Charles Hale, historiador especialista en el México decimonónico, reduce a tres las versiones de la historia de México, desde el punto de vista ideológico: la escuela alamanista (Lucas Alamán), la escuela liberal y la escuela crítica.

La escuela alamanista está representada por José Vasconcelos, Mariano Cuevas y José Bravo Ugarte, quienes han visto el materialismo, el anticlericalismo y la influencia de los Estados Unidos como fuerzas extranjeras y subversivas contra las cuales la nación debe mantenerse en defensa continua; y las variadas interpretaciones oposicionistas de la revolución del siglo XX. Esta escuela ha visto al proceso político desde 1810 como una sucesión de varios esfuerzos por destruir las tradiciones hispánicas, por sustituir ideas y valores extranjeros y, al hacer esto, condenar al país a la anarquía perpetua, a la dictadura y a la corrupción moral. Esta escuela furiosamente nacionalista identificó a la nación mexicana con la herencia hispánica y reveló nostalgia por la paz y la aparente prosperidad de la Nueva España y, en particular, por el papel que la Iglesia católica desempeñó en la sociedad colonial. Esta escuela conservadora es la menos importante, pero ha mantenido su vitalidad y quizá últimamente se haya fundido con las variadas interpretaciones oposicionistas de la revolución del siglo XX.

La escuela liberal es la predominante y está representada por Justo Sierra, Emilio Rabasa, Jesús Reyes Heroles y Francisco López Cámara. Esta escuela al igual que la alamanista fueron inicialmente establecidas por las pugnas de los mismos contrincantes de la primera generación después de la independencia y reproducidas posteriormente. En el centro de cada una ha existido un creciente interés por forjar una nación.  Así, el nacionalismo y el conflicto ideológico han sido los principales determinantes en la historiografía política mexicana.

La escuela crítica está representada por Daniel Cosío Villegas y sus colaboradores. Dentro de esta escuela Josefina Zoraida Vázquez nos hace un somero recuento de las principales interpretaciones no oficiales sobre la historia decimonónica mexicana en torno a los liberales -Reyes Heroles, González Navarro, Alan Knight y Hale- que compara con la suya propia. Su estudio se centra en el liberalismo precursor a la Reforma y conecta al liberalismo mexicano con el contexto ideológico estrictamente novohispano -la política “protoliberal” borbónica y el constitucionalismo gaditano-, y algunos aportes externos como la ilustración del XVIII, las revoluciones norteamericana y francesa, y la intervención napoleónica en México. La interpretación de Josefina Zoraida nos permite reconstruir el proceso ideológico que va de finales de la época colonial a finales del siglo XIX.

Siendo lo anterior importante, el estudio de Vázquez tiene un mérito mayor al alertarnos contra algunos vicios historiográficos como considerar a los reaccionarios y centralistas personificados por los grandes propietarios, la Iglesia y el ejército, como enemigos del liberalismo. Si ambas corporaciones reflejaron la amplia gama ideológica de la sociedad, es absurdo tratar a la Iglesia y al ejército como instituciones monolíticas. Josefina Vázquez muestra lo inadecuado de intentar explicar la política decimonónica con la fórmula reduccionista liberal-conservadora. Tanto entre los llamados liberales como entre los conservadores existieron gamas políticas distintas que la investigación histórica está descubriendo.

Los estudios sobre el conservadurismo mexicano

En la línea de considerar el pensamiento conservador, un serio análisis de la importancia de éste y de sus fuentes es el realizado por Alfonso Noriega (El pensamiento conservador y el conservadurismo mexicano, 1972). Dos hechos hacen significativa la obra de Noriega: aparece el mismo año que el estudio de Hale sobre el liberalismo del Dr. Mora y rompe el silencio de la historiografía oficial acerca de la importancia de los conservadores en las definiciones políticas hasta hoy imperantes. En esta obra se ensaya una visión de los conservadores más allá de la oficialista en su pretensión de reducirla a simples defensores de la tradición hispánica, centralista, corporativa, clerical, militarista y monárquica. Según Noriega tanto en México como en los Estados Unidos el complejo de doctrinas que se conocen como positivismo “dieron forma y sustancia a una nueva versión del conservadurismo.” Esta observación de Noriega da pauta para investigar más a fondo las relaciones entre positivismo y liberalismo conservador, entre Barreda y Sierra para con ello mostrar la íntima relación entre el liberalismo moderado, el conservadurismo y el triunfante liberalismo conservador que posibilitó la consolidación del México como nación.

La pionera obra de Noriega abrió brecha para otros estudios como el de Jorge Adame-Goddard, (El pensamiento político y social de los católicos mexicanos (1867-1914)), quien aborda las características del partido conservador. La obra de Adame nos proporciona información sobre uno de los intentos de los católicos por participar en la res publica dirigida por los liberales. Estos católicos -que a sí mismos se llamaban “unionistas”- hicieron un esfuerzo de adaptación, en 1871, al estado liberal.

Junto con Adame los estudios de Manuel Ceballos Ramírez (El catolicismo social: un tercero en discordia, Rerum Novarum, la cuestión social y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911)) nos informan sobre los líderes políticos e ideológicos de los católicos, acerca de la herencia del partido conservador al movimiento católico, el significado de las reformas liberales para los católicos y las razones de la búsqueda de una opción “netamente católica” frente a la tradicional subordinación de los católicos a los conservadores. Al ilustrarnos este autor sobre las estrategias fundamentales de los católicos en un régimen republicano podemos investigar de qué manera influyeron en la definición de Justo Sierra del liberalismo conservador.

De liberalismo conservador nos ocuparemos en otra ocasión.

En el primer párrafo de esta colaboración citamos a Charles Hale (1995), “Guerra, crisis nacional y el conflicto ideológico”.

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