La narrativa en torno a Juárez es, entre las narrativas políticas, la que mejor deja ver el dinamismo integrador de lo mexicano. Es en este sentido un crisol donde se amalgaman ideas de variado origen que imponen el sello inconfundible de lo mexicano y moderno.

Es en la “Oración Cívica”, pronunciada por Gabino Barreda el 16 de septiembre de 1867, que Benito Juárez García es mencionado por primera vez como héroe. Barreda lo califica como “benemérito” (digno de premio), “inmaculado” (sin mancha); “constante, personificación del gobierno Nacional” y “adalid” (guía).

¿Qué hizo Juárez para merecer tales calificativos? Para responderla dejemos hablar a Barreda, no sin antes advertir que Juárez recibe un trato especial y, sólo al principio, sorprendente, en virtud de que es calificado como héroe aun estando vivo.

La sorpresa inicial se diluye al observar que Juárez está íntimamente relacionada con el núcleo de representaciones de la narración fundadora del Estado mexicano. Juárez no podía estar por debajo de la importancia de dicha génesis. En el fondo lo que Barreda hace es construir, a través de la representación de Juárez, la representación del Ejecutivo de dicho Estado. Un ejecutivo sin mancha y, por ello, adalid. Barreda hace una defensa por vía de la “demostración” del principio de autoridad depositado en el Ejecutivo. Como la historia lo mostrará esto habrá de ser captado muy bien por Justo Sierra y Porfirio Díaz quienes son, en buena medida, responsables del culto a Juárez.

Como puede observarse al leer la “Oración Cívica”, la calificación positiva corresponde a acciones en las que está involucrada la defensa de la patria, su libertad e independencia. No es de extrañar que en una ceremonia patriótica como la del 16 de septiembre éste fuera el tema a exaltar y Barreda no deja de hacerlo. Era también una fecha en la que el homenaje al héroe significaba igualmente el culto a la sangre de los muertos, a la de los héroes y a la del pueblo. Esta identidad entre el heroísmo de unos cuantos con el heroísmo de todos se reitera. Para Barreda también el 16 de septiembre es una de las fechas sagradas porque marca el surgimiento de la nueva nación mexicana.

Habiendo separado Juárez a la Iglesia del Estado se necesitaba un nuevo sustento ideológico y éste debía surgir a partir de la historia. Se trataba de crear un nuevo carácter nacional, laico, que modificase las costumbres, los hábitos mentales y aun los valores de los mexicanos. Los relatos históricos, moralizantes y edificantes para la juventud, jugarían ahora el papel que antes habían jugado los religiosos. Sería a través de la historia patria que los educandos conocerían su herencia y reverenciarían a sus héroes, quienes asumían así el lugar del santoral. Sólo a través de la historia se podía exaltar el amor a la patria y enaltecer a sus hombres eminentes por sus virtudes, los cuales evidentemente eran los liberales. A partir de aquel momento, la historia nacional empezó a convertirse en un mito político unificador.

La lucha por la unidad nacional, es donde los héroes despliegan su ejemplaridad, lucha que había sido librada por la Independencia, es decir, la que confrontaba a los mexicanos patriotas con otras potencias que querían su sujeción. En el discurso de Barreda se mencionan, en primer lugar, la guerra contra España (insurgencia) y el segundo evento es la intervención francesa. Sobre esta última, Barreda afirma que los invasores estaban encabezados por un personaje cuyas únicas dotes eran la astucia y la falsía, que se movía con el objetivo de exterminar a las instituciones republicanas en América. Por ello, el combate que libraron los mexicanos fue no sólo salvar a su patria sino el porvenir de toda la humanidad. La salvación de México fue proyectada por Barreda como el inicio de un inmejorable porvenir para toda la humanidad. Con esto quedaba asegurado el carácter cosmológico del mito liberal.

La línea argumental de Barreda revela la fuerza de su premisa mayor al introducir la coyuntura mexicana en un contexto más amplio que es el porvenir de la humanidad. Lo que Barreda ofrece es una pieza, que no termina de ser comprendida en su caracterización de las etapas de la historia mexicana, sin considerar a la contraparte de los héroes que encarnan tendencias, ellos son los traidores, los apátridas: Juan Nepomuceno Almonte, José María Gutiérrez Estrada, Antonio López de Santa Anna, Leonardo Márquez. Se trata de los hombres identificados con el servilismo y no por la independencia. No son otra cosa -dice Barreda-, que “mexicanos degradados”.

Barreda también dedica un espacio a Napoleón III a quien acudieron “los mexicanos extraviados que, en el vértigo del despecho, no vieron el tamaño de su crimen.” Así, “en manos de ese verdugo de la república francesa entregaron una nacionalidad, una independencia y unas instituciones que habían costado ríos de sangre y medio siglo de sacrificios y de combates.” El objetivo de Napoleón III junto con los traidores, significaba no sólo un modelo de gobierno, sino también, matar la autonomía y la libertad de un continente entero.

Así pues, en la “Oración cívica” se narran las heroicas luchas de varias historias del pueblo mexicano encabezado por sus héroes en aras de su emancipación mental y científica, política y religiosa. En este discurso, los actores de la crisis revolucionaria no son solamente individuos, héroes o traidores, sino también actores colectivos. A lo largo de la crisis, los actores colectivos tradicionales (clero y ejército) fueron acompañados por nuevos actores: los partidos políticos.

De esta manera, Juárez, “que se había abrazado al pabellón nacional” y que era la personificación del gobierno nacional, lo era por tener las cualidades más sublimes: preclaro, patriota, indomable y constante, hábil político, el héroe viviente tras el que están los hombres del triunfo, sin apelativo ni calificación, con fe en el porvenir. En una palabra “inmaculado”.

La figura de Juárez es relevante en el discurso de Barreda y tiene claros objetivos políticos. Juárez está asociado al fortalecimiento de la idea del poder republicano y al engrandecimiento del ejecutivo. En ambos casos hace referencia directa a la legitimación y consolidación del nuevo poder. La figura de Juárez adquiere la importancia de trascender su vigencia nacional y se proyecta universalmente. Su recorrido por todo el norte del país adquiere marcado carácter simbólico. Así pues, desde entonces, Juárez está asociado en el imaginario colectivo como símbolo de liberación.

Juárez es inmortal, nos dice Barreda, por ser auténtico mexicano, por sacar adelante la bandera de la libertad. Sus armas fueron las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857, las armas con las que contaban los civiles para sustituir las armas de los militares.

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