Círculo de Escritores Ibero Puebla
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Por: Mtra. Alejandra Alpuche Vélez

El pasado 25 de octubre el huracán Otis tocó tierra en Acapulco, desde ese momento y hasta la fecha, la devastación que dejó su paso sigue cuantificándose de diversas maneras: en pérdidas humanas, en daños a la infraestructura, en falta y recuperación de las líneas de comunicación, en afectaciones a hoteles e infraestructura turística principalmente, en número de productos robados o sustraídos, en cantidad de víveres y apoyos humanitarios enviados y entregados, en personal militar y de gobierno atendiendo la crisis, en enfermedades causadas por las condiciones insalubres, en cantidad de damnificados, en tiempo previsto para la restauración y recuperación, en movilización comunitaria y en costos económicos, entre otras cosas.

Asimismo, ha puesto en evidencia, una vez más, la vulnerabilidad del ser humano ante los desastres naturales, sobre todo cuando no se está preparado, y es que este huracán en particular pasó de categoría 1 a categoría 5 en muy corto tiempo, aumentando su velocidad e impactando al puerto con una intensidad sin precedentes.  Lo anterior, es una prueba más de los efectos del cambio climático, es decir de la alteración de todos los parámetros climáticos de la Tierra causado por el aumento de la temperatura en el planeta, y que, entre otras cosas, provoca la intensificación de fenómenos climatológicos como los huracanes.

En este sentido, la situación de Acapulco también refleja que los efectos del cambio climático impactan con mayor contundencia a las poblaciones más vulnerables porque, aunque las afectaciones son las mismas y los acapulqueños tienen los mismos retos hacia el futuro próximo, éstos no se viven, ni se resuelven de igual manera en las comunidades de Cacahuatepec, que, en la zona de Acapulco Diamante, lo que nuevamente saca a la superficie las desigualdades de las que adolece México.

Por otro lado, este tipo de fenómenos también puede provocar desplazamientos de personas que terminan moviéndose de un lugar a otro, porque lo han perdido todo y ya no existen condiciones dignas y humanas para seguir viviendo en ese lugar, poniéndole de esta manera, rostro a grupos de personas denominados “refugiados climáticos”, como los que abandonaron sus casas en Tuvalu por la subida del nivel de las aguas, los que se fueron por la sequía en Senegal, o migraron por inundaciones en Mozambique.  Y es que el cambio climático está ligado intrínsicamente a la justicia, porque termina siendo también un asunto de derechos humanos, de igualdad de género y de justicia intergeneracional; por lo tanto, los primeros gritos que se han escuchado (y se seguirán escuchando), son los de las personas que han sufrido más los efectos de este tipo de fenómenos naturales.

Sin embargo, las personas no son las únicas que gritan, muchos animales domésticos, refugios y santuarios, así como vida animal silvestre también fueron afectados, poniendo en riesgo el equilibrio ambiental que construyen todos los seres vivos en el planeta.

Pero el grito que subyace a todos los demás, es el de la misma Tierra, que alerta e indica con la intensificación de éstos y otros fenómenos naturales en México y el resto del mundo, que algo no anda bien, que los síntomas son claros y que se requiere atención cada vez más urgente.

Lo sucedido en octubre de este año, así como en otras ocasiones, debería obligar a concretar un cambio de paradigma acerca de la visión que tenemos del planeta como seres humanos, es decir pasar de ver a la Tierra como una proveedora inagotable de recursos, y más bien reconocerla como la casa común de todos que requiere de cuidados. 

Ese grito desde Acapulco, debería ser un llamado muy claro a prevenir, a prepararse, a cambiar y a reconstruir, pero no desde la lógica del mercado, sino desde la perspectiva del cuidado y la justicia climática. Es decir, a caer en cuenta de que “…el objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (Iglesia Católica & Francisco, 2015, p.18).

Iglesia Católica. Papa (2013 – : Francisco)., & Francisco, P. (2015). Laudato SI’: Carta encíclica del Sumo Pontífice Francisco : a los obispos, a los presbíteros

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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