Editorial Ángulo 7
En este espacio vertirmos la opinión de nuestro medio, siempre con una visión contructiva Credito: Elaboración propia

Pasó el tan ansiado debate a la gubernatura de Puebla. Desde nuestro punto de vista, un debate fluido; aunque fue muy criticado, permitió que los candidatos tanto propusieran, como lanzaran críticas y cuestionamientos.

Eduardo Rivera Pérez, de “Mejor rumbo para Puebla”, jugó su papel: victimizarse, descalificar y contar su papel como alcalde de la ciudad. Primero porque sacó el tema de su supuesto atentado, retomó el caso de Eukid Castañón y Tania Trejo.

Alejandro Armenta Mier, “Sigamos haciendo historia”, se le vio ecuánime. Aprovechó los ataques de Rivera Pérez para señalarle que era un priista vergonzante. Le dijo cómplice del adeudo millonario que se tiene por la construcción del Museo Barroco, las plataformas Audi y la privatización del agua.

Eso es un debate, un intercambio de ideas con críticas fundamentadas. No obstante, en México tiene la cualidad de que son utilizados para lanzar descalificaciones y críticas para ensuciar la reputación del candidato puntero. Todo, habiendo o no pruebas.

Esto por lo regular quien más saca raja política es el segundo lugar, sobre todo, si la diferencia es abismal con el puntero. Recordar que el Partido Acción Nacional (PAN) ha buscado desde los tres niveles en que se lleven a cabo debates.

Recordar que aún no iniciaba la campaña electoral a la presidencia, cuando Xóchitl Gálvez Ruiz le dijo a Claudia Sheinbaum que debatieran antes. Lalo Rivera insistió en más de un debate. Mario Riestra Piña estuvo muy insistente en que se realice entre los candidatos a la alcaldía.

Habría que preguntarle a los poblanos si después de este ejercicio se vio alterado su voto o la opción por la que pensaban votar sigue siendo la misma.