La ambigüedad del movimiento iniciado en Dolores ha permitido la existencia de muchos Hidalgos, que han respondido a las distintas visiones de republicanos y conservadores, federalistas y centralistas, defensores de la Iglesia y reformistas. Hoy día Hidalgo es una figura asociada a los liberales, sin embargo, los conservadores han intentado varias veces unirlo a su causa.

Enrique Plascencia de la Parra en su libro Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867), publicado en 1991 señala que durante los primeros 46 años de historia del grito hubo distintas formas de conmemorar el evento encabezado por Miguel Hidalgo en 1810. La historia de la ceremonia del grito da cuenta de los cambios con respecto a seis aspectos: 1) la forma de elegir al orador, 2) nombre de los discursos, 3) sentido de la celebración, 4) ejemplo de los héroes, 5) descripción de la fiesta, 6) visiones del proceso emancipador, 7) leyenda negra, y 8) visiones de Hidalgo.

Patrick Johansson, doctor en letras por la Universidad de París –nahuatlato discípulo de Miguel León-Portilla– rastrea las huellas de la liberación mexica, y establece un paralelismo histórico con los insurgentes. Sometidos a los tepanecas de Azcapotzalco durante más de 100 años, los mexicas, bajo el mando de Itzcóatl, consiguieron su “independencia” en 1428.

(“El primerísimo “grito” de independencia”, Proceso, 15 septiembre, 2020). El 16 de septiembre de 2020 -dice Johansson-coincidió con el 500 aniversario de la entronización de Cuitláhuac, señor de Iztapalapa como tlatoani de México, el de 1520, y de su muerte trágica, causada por una epidemia de viruela el 3 de diciembre del mismo año.

La victoria aplastante de Cuitláhuac sobre el ejército español y sus aliados nativos en la famosa “noche triste” del 30 de junio iba a ser el comienzo en el vasto proyecto que él tenía de federar las naciones indígenas, amigas y enemigas en torno a los mexicas, para poder derrotar a un poderoso adversario, peligroso en términos bélicos, pero también y sobre todo –como lo había intuido el ilustre iztapalapense– del fin de una manera de ser y de pensar que la victoria del invasor, fatalmente, conllevaría.”

El “grito” del 15 de septiembre de 1810

 

El “grito” del 15 de septiembre de 1810, marcó el comienzo del fin de tres siglos de opresión por parte de los españoles peninsulares, según lo expresó Miguel Hidalgo, y que se conmemora puntualmente cada año. Además del sonoro y sedicioso grito de libertad proferido por Hidalgo, la insurgencia iba a anclar visualmente los anhelos políticos de su mexicanidad en un emblema “pre-hispánico”.

Una vez consumada la Independencia, el afán de desmarcarse radicalmente de los españoles, y de limpiar la joven nación de escorias ideológicas coloniales que podrían adherir todavía al espíritu de su edificación, hizo que se escogiera como blasón alegórico del México independiente el águila azteca posada sobre un nopal, a su vez imagen del portento fundacional de México-Tenochtitlán.

Plascencia distingue tres periodos de los discursos del 16 de septiembre: 1) 1825-1836: coincide casi totalmente con la existencia de la primera República federal. En este período se tuvo una sola fiesta para conmemorar oficialmente la independencia, 2) 1837-1854: Se inauguran de las fiestas del 27 de septiembre, que conmemora la entrada del ejército Trigarante a la ciudad de México.

Abarca la República centralista, su caída y los intentos por definir el rumbo del país hasta que llega la última dictadura de Santa Anna. En este periodo surge la visión integral del movimiento de independencia, que concibe los movimientos de Hidalgo e Iturbide como parte de un mismo proceso de búsqueda de la independencia nacional. En los discursos de este periodo son frecuentes las palabras de orden, armonía, unión, y otras similares para calificar el movimiento iturbidista”, 3) 1855-1867: marca el final de esta visión integral de la independencia y el predominio que finalmente adquiere la fiesta dedicada a Hidalgo cuando resultan triunfantes los liberales.

