Por fin llegamos a la tienda de abarrotes “La oaxaqueña”, ahí, frente a un mercado muy popular en la ciudad de Puebla como es el Carmen Serdán, que pocos diríamos se trata del mercado La Acocota, Cocote o “cocotl” en náhuatl, que quiere decir garganta. Solo de acercarse a esta tienda mi cabeza piensa en moles, romeritos, bacalao o unos chipotles rellenos de queso. Cuan apreciable resulta distinguir en este negocio, los costales rebosantes de chiles secos con hermosos colores rojos, anaranjados, ocres y rubís. Al poner pies en el establecimiento, uno ya imagina preparar un mole aguado de epazote, unos tacos de chicharrón con tortilla de mano y una buena salsa roja martajada con chiles cascabel y puya asados con su ajo. Estas antiguas tiendas de abarrotes inspiran a cocinar, a recordar las voces de las mamás y abuelas que nos guían al momento de preparar los alimentos.

En la cotidianidad de estas tiendas y en los mercados, existen costumbres que podrían pasar desapercibidas, porque aquí habita lo de siempre, lo de todos los días, eso que puede pasar desapercibido y que, sin embargo, lo apreciamos porque llena nuestras vidas de pequeñas y grandes alegrías que se transforman en la mesa de todos los días. La atención del tendero es importante, y esa, no se acaba, no se extingue, es continua, nos ofrece recetas para preparar los chipotles navideños en escabeche con su piloncillo, nos aconseja y ofrece secretos.

Luego, cuando cruzamos la calle y nos adentramos al mercado, es un mar de olores a hierbas, a mar, a pan, a tortillas. Al caminar por entre los pasillos tratan de atraernos los carniceros, “pásele güerita” (aunque ni lo sea). Más adelante el ambiente se enfría por la presencia de las pescaderías y ese olor a mar por sus mariscos contenidos en grandes bloques de hielo. La música, las cumbias o bandas forman parte también de lo cotidiano que involucra un mercado, así, puede ser que un día seleccionemos los jitomates y aguacates al compás de los “Ángeles azules”, al igual que las cebollas cantado una ranchera. Acudir a este mercado implica irse temprano para hacer la compra, pero antes de eso, hay que empezar el día comiendo unas “gorditas banderas”, esas que llevan los colores patrios con su salsa roja y verde, bañadas de queso y cebolla, y para acompañarlas, no puede faltar un mole de panza y un café de olla.  

En lo ordinario que puede habitar en un mercado, también se encuentra lo extraordinario que existe en diversas áreas, comenzando por los colores que decoran los vitroleros de aguas frescas de limón, mango, piña, fresa, o bien las hierbas frescas, verduras y frutas, hasta la belleza de las perfumadas flores en un ramito de bricias o en una maravillosa canasta de rosas. Qué decir de las cemitas que en este mercado son características, aquí hay hornos de pan, pero también cemitas preparadas y si he de recomendar algunas son las de don Beto, en específico las de pata de res preparadas con rajas de chile jalapeño en escabeche y copeteadas de su queso fresco.

Cuanto debemos asombrarnos por la belleza que existe en lo cotidiano, desde las corretizas que nos ponen los carrilleros al tratar de pasar entre los pasillos con sus cajas cargadas de aguacates, papas, plátanos, hasta aprender el arte del regateo con los “propios”, es decir, con las personas que llevan sus propias cosechas, las setas, quelites, elotes. El mercado La Acocota puede debe su nombre a “cocotl”, sin embargo, existe la versión que, cercano a este mercado existía un burdel de una mujer francesa llamado “Le Coquette” y dada su cercanía con el mercado pues, terminó por llamársele, La Acocota

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