*Por: Mtro. José Teódulo Guzmán Anell, SJ.

El Papa Francisco ha criticado, y con mucha razón, el hecho de que muchas parejas de jóvenes en el mundo, prefieran tener un perro o un gato en vez procrear un hijo o una hija.  Inmediatamente le han llovido comentarios satíricos y memes por este atrevimiento al pontífice romano.

El papa tiene toda la razón. El amor, al menos como lo entendemos los cristianos, solo puede darse entre personas humanas, y los hijos e hijas son fruto del amor entre un hombre y una mujer. Me parece una aberración que alguien prefiera acariciar a un perro que mecer en los brazos a un bebé. Ni romanos ni griegos con todo y sus prácticas libidinosas llegaron, en algún momento, a trastocar el amor humano por un amor perruno.

Los perros y los gatos no aman, ladran y maúllan en diferentes tonos para expresar que se sienten confortables o incómodos, pero no son capaces de elaborar ideas, expresar conceptos y construir sistemas de pensamiento.

Es aberrante que una pareja prefiera adoptar a un animal que a un niño huérfano que es persona humana, hijo e hija de Dios y capaz de trascender la temporalidad mundana. Resulta inconcebible que se destinen millones de pesos a la alimentación y al embellecimiento de perros y gatos, mientras hay miles de niños y niñas en situación de calle, desnutridos y en riesgo de ser atrapados por las mafias del narcotráfico para esclavizarlos o prostituirlos en sus zonas de influencia.

¿Qué hay detrás de estas situaciones de deshumanización en la conducta humana de las nuevas generaciones? Indudablemente una desnaturalización del ser humano, un egoísmo incapaz de abrir el corazón para compartir lo que uno es y tiene con nuestros semejantes, y una pérdida del sentido de trascendencia del ser engendrado por amor. Me resulta imposible aceptar que un animal, por bello que sea, pueda sustituir el afecto de un ser humano por defectuoso que este sea.

El matrimonio cristiano sufre desde hace décadas el deterioro de una vinculación perpetua de los esposos: “hasta que la muerte los separe”, como decía el antiguo ritual romano del sacramento del matrimonio. Era una dimensión constitutiva de una sociedad sólida. Pero ahora navegamos en el mar de una sociedad líquida, donde casi todo es momentáneo, fugaz y perentorio. Ojalá no ahoguemos en el mar del egoísmo humano al navegante que busca arribar a las playas soleadas del amor eterno.

*Sacerdote Jesuita. Licenciado en Filosofía y Letras por el Instituto Libre de Filosofía, Licenciado en Teología por el Colegio Máximo de Cristo Rey; y Maestro en Educación Teachers College por Columbia University New York. Directivo y asesor en la Ibero Puebla desde 2011. Fue docente en filosofía y teología en el Seminario Arquidiocesano de Xalapa; así como Coordinador en el Secretariado Diocesano de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

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