Descripción de la fiesta de la independencia

“El 15 de septiembre comenzaba los festejos, generalmente con una función especial en un teatro, al que asistía el presidente y en la que se decían discursos y se declamaba poesías alusivas; se intercalaban las lecturas del Acta de Independencia decretada por el Congreso de Chilpancingo (firmada el 6 de noviembre de 1813), o bien la de 1821, firmada el 28 de septiembre de ese año, además del decreto de Hidalgo que daba la libertad a los esclavos. A las 11 de la noche el presidente vitoreaba la independencia y a sus héroes, al tiempo que se escuchaban afuera repiques de campanas y salvas de artillería.

La fiesta en que auténticamente participaba el pueblo ocurría al día siguiente. Comenzaba con la asistencia de las autoridades civiles y militares a un solemne Tedeum en la catedral; seguían un desfile, llamado “paseo cívico”, ya que participaban empleados de gobierno, representantes del poder legislativo, jueces y ministros de la Suprema Corte, alumnos de diversas escuelas y miembros de la jerarquía eclesiástica, entre otros, y aunque también participaban miembros del ejército, no era un desfile militar. En la Alameda o en la Plaza de Armas (hoy Zócalo), se pronunciaba el discurso oficial en presencia de diversas autoridades; poco después comenzaba la verbena popular, que se alargaba hasta la noche, allí quemaban fuegos artificiales. Las crónicas refieren que en ocasiones se regalaban boletos para funciones teatrales de manera que el pueblo pudiera asistir.

Visiones del proceso emancipador

 

“La agitada vida política del país desde sus Independencia había dificultado una visión clara del proceso (o devenir) histórico. Otero nos lo presentaba como una línea recta y ascendente en su discurso de Guadalajara (16.09.41). La historia del México independiente parecía más un eterno avanzar, frenar y retroceder.

Los triunfos de la Reforma, y sobre todo el de la República sobre el Imperio, hicieron posible consolidar una interpretación del desarrollo como un proceso de progreso. De esta manera surge el rescate idílico de la etapa prehispánica como una civilización majestuosa destruida por un grupo de asesinos que sólo buscaban las riquezas tan extraordinarias del país.

De acuerdo con esta interpretación, la colonia solamente fue la sistematización del robo y del despojo, y el movimiento popular de Hidalgo marcó el inicio de México, como nación. La consumación de la Independencia fue una emancipación a medias, porque dejaba intactas las estructuras coloniales que habían impedido la igualdad, el desarrollo y la democracia.

La lucha siguió durante la guerra de los tres años y el imperio. Desde esta perspectiva los héroes de la insurgencia se enlazan con las acciones de los de la Reforma, y de los que pelearon en defensa de la República. La guerra contra del imperio se convierte así en la conclusión de la lucha iniciada por el cura de Dolores el 16 de septiembre de 1810.

Leyenda negra

 

Juárez en su discurso de 1840 al referirse a la colonia; condena la preponderancia del fanatismo, y en cambio promovía una “obediencia ciega al imperio de las ciencias y de la ilustración”. En el mismo sentido, reprobaba la cerrazón al comercio y a la inmigración extranjera y por este mismo hermetismo, se daban inevitables odios entre las clases.

Un año después Mariano Otero en su discurso del 16 de septiembre de 1841repite el mismo planteamiento. Philip Powell hace un estudio sobre la leyenda negra y dice que ésta surgió en el siglo XVI a causa de rivalidades, odios y temores que el poderío de España provocaba en países como Inglaterra, Italia, Holanda, Francia y Portugal. La Ilustración trajo una versión más intelectualizada de esta leyenda, identificando los prejuicios de intolerancia y de tradicionalismo que se imputaban al carácter español como actitudes opuestas a las nuevas ideas que entonces estaban surgiendo.

Contrario a las ideas ilustradas estaba la defensa española del catolicismo, así como la unión Estado-Iglesia. Powell asegura que la leyenda negra llegó a América con las luchas de Independencia (1810-1825) y se expresó claramente en la pugna entre peninsulares-criollos.

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