“Cuando de amistad se trata: memoria de arena para las fricciones y de
piedra para lo grandioso que nos une”.
Abel Pérez Rojas.
Quienes sostenemos que la verdadera amistad es para siempre, o al menos que es duradera, lo hacemos convencidos de que debemos enfocarnos en lo grandioso y sobresaliente que se presenta en una relación, y no en los aspectos o pasajes que nos confrontan.
Si tomamos en cuenta que las fricciones y desavenencias son más recurrentes entre más convivamos y conozcamos a una persona, es claro que esto va a sucedernos con nuestros amigos cercanos, es decir, a mayor cercanía, mayores posibilidades de roces.
Cuando tomamos consciencia de qué es lo que nos une profundamente a las personas -de eso que nos convierte en amigos-, estaremos dando los primeros pasos para nutrir nuestras relaciones de confianza y afecto desinteresado.
A propósito de esto sobre lo cual discurro, te comparto una breve leyenda árabe publicada en sloyu.com:
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro.
El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
– Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
– Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida.
Intrigado, el amigo preguntó:
– ¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
– Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde ningún viento en todo el mundo pueda borrarlo.
Si asumimos una filosofía de vida conciliatoria que aplique a los miles de casos y situaciones de convivencia que se presentan, estaremos en la posibilidad de no ser presa de los efectos nocivos de nuestras reacciones viscerales.
He ahí el punto: reaccionar impulsivamente hace que afloren nuestras zonas primitivas y se nuble la razón y el corazón, por eso no medimos nuestras palabras ni nuestros hechos, enfilándonos con ello a ahondar las discordias.
Es cuestión de conservar la calma, de “enfriarnos” lo más rápido posible y un buen reforzador de ello son los recuerdos de las situaciones positivas sobre los que se fundan nuestras relaciones.
Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo. ¿Estás dispuesto?
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente.
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