víctima aún en ámbitos en los cuales, la mayoría de los mortales, serían incapaces de percibir algo fuera de lo común. De la manera en que lo hace el rastreador, el lector deberá encontrarse con el profundo significado de un texto siguiendo las huellas del autor, de un concepto, de una proposición o de una argumentación (teorías), por distintos lugares (mapas) y tiempos (historia).

Morelli, Doyle, Freud, el rastreador primitivo y los lectores, tienen en común un mismo paradigma: la postulación de un método interpretativo basado en lo secundario, en los datos marginales considerados reveladores, que permiten reconstruir con un elevado grado de plausibilidad una realidad sobre la que el lector no tiene acceso directo: el desesperado escape de una presa, el atelier de un falsificador, la ejecución de un crimen, lo profundo del inconsciente humano, el significado de un texto. Con sus limitaciones y posibles fracasos, estas actividades logran resultados de innegable valor: muchos rastreadores logran dar alcance a sus perseguidos, muchos cuadros falsos son detectados, muchos criminales son descubiertos, muchos secretos inconscientes salen a la luz definitivamente, muchos textos revelan sus secretos. En ninguno de estos casos se ha recurrido al paradigma científico-matemático de las ciencias duras. En ninguno de estos casos se trata de predecir con eficacia absoluta, de formular leyes, de detectar generalidades y repeticiones, de medir con precisión. El paradigma indiciario no es un paradigma de lo universal sino un paradigma de lo particular.

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