Hace unas semanas la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez Buylla, publicó en un periódico de circulación nacional una fuerte crítica contra las universidades privadas que hay en México, en donde compara a estas instituciones con comida chatarra, de esa que se ve muy bien por fuera, además de que es sabrosa, hasta el punto de ser adictiva, pero que no es nutritiva. Este comentario ha levantado polémica y desacuerdo entre varios académicos que laboran en las IES privadas, pero también de algunas instituciones públicas por el poco fundamento que tiene.

No podemos negar que hay muchas instituciones de educación superior privadas que trabajan en condiciones deplorables, que sus instalaciones no corresponden a la educación superior, que no revisan la calidad de sus procesos educativos, que cuando mucho ofrecen formación académica, pero que no realizan actividades de extensión y mucho menos de investigación, que sus docentes no pasan por procesos de evaluación, ni sus programas por procesos de acreditación y que sus egresados no ocupan puestos clave en el mundo laboral. Estas instituciones se conocen como “universidades patito”, pues no tienen ningún bosquejo de calidad académica.

Pero lo mismo pasa con muchas IES públicas, particularmente aquellas que son de reciente creación y que desarrollan sus actividades de docencia en las instalaciones de la propia institución, pero que no cuentan con laboratorios, ni con aulas equipadas, muchas de ellas no tienen conexión a internet, su profesorado se está conformando pero no ha pasado por una evaluación seria, no tienen investigadores, ni medios para realizar investigación, no hacen vínculos con otros sectores de la sociedad, ni tampoco realizan actividades de extensión y con mucho esfuerzo se sostienen con el recurso público que les es asignado. Y ahí están todas las universidades tecnológicas que hay por todo el país y que han nacido para cumplir con la demanda de ofrecer educación superior a toda la población.

En ambos ámbitos se cuecen habas y la Sra. Álvarez Buylla está muy lejos de tener una idea clara de cómo operan las IES públicas y también las privadas, pues ni todas las públicas son excepcionales y llevan a cabo su trabajo de forma maravillosa, ni todas las privadas son un asco. Las IES privadas que tenemos programas que pertenecen al Padrón Nacional de Posgrados de Calidad (PNPC) de CONACyT, hemos sido evaluados por pares que, generalmente, laboran en IES públicas y nos han evaluado con los mismos criterios que a los programas de instituciones públicas. Lo mismo pasa en el caso del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), pues para ingresar a dicho sistema se deben tener evidencias de la investigación que se realiza y estos investigadores son evaluados por sus pares, del mismo modo que ellos son evaluados.

No hemos entrado al CONACyT, por nuestros atributos o competencias físicas, sino por nuestros méritos y esfuerzo como instituciones de educación superior privadas. No todas estas instituciones pueden catalogarse así, pero hay algunas que han hecho esfuerzos sólidos para ingresar y mantenerse en el PNPC o en el SNI, cosa que muchas IES públicas o muchos investigadores de estas instituciones no podrían lograr. Entonces, ¿por qué hacer esa distinción tan discriminatoria? Por años, hemos hecho muchos esfuerzos por ingresar y mantenernos tanto en el PNPC como en el SNI y nadie nos ha regalado nada para estar ahí.

Por eso pedimos respeto, pero también reconocimiento, pues, además, en muchos de estos programas recibimos a estudiantes de bajos ingresos, que en otras condiciones no podrían estudiar un posgrado, ni en una IES pública, ni privada, pues además de la beca que reciben del CONACyT, la IES privada les ofrece un apoyo económico adicional que les permite realizar sus estudios. En ese sentido las universidades del Sistema Universitario Jesuita buscan apoyar a la mayor cantidad de estudiantes que están interesados en formarse con nosotros, que además tienen y muestran competencias académicas para formarse como investigadores o bien como profesionales calificados, además de pertenecer al CONACyT como becarios, pero que no cuentan con recursos necesarios para hacerlo. Así que lejos de quitarle recursos a los que no tienen, buscamos hacérselos llegar desde diferentes trincheras.

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