Para todos los amantes del mundo.

“Desocupado lector sin juramento podrás creer que quisiera que este libro como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse”. Palabras iniciales del prólogo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Como el mismo Cervantes confiesa, le costó mucho trabajo componer El Quijote, pero allí donde halló más dificultad fue en la redacción del prólogo. De aquí derivamos que la importancia y la precisión de un prólogo requiera un extremo cuidado.

Cervantes nos deja en las líneas de su prólogo una serie de indicios y símbolos que sirven para interpretar el conjunto de la obra. Se citarán solo algunos con el deseo de provocar la curiosidad suficiente que lleve a formular preguntas qué haga pensar y que cada lector sea quien se forme una idea de su importancia en el imaginario colectivo que hizo, por ejemplo, a Bernal Díaz del Castillo escribir su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España 27 años después de publicada la primera parte del Quijote.

Cuando Cervantes escribe: “sin juramento me podrás creer”, alude a la costumbre hebrea: jurar cumpliendo el mandamiento bíblico de no jurar en vano (Deuteronomio V, 11). Este detalle, unido a otros, parece indicarnos que, así como Díaz del Castillo lo leyó, debemos leer El Quijote con ojos hebreos, o sea con los ojos de la cábala. Para ésta, las raíces de las palabras tienen una gran importancia; por esta razón intentemos penetrar en el sentido etimológico de la palabra “prólogo”.

Cualquier persona aficionada a la lectura y escritura sabe que un proemio, un prefacio o un prólogo es un conjunto de palabras que preceden al texto de un libro, presentando generalmente al autor y a la obra; sin embargo, esto no ocurre con El Quijote, lo cual nos delata que su prólogo no es ordinario.

La palabra prólogo procede del griego, y podemos descomponerla en dos términos: pro, adverbio que significa ‘adelante’, ‘antes’, pero que también podría ser una preposición de genitivo cuyo significado es ‘en defensa de’ y logos, ‘palabra’, ‘verbo’. El prólogo es lo que “antecede a la palabra” y, en este caso, a la palabra simbolizada por todo el texto conocido como El Quijote. Se trata de algo que está “en defensa de la palabra”. Simbólicamente, la función del prólogo es servir de “puerta”, de entrada, al texto que seguirá. A través de él, o sea a través de la comprensión del prólogo, penetramos al interior del libro. Así pues, el estudio atento y pormenorizado (observando, no solo viendo o mirando) de un prólogo nos abre la puerta de la comprensión de una obra.

En hebreo, idioma que Cervantes conocía y utilizaba, puerta se nombra deleth, palabra que se escribe con daleth, la cuarta letra del alfabeto, que corresponde a nuestra D, y al número cuatro, y como sabemos, cuatro son los elementos de una verdadera triada. De aquí que comprender una triada es abrir la puerta a otra dimensión.

La primera parte de El Quijote (1605) se editó como si fuera todo el libro, pero su éxito obligó a Cervantes a escribir y a publicar años más tarde una segunda parte (1632). Es curioso observar que la edición de 1605 tenía cuatro partes (Primera parte, cap. De I al VIII; Segunda parte, cap. De IX al XIV; Tercera parte, cap. De I al XLIX; Cuarta parte, cap. De L al LII), y que la primera letra del prólogo era una D mayúscula: “Desocupado lector sin juramento podrás creer que quisiera que este libro como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse”. Cervantes se dirige al lector “desocupado”. ¿Quién es un lector desocupado? La respuesta nos la da Perogrullo: aquel que no está ocupado. En su sencillez casi chusca, este término es muy significativo. No es el «lector ocupado por las vanidades del mundo” (Eclesiastés I, 3 y sig.) ni “aquél que es soñador de una vida irreal” (Ibid. V, 2). No se trata del lector corriente que, sumido en su sueño, es incapaz de considerar el sentido profundo -simbólico– de las palabras.

El verbo ‘ocupar’ se dice en hebreo tapas, y de él procede el término tepes, ‘traba’, ‘impedimento’. ¿Cuál es este impedimento, esta traba de los que ha de carecer el lector de El Quijote? Según la cábala sería un obstáculo que niega el logos al hombre. Visto desde otro punto de vista, sería aquello que imposibilita la alianza entre los hombres. Este obstáculo es una “callosidad del corazón”. Se han hecho extraños a la vida amorosa, a causa del dogmatismo que les habita, a causa de la callosidad de su corazón. Al hablar de los “habitados”, se refiere a los ocupados por el dogmatismo que se han hecho “extraños” a la vida amorosa. El término que utiliza para designar esta “callosidad” es porosis, que significa, ‘endurecimiento’, ‘callosidad’. Fonéticamente, porosis nos recuerda a poroso, término que podemos asociar a Toboso. Según el diccionario el término “poroso” se aplica a algo ‘formado por piedra toba’ o sea, una ‘caliza muy porosa y ligera’. Trabas, impedimentos, callosidades del corazón, Toboso ¿a dónde nos conduce todo esto?

La circuncisión es un rito, un símbolo. La circuncisión auténtica no es la de la carne, sino la del corazón (Romanos II, 28-29). El término “prepucio del corazón” es usado en la cábala. Por otra parte, cuando en la segunda parte de El Quijote (cap. XXXII) la duquesa le pide al Quijote que le describa a Dulcinea, suspirando, don Quijote le dice: “Si yo pudiera sacar mi corazón, y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza aquí sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar…” Todo parece referirse a lo mismo, todo en El Quijote parece girar en torno al misterio del corazón. La búsqueda de Dulcinea, el descenso a la cueva de Montesinos y tantos otros episodios tratan de ese misterio.

 

El corazón con sus callosidades es aquel que está habitado u ocupado por la pedantería; es un corazón seco y estéril, pues está separado del agua de la vida y es incapaz de producir nada. En cierto modo, no está cultivado, no es virtuoso. El corazón desocupado, aquel de “Desocupado lector”, es aquel que, purificado de la ampulosidad, liberado de la traba o del prepucio, es como el recipiente del agua de la vida. Uno es como una lengua retenida que no puede hablar, cuya palabra está trabada, y el otro como la lengua capaz de pronunciar la palabra, pues le ha sido quitada la traba. Así, cuando Cervantes se dirige al lector entendido que está desocupado habla para el iniciado por el amor en la lectura de símbolos.

Finalmente, la Mancha de dónde don Quijote, representa la sequedad y pobreza del corazón, la falta de amor en las relaciones humanas.

[email protected]

2223703233

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

incendios forestales