Humberto Sotelo

La marcha del  7 de enero puso de relieve –como ya lo han señalado diversos analistas y comunicadores– que las bases morenistas no están dispuestas a tolerar las “concertacesiones” y prebendas de los núcleos dirigentes de Morena (comenzando por Mario Delgado) a destacados sectores y personalidades de la derecha y del PRI, no pocos de los cuales se distinguieron, no ha mucho tiempo, por su vehemente antiobradorismo y y vinculación con las mafias más nefastas del PRIAN, como es el caso del poblano José Chedraui Budib, uno de los principales brazos del morenovallismo.

    Ciertamente Morena necesita establecer alianzas con determinados núcleos de las viejas élites dominantes, pero hay de perfiles a perfiles:  así, por ejemplo, es indudable que entre los panistas de antigua cepa había gentes muy decentes y honorables, como es el caso de la familia Clouthier (de donde proviene Tatiana), quienes no obstante su ideario conservador nunca fueron derechistas a la manera de Vicente Fox y Felipe Calderón.   Esto también es válido para el PRI, en el que convivieron núcleos extremadamente reaccionarios (como la familia Madrazo Pintado) con sectores e individuos sumamente progresistas, como los Muñoz Ledo, los González Pedrero y los Cárdenas Solórzano, gracias a los cuales se inició el movimiento político y social que condujo a las transformaciones que hoy encabeza el Presidente López Obrador.

   En Puebla sucede una cosa muy curiosa : no pocos de los viejos panistas (me refiero a personalidades como Rosalía Ramírez, Teodoro Ortega, Ricardo Villa Escalera, David Bravo Cid de León, etc.) se convirtieron con el paso del tiempo en simpatizantes de los movimientos progresistas, empero fueron borrados cruelmente del panorama político de la entidad con la llegada de los empresarios neopanistas (me refiero a personalidades como Luis Paredes Moctezuma, Tony Gali y el citado Pepe Chedraui), quienes nunca profesaron los ideales clásicos del PAN (la decencia, las buenas costumbres, el cristianismo acendrado), sino se limitaron  -como se dice en la jerga popular—a “cachar” los avances logrados por los viejos panistas.

   Desgraciadamente no pocos de los supuestos adalides de la 4T en nuestra entidad desconocen la historia (me refiero a personalidades como Nora Escamilla,  Jaime Natale, y el mismo gobernador Sergio Salomón Céspedes), tal como lo muestran sus declaraciones en las que afirman que Morena debe establecer alianzas con individuos y grupos que otrora estuvieron vinculados con el PRIAN, sin importar al respecto su negro historial (¿cómo es que posible que olviden los vínculos de Pepe Chedraui con el ex presidente Enrique Peña Nieto?).

          Empero, deseo aclarar lo siguiente:  ese tipo de posturas no encierran solamente desviaciones o inconsecuencias políticas personales, sino representan expresiones o fenómenos inherentes a todas las grandes transformaciones sociales.   Es el caso, por ejemplo, del fenómeno que el célebre marxista italiano  Antonio Gramsci caracterizó como “transformismo”, para distinguirlo de “transformación”.  Para decirlo en términos muy simples –si es que no esquemáticos–   el “transformismo” es una estrategia por medio de la cual las clases dominantes se las ingenian para cooptar a las élites que les disputan el poder, lo cual incluye no sólo a los intelectuales sino también a los núcleos dirigentes de los sectores que amenazan con desplazarlos del poder.  Este fenómeno se manifiesta principalmente en etapas de agudas crisis políticas, en las que se vislumbran transformaciones revolucionarias.  En su célebre novela El Gatopardo (escrita por Giuseppe Lampedusa), el príncipe Fabricio (quien percibe que soplan vientos de cambio que amenazan con exterminar el viejo régimen) exclama: “Hay que cambiar para seguir igual”. Este es el lema de quienes enarbolan el “transformismo”.

   Gramsci caracteriza el “transformismo” como «la absorción gradual, pero continua y obtenida con métodos diversos según su eficacia, de los elementos activos surgidos de los grupos aliados, e incluso de aquellos adversarios que parecían enemigos irreconciliables. En este sentido la dirección política ha devenido un aspecto de la función de dominio, en cuanto la asimilación de las elites de los grupos enemigos los decapita y aniquila por un período frecuentemente muy largo» (Cuadernos de la Cárcel  V, 387)

    Un ejemplo clásico de “transformismo” lo tenemos en la unificación del Estado italiano, en la que la burguesía se las ingenió para cooptar a no pocos de sus adversarios y líderes revolucionarios.

  En México, a raíz del triunfo de la 4T, no son pocos los sectores de las viejas élites dominantes (identificadas con el PRIAN) que esperan mantener sus privilegios y canonjías, desplegando todo un cúmulo de maniobras encaminadas a “metamorfosearse” (perdón por el vocablo) como aliados o “nuevos partidarios” del movimiento obradorista.

   Lamentablemente, como decíamos en líneas anteriores, no pocos líderes de la 4T respaldan tales maniobras.

    Eventos como la marcha del 7 de enero, en ese sentido,  coadyuvan enormemente a desenmascarar a los sectores e individuos mencionados.

 

 

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