Columnistas-VeronicaMastretta

Revisando los eventos históricos por los que ha cruzado el país desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, no encuentro un momento tan complicado como el que estamos viviendo hoy. Nada me gustaría más que comprobar que la inquietante sensación que flota en el ambiente no tiene más fundamento que mi pesimismo.En las siete décadas el país ha cruzado por múltiples eventos económicos, políticos y sociales que lo han sacudido y transformado. Hasta los movimientos que fueron reprimidos o se consideraron fracasados, abonaron a la construcción de un país que rompió poco a poco el monopolio del poder de un solo partido, así como el cerco de la información oficial.

Ahí están el movimiento ferrocarrilero de 1958 y el de los doctores de 1964 , ambos en busca de mejores condiciones salariales y de democracia sindical, dos momentos históricos de esperanza en medio de la obscuridad.

También el contraste y desconcierto generados por el movimiento estudiantil del 68, seguido del encumbramiento de Luis Echeverría, símbolo del apogeo del presidencialismo absolutista de dos caras, que a trasmano reprimió en junio de 1971 una marcha que no amenazaba a nadie; está la memoria del golpe para derrocar al grupo de periodistas de Excelsior que pretendieron sostener una línea editorial independiente de los boletines del gobierno; cruzamos por la confusión generada por un gobierno que libró con una mano la oculta guerra sucia y combatió cualquier oposición desde donde viniera, pero verbalmente y con la otra mano manejaba un discurso de izquierda mientras imprimía dinero como si fueron billetes para jugar turista, provocando una inflación desenfrenada que a quien más dañaba era a las personas sujetas a un ingreso fijo. Tiempos de incertidumbre, doble moral, triple discurso, pero aún así, cargados de esperanza.

Luego vendrían los tiempos del irresponsable derroche petrolero de López Portillo que culminaría con una de las quiebras más crudas que ha sufrido el país, quiebra que no desembocó en la regulación inteligente y justa de la banca, sino en una expropiación mal planeada propia de un berrinchudo, que antes de irse, la entregó a una burocracia que acabaría con todos los bancos del país.

No fueron tiempo fáciles, pero aún así no corría por el aire el desconcierto de hoy. López Portillo heredó el tiradero a un Miguel de la Madrid estupefacto ante el tamaño de la quiebra y la debilidad e ineptitud gubernamental para enfrentarla. El gobierno andaba por su lado y la sociedad por el suyo como dios le daba a entender.

El terremoto de 1985 sí que fue lo que yo llamaría una buena primavera mexicana. No se basó en la violencia sino en la solidaridad. Los muertos no los causó el gobierno pero los escondieron como si fueran de ellos; las soluciones al desastre surgieron de la organización social por la libre.

Ya no habría retorno de las libertades adquiridas en ese doloroso episodio. Ese momento es en mi memoria el del surgimiento visible de una sociedad civil que ya se movía desde antes por su cuenta pero de manera silenciosa.Fue nuestra adolescencia ante el gobierno, la de una joven generación que se vio a sí misma como capaz de generar cambios económicos, políticos y sociales hablándole al gobierno de tú a tú.

También en esos años difíciles llegó el fin de la Pax Narca y asomaría sin pudor la violenta cara de la hasta entonces controlada guerra de los cárteles, en abierto desafío con la parte del estado mexicano que no tenía complicidad con ellos. La época en que Caro Quintero mató al agente de la DEA, el Kiki Camarena y huyó con credenciales falsas de la Dirección Federal de Seguridad.

Otro suceso crucial de esos años fueron las controvertidas elecciones de 1988, en que se hizo evidente el derrumbe de un sistema electoral obsoleto y monopólico, en el que el árbitro de las elecciones eran los secretarios de gobernación del único partido que mandaba desde que finalizó la revolución iniciada en 1910.

Lo de siempre dejó de funcionar y el gobierno fue incapaz de operar con un mínimo de credibilidad los procesos electorales. No pudo contener el anhelo de elecciones limpias e imparciales que cruzaba por todo el país.Había esperanza porque había objetivos claros que alcanzar aunque parecieran imposibles.

Siguieron sucediendo múltiples eventos: la gestión y firma del TLC, la polémica elección del 88 y el despertar cívico que dio luz a la reforma política de la que surgió en 1990 un Instituto Federal Electoral que sería presidido por primera vez por un ciudadano en 1997.

Antes vivimos el surgimiento del movimiento zapatista que a la distancia de los años se mira como un fuego artificial difícil de entender; la guerra interna del PRI y el enrarecimiento social que derivó en los asesinatos políticos de Colosio y Ruiz Massieu en 1994, el año que cerró con otra de las quiebras más grandes de la economía nacional, la enorme quiebra de la nueva banca privatizada y la creación del Fobaproa mediante el cual se nos endosó la cuenta de la quiebra a todos los mexicanos.

En 1995 el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso de la Unión, luego perdería el gobierno de la ciudad de México en las primeras elecciones para elegir jefe de gobierno y en el año 2000 perdería la presidencia de la república. Transitamos en calma de la dictadura de partido a la alternancia del 2000 .

Y luego más sorpresas: de la alternancia imperfecta a la división del poder presidencial en 32 gobernadores altaneros y con demasiado dinero entre sus manos sin obligación alguna de rendir cuentas de los enormes recursos petroleros que les encaminaron desde un congreso sin mayorías y las presidencias panistas.

No dimensionamos la oportunidad perdida y dilapidada en los estados de mejorar sustancialmente los indicadores de pobreza, crecimiento económico, sustentabilidad y democratización. De las esperanzas en un sistema partidista plural incipiente que se mantenía a sí mismo, pasamos a la dictadura de los partidos que se mantienen del erario público y que carecen de credibilidad y aprecio. De un órgano electoral admirable en 2000, la montaña rusa nos condujo a la demolición y desprestigio de un sistema electoral mal modificado a raíz del cuestionamiento de las elecciones del 2006 y 2012 .

En el recuento final de estos años, hay un antes y un después para un México envuelto en la guerra abierta contra el narcotráfico, guerra que ha ensangrentado el país y ha roto el tejido social . Hay un antes y un después marcado por la desesperanza. En cinco días llega al poder en Estados Unidos un megalómano que ha centrado gran parte de su discurso en atacar y culpar a México de muchos de sus males.

Mal parados nos encuentra la llegada de Trump ante un cambio en los acuerdos comerciales y una política migratoria que amenaza con cerrar la llave de las remesas que han servido de amortiguador en muchas de las crisis económicas de todos estos años.

Como sociedad pudimos procesar muchos cambios difíciles sin sacrificar a cambio una paz relativa dentro del país.La primera semana del 2017 estuvo marcada por la violencia, saqueos y cierres de carreteras. .

Hemos sobrevivido a muchas crisis pero ésta de hoy se siente distinta y densa. Hoy no conozco ha nadie que no conozca a alguien que haya sido víctima de algún delito mediano, grave o muy grave. No conozco a nadie que no sienta raro el aire de estos tiempos.

No conozco a ningún adulto que no sienta que estamos ante tiempos difíciles para los que no tenemos ni mapa ni ruta. Veo a los recién nacidos en sus cunas, a los niños y adolescentes empezando sus vidas con la ilusión y esperanza propios de esa edad. Por ellos es que no tenemos derecho a la desesperanza ni a rendirnos ante lo insólito.

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