La vida buena está inspirada por el amor y guiada por el conocimiento. Tanto el amor como el conocimiento pueden expandirse indefinidamente; por lo tanto, por buena que sea una vida, se puede imaginar una vida mejor. Este criterio está expresado en el lema de la BUAP “Pensar Bien, Para Vivir Mejor”. Ni el conocimiento sin amor, ni el amor sin conocimiento, pueden producir una buena vida.

Ejemplo de amor sin conocimiento: en la Edad Media, cuando había peste en algún lugar, los santos aconsejaban a la población que se congregase en los templos y rezase a Dios pidiendo que los librase de la peste; el resultado, la infección se extendía con extraordinaria rapidez entre las masas de suplicantes. Ejemplo de conocimiento sin amor: las últimas guerras. En ambos casos, el resultado es el mismo: la miseria y la muerte en gran escala.

Aunque el amor y el conocimiento son necesarios, el amor es más importante, ya que impulsa a los inteligentes a buscar el conocimiento –mediante el estudio y la investigación-, con el fin de beneficiar a los que ama. Como el amor es expandible indefinidamente su límite es el amor al Universo. El fin último es el amor y el conocimiento universal. Pero si la gente no es inteligente, porque no estudia e investiga, se contentará con creer lo que le han dicho y dicen, y estos decires pueden hacer mucho daño a pesar de la benevolencia más genuina. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones diría el Dante.

El amor –como principio emocional- es una palabra que define una gran variedad de relaciones sentimentales y se mueve entre dos extremos; en un lado, el puro goce de la contemplación; en el otro, la benevolencia pura. En las manifestaciones artísticas -objetos inanimados- sólo interviene el goce; no podemos sentir benevolencia hacia un paisaje o una sonata. El amor como goce influye en una gran parte en nuestros sentimientos hacia los hombres, algunos de los cuales tienen encanto y otros lo contrario, cuando se los considera como objetos de la contemplación estética.

El amor en su plenitud es una combinación indisoluble de goce y benevolencia. El placer de un padre ante un hijo combina estos dos elementos; lo mismo ocurre con el amor sexual en su mejor forma. El goce sin benevolencia conduce a la crueldad; la benevolencia sin goce tiende a la superioridad y a la frialdad. La persona que ama debe hacerlo con goce y benevolencia porque la persona que desea ser amada desea ser objeto de un amor que contenga ambos elementos.

En un mundo perfecto, todo ser consciente sería, para los demás, el objeto del amor pleno, compuesto de goce, benevolencia y comprensión íntimamente mezclados. Esto no significa que, en el mundo real, debamos tratar de tener tales sentimientos hacia todos los seres conscientes que encontremos. Hay muchos que no pueden producirnos goce, porque son desagradables; si violentáramos tratando de ver bellezas en ellos, no haríamos más que embotar nuestra sensibilidad con respecto a lo que hallamos hermoso.

La benevolencia suele extenderse con mayor facilidad, pero incluso la benevolencia tiene sus límites. Si un hombre desea casarse con una dama, no pensaríamos muy bien de él si se retirara al hallar que había otro que quería casarse con ella; miraríamos esto como un campo de competencia justa. Sin embargo, sus sentimientos hacia el rival pueden no ser benévolos.

Estas consideraciones conducen a un cierto énfasis sobre el elemento del goce como ingrediente del mejor amor. El goce, en el mundo real, es inevitablemente selectivo. Cuando surgen conflictos entre el goce y la benevolencia tienen, en general, que ser decididos mediante la transigencia, no mediante la entrega completa a cualquiera de ellos. El instinto tiene sus derechos, y si lo violentamos toma venganza de mil maneras sutiles. Por lo tanto, al tender a la vida buena, hay que tener en cuenta los límites de las posibilidades humanas. Y volvemos a la necesidad del conocimiento.

Cuando se habla de conocimiento como uno de los ingredientes de la vida buena no se piensa en el conocimiento ético, sino en el conocimiento científico y el conocimiento de los hechos particulares. Si deseamos lograr algún fin, el conocimiento puede mostrarnos los medios. La conducta buena o mala es calificada por referencia a sus consecuencias probables. Si nos proponemos un fin, la ciencia es la que tiene que ayudarnos a descubrir los medios para lograrlo. Todas las reglas morales tienen que ser puestas a prueba examinando si realizan los fines deseados.

Si toda conducta nace del deseo, entonces debe aceptarse que la moralidad de la conducta debe juzgarse por sus probables consecuencias, es decir que deseo que se apruebe la conducta que voy a realizar porque es análogo a los fines sociales que deseamos, y que se repruebe la conducta opuesta. En la actualidad, esto no se hace; hay ciertas reglas tradicionales según las cuales la aprobación y la reprobación se aplican sin tener en cuenta para nada las consecuencias.

Ha habido en épocas diferentes y entre gentes diferentes, muchos conceptos- diversos del vivir bien. Hasta cierto punto, estas diferencias son discutibles; así ocurre cuando los hombres difieren en cuanto a los medios de lograr un fin dado. Algunos opinan que la prisión es un buen medio de evitar el crimen; otros opinan que la educación sería mejor. Ni el Universo ni la vida buena es obra de un Poder Supremo como tampoco, éste es la fuente última de la ley natural y moral.

El mejor criterio para pensar bien es el racionalismo crítico, y éste es un medio para vivir mejor.

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