*Por: Mtro. José Teódulo Guzmán Anell, SJ

Es un hecho palpable que la transmisión verbal de conocimientos en el aula o en otros espacios de enseñanza, por parte de los docentes, se vuelve cada vez menos necesaria sobre todo en el nivel de enseñanza universitario, e incluso en el nivel medio superior.

Es impresionante cómo los estudiantes de este siglo pueden hallar, sistematizar y utilizar personalmente el conocimiento acumulado en las plataformas digitales y en otros espacios del mundo virtual. El estudiante del siglo XXI ya no necesita profesores “dictadores” de información y conocimientos, puesto que tiene a su disposición, en el momento que lo requiera, el acceso inmediato a los acervos de datos de la así denominada sociedad del conocimiento; basta con que abra su computadora o su teléfono celular. Desafortunadamente, muchos estudiantes no utilizan el celular o la computadora para obtener datos valiosos para alimentar su capacidad de pensamiento crítico, sino para divertirse y chatear con amigos y conocidos incluso cuando están comiendo o caminando.

Frente a este escenario, la tarea del profesor en el aula y en la institución educativa asume otras características. Ya no se trata de proporcionar información científica, social o tecnológica al estudiante; tal parece que ya pasó el tiempo de dictar cátedra en un espacio físico denominado aula. Ha llegado el momento de asumir como la función más importante del quehacer docente, proporcionarle al estudiante las herramientas adecuadas para que sea capaz de utilizar sistemática e inteligentemente, la información que se produce cotidianamente en el mundo de la ciencia, de la tecnología y de la cultura en general.  A partir de ahí el estudiante podrá construir su propio conocimiento, para aplicarlo en la resolución de problemas referidos a la comprensión y utilización de la ciencia y de la tecnología, en el entorno social en donde vive.

Alguien podría objetar que esta forma de concebir la docencia sería posible para la enseñanza de las disciplinas que conforman el currículo, pero ¿dónde queda la formación en valores éticos y sociales?  Lo cortés no quita lo valiente, dice un refrán. Los valores se aprenden a partir de la interacción de los estudiantes en el aula y, sobre todo, fuera del aula, en la participación social, deportiva y cultural que ofrece la universidad a través de diversos espacios y eventos de todo tipo a lo largo del semestre académico. La animación deportiva, la actividad cultural, la creatividad artística y la vivencia religiosa son también tareas igual de importantes que la docencia propiamente dicha. Las actitudes y valores que propone desarrollar la universidad en su praxis educativa, no basta con proclamarlos en la inauguración de cada semestre académico; hace falta desarrollarlos cotidianamente en todos los espacios de convivencia de estudiantes, profesores y demás colaboradores de la universidad jesuita.

“Los valores que más interesan al educador, dice Pablo Latapí (El debate sobre los valores en la escuela mexicana, FCE,2003) son los de índole moral, pues son los que contribuyen a que nos apropiemos de nuestra dignidad específicamente humana y orientan el ejercicio responsable de nuestra libertad. En suma, nuestra responsabilidad docente no puede limitarse a la formación intelectual, sino que como ya se ha dicho hasta la saciedad, la educación que proporciona la universidad de la Compañía de Jesús abarca la mente, el corazón y las manos. Es una formación integral.

*Sacerdote Jesuita. Licenciado en Filosofía y Letras por el Instituto Libre de Filosofía, Licenciado en Teología por el Colegio Máximo de Cristo Rey; y Maestro en Educación Teachers College por Columbia University New York. Directivo y asesor en la Ibero Puebla desde 2011. Fue docente en filosofía y teología en el Seminario Arquidiocesano de Xalapa; así como Coordinador en el Secretariado Diocesano de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

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