El Pueblo Soberano son dos Pueblos: uno conceptualmente construido y sin historia, otro perceptible e histórico. Dos son, también, las repúblicas: una, la Nueva República conceptualmente construida, otra la República política e histórica.

Todo se conjunta en el nombre de “México”. El objetivo es producir: amor a la patria, amor a la nación, amor a la república, amor a la humanidad… Amor de razón y entusiasmo ante una superioridad, que se cree evidente en el plano colectivo e histórico.

En torno al Pueblo Soberano habrá de construirse una tradición y como en toda concepción y actitud tradicional hay que distinguir dos elementos principales: en primer lugar, el fondo de remoto origen y a continuación el elemento histórico, la tradición nacional, que constituya el tradicionalismo ordenado.

Con estos dos últimos elementos mencionados se debe construir una tradición racional donde subsistan muchos elementos históricos, ciertas formas políticas de la tradición por construir y que hagan posible una Nueva República.

El Pueblo Soberano es un ente conceptual-abstracto de significado filosófico-jurídico-político. Pensado materialmente, el Pueblo Soberano semeja un infinito. Este ente abstracto oculta diversas propiedades «humanas». Para nuestra concepción este ente abstracto -el Pueblo Soberano- está ligado a la mayor concisión. Habla, sin duda, pero con reserva. A veces se manifiesta, cuando se le interpreta correctamente, en la Constitución. El Pueblo Soberano encuentra su forma material en la Constitución: pertenece al lenguaje y significa logos.

En la conversación corriente, el Pueblo Soberano es símbolo de continuidad, de existencia y al mismo tiempo es un puente de una unidad a otra. Tal es en la Constitución su significado intrínseco. El Pueblo Soberano nunca pierde su soberanía (Autoridad) y en cualquier momento puede decidir suspender el Derecho (Poder) y ejercer su autoridad constituyente.

En nuestra percepción el Pueblo Soberano es el puente esencial, único, entre el que manda y quienes obedecen. La relación de poder siempre estará subordinada a la autoridad del Pueblo Soberano. El Pueblo Soberano es, además, en su exterioridad, simplemente el elemento práctico, utilitario, que desde niños hemos conocido. El signo exterior se vuelve costumbre y oscurece el sonido interior del símbolo. Lo interior queda «amurallado» dentro de lo exterior.

El Pueblo Soberano pertenece al estrecho círculo de los fenómenos cotidianos con su nota tradicional: la mudez. El sonido del silencio cotidiano es para el Pueblo Soberano tan estridente, que se impone sobre todas sus demás propiedades. A causa de su lenguaje, todos los fenómenos corrientemente cotidianos se vuelven mudos. No oímos más su voz y el silencio nos rodea. Yacemos muertos bajo lo «práctico-funcional».

A veces una conmoción extraordinaria puede sacarnos del estado letal hacia una recepción viva. Sin embargo, no pocas veces aun la más fuerte sacudida no alcanza para convertir el estado mortífero en viviente. Las conmociones provenientes del exterior (enfermedad, desgracia, preocupaciones, guerras) irrumpen con violencia y con efecto largo o corto en el campo de los hábitos tradicionales.

Las conmociones provenientes desde adentro son de otro tipo. Su causa está en el hombre mismo y dentro de él actúan. El hombre no es un espectador a través de una ventana, sino que se ubica en la calle. El intelecto y la emoción atentos transforman mínimas conmociones en grandes vivencias. De todas partes fluyen voces y el mundo entero resuena. Como un explorador que se interna en territorios desconocidos, hacemos nuestros descubrimientos en lo cotidiano. El ambiente, comúnmente mudo, comienza a expresarse en un idioma cada vez más significativo. Así, se vuelven símbolos los signos muertos y lo muerto resucita.

Naturalmente, el arte de la política surge cuando los signos se vuelvan símbolos y el intelecto y la emoción abiertos permiten saltar del silencio a la palabra. Quien no sea capaz de observar debe dejar en paz el arte de la política. Sus intentos no llevarán a ningún sitio, antes bien, acentuarán la separación hoy existente entre hombre y política. Justamente son estas personas quienes hoy tratan de poner el silencio en lugar del logos del Pueblo Soberano.

Mediante la participación sostenida del pueblo, sus propiedades silenciosas engendrarán un sonido cada vez más fuerte. Estas propiedades —tensiones internas— surgen una tras otra desde lo profundo de su ser e irradian su influencia y efectos sobre la sociedad, superando cada vez con mayor facilidad las inhibiciones de la costumbre.

Es así que el Pueblo Soberano -en la democracia participativa- se vuelve un pueblo viviente.

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