La palabra «demiurgo» deriva de demiurgus, una forma latinizada del griego δημιουργός o dēmiurgós y significa, literalmente, ‘maestro’, ‘supremo artesano’, ‘hacedor’. Originalmente era un sustantivo común que significaba ‘artesano’, pero gradualmente pasó a significar ‘productor’ y finalmente ‘creador’.

Su uso filosófico y su uso como un nombre propio derivan ambos del Timeo de Platón (360 a. C.), en donde el demiurgo es presentado como el creador del universo. En las escuelas de filosofía platónica y neopitagóricas el demiurgo es una figura similar a la de un artesano, responsable de dar forma y mantener al universo físico.

En el mundo antiguo el demiurgo se concibió de básicamente tres maneras: en primer lugar, como el que da forma al mundo real y perceptible según el modelo de las Ideas de Platón y neoplatónicos; también se concibió como un ser malévolo, ya que está vinculado al mundo material (dualistas: el universo material es malo, mientras que el mundo inmaterial es bueno); o como se conceptualizó en el sistema de Valentin (un gnóstico egipcio del s. II, cuya escuela constituye la rama más importante y sistemática del gnosticismo de esa época), en donde el demiurgo era simplemente un ser ignorante o confundido. Según Ireneo, enemigo de los valentinianos, éstos creían que en el principio había un Pléroma (plenitud). En el centro del Pléroma se encontraba el Padre primigenio o Bythos, el comienzo de todas las cosas y quien, tras eras de silencio y contemplación, proyectó treinta eones, arquetipos celestiales que representan quince sizigias o pares sexualmente complementarios. Entre ellos estaba Sophia.

La debilidad, curiosidad y pasión de Sophia llevaron a su caída del Pléroma, y a la creación del mundo y del hombre, ambos con defectos. Sin embargo, el hombre, el ser más elevado en este mundo material, participaba tanto de la naturaleza espiritual como de material. De esta manera el trabajo de redención consistía para los valentinianos en liberar a la primera de la segunda. Para ello se requería reconocer al Padre, la profundidad de todo ser, como la verdadera fuente de poder para alcanzar la gnosis (conocimiento). Los valentinianos creían que el alcanzar este conocimiento por parte del individuo humano tenía consecuencias positivas dentro del orden universal y contribuía a restaurar ese orden, y que la gnosis, y no la fe, era la clave para la salvación.

Hoy día basta con solo imaginar que el hombre, conscientemente ignorante, busca el orden y que el conocimiento del mismo es la clave de su salvación. En esta visión no es necesaria la hipótesis de un demiurgo y que éste tenga relación alguna con la idea de un Ser creador de las estrellas, la Tierra y la Luna, las plantas, los animales y los hombres. A Pierre Simon Laplace, Napoleón le preguntó qué papel cumplía Dios en su obra científica, Mecánica Celestial, y Laplace respondió que no tenía necesidad de esa hipótesis.

Ahora imaginemos que el Universo material -producto de un gran estallido inicial-, contienen una suerte de mensaje. A este mensaje llamémosle código cósmico, y ejemplos de la existencia de este código cósmico serían:  la teoría cuántica, la teoría de la relatividad, las leyes de la combinación química y la estructura molecular y las reglas que rigen la síntesis de las proteínas y el modo en que se reproducen los organismos. Si imaginamos ambas cosas -un código cósmico y el Universo- podemos suponer al Universo como emisor y mensaje al mismo tiempo, y vínculo de comunicación entre él y los humanes.

Preguntémonos ahora qué papel juegan las matemáticas como instrumento de los humanos para interpretar o construir el código cósmico. ¿Qué ocurre con la matemática? ¿Existe un “mensaje” en la estructura de la matemática, tal y como suponemos tiene la estructura del universo físico?

Una característica de la matemática que está siendo cada vez más acentuada hoy en día, es que no es producto de la nada, sino de cerebros humanos o de computadoras. El pensamiento matemático no existe por sí mismo en una suerte de estadio lógico, sino que debe ser materializado en una estructura como un cerebro. Las estructuras materiales obedecen a las leyes de la naturaleza -el código cósmico- y tal vez esto limita el tipo de matemática que puede generarse. La conexión entre matemáticas posibles y el código cósmico es más íntima de lo que pensamos.

Con estas premisas preguntémonos: ¿qué está ocurriendo en el campo de la inteligencia artificial y de la conciencia artificial?, ¿qué buscan los científicos, y por qué tienen razones para esperar algún resultado en su búsqueda especialmente cuando se aplican a las ciencias naturales y cognitivas?

Es en una visión muy cercana a los heréticos valentinianos que los humanes desarrollando el método científico junto con el uso de la matemática es que se ha dado a la tarea de construir diferentes códigos cósmicos y con ello “aprender” las reglas que rigen el mundo material, la manera en que es generada la materia y organizado la vida. Este conocimiento, a su vez, sienta las bases de una nueva tecnología: equipos médicos, sistemas de comunicación electrónicas, biotecnología, energía nuclