Sin duda, el acceso a un método anticonceptivo (MA) es vital para quienes desean ejercer su sexualidad de manera plena. Sin embargo, existe una gran desigualdad en cuanto a estos métodos para prevenir el embarazo, desde su disponibilidad hasta los efectos secundarios que provocan.
Para los hombres, solo existen dos MA: el preservativo y la vasectomía. En cambio, las mujeres tienen 12 opciones, es decir, cinco veces más: preservativo femenino, diafragma, esponja anticonceptiva, espermicida, capuchón cervical, píldoras, implante subdérmico, inyección, pastilla del día siguiente, anillo vaginal, dispositivo intrauterino (DIU) y la ligadura de trompas de Falopio.
Por una cuestión biológica, la mujer es quien lleva a cabo la gestación, y por lo tanto, en eso se justifica el hecho de que en ella recaiga la mayor parte de la responsabilidad en la elección de los métodos anticonceptivos. Sin embargo, el hombre también juega un papel crucial en el proceso de procreación, aunque él no se enfrenta al mismo dilema sobre la elección de un MA.
Debido al funcionamiento de los métodos anticonceptivos dirigidos a las mujeres, el hombre queda exento de las repercusiones, dejando a la mujer sola en esta carga. No importa la estigmatización, la angustia, la zozobra o el estrés: es la mujer quien enfrenta todo esto sin apoyo.
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Como lo hemos documentado en este medio, a través de testimonios de mujeres y la opinión de especialistas, la industria farmacéutica sigue una lógica machista, percibiendo a la mujer como “una fábrica de hacer bebés”.
Por ello, no importa que los anticonceptivos provoquen desequilibrios hormonales, alteren su metabolismo, generen cambios emocionales o incluso problemas psicológicos. Esta parte de la industria debe renovarse en consonancia con los avances actuales en derechos humanos. Es decir, vivimos en una época en la que se cuestionan las relaciones de poder y la subordinación de la mujer.
En este contexto, es esencial no solo garantizar una gestación plena, sino también el derecho a ejercer la sexualidad sin estigmas. Para lograrlo, es importante desarrollar un método anticonceptivo que involucre al hombre en esta decisión y que rompa con la idea de que las mujeres son “fábricas de bebés”. Ese es el reto para los próximos gobiernos.