Editorial Ángulo 7
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Pocas veces hemos visto a Eduardo “Lalo” Rivera Pérez en la escena pública desde las elecciones del pasado 2 de junio. Esta vez se le vio en el último informe de su sucesor en la alcaldía de Puebla capital, Adán Domínguez Sánchez.

En medio del júbilo y la celebración por lo que describieron como una “gestión de resultados” para la sociedad, Rivera Pérez estuvo presente, a pesar de que el Partido Acción Nacional (PAN) de Puebla perdió las elecciones frente a Alejandro Armenta Mier, su contrincante.

En sus declaraciones posteriores al informe, Rivera Pérez reafirmó su intención de buscar la dirigencia del PAN, aunque aclaró que lo haría “siempre y cuando su equipo se lo pida”. Actualmente, forma parte de la planilla de Jorge Romero, quien busca la dirigencia nacional del blanquiazul.

Dentro del partido, hay muchas críticas por parte de los militantes de cepa, quienes señalan que no hubo una explicación profunda sobre la derrota electoral y que, en parte, responsabilizan a Rivera Pérez de haber conducido al partido a esa situación. Hasta ahora, el político no ha realizado una autocrítica sobre su papel en los resultados.

El PAN argumenta que la derrota se debió a dos factores fundamentales: el empuje de Morena y el atractivo de su candidata presidencial, Xóchitl Gálvez Ruiz. Sin embargo, este hecho quedó en el olvido y ya nadie toca el tema.

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Parece que la consigna es “borrón y cuenta nueva”: como si nada hubiera pasado, el partido sigue adelante. Rivera Pérez, bajo el cobijo del PAN, parece estar ya en campaña para convertirse en el próximo dirigente estatal. Esa es, al menos, la actitud que refleja Augusta Díaz de Rivera Hernández, actual presidenta del PAN Puebla.

Lo que fue la “noche triste” del 2 de junio, parece haberse transformado en una mañana alegre para el excandidato a la gubernatura. La derrota, en lugar de hundirlo, parece haberlo catapultado a las grandes esferas del partido. Aun así, su aparición junto a Adán Domínguez no deja de ser agridulce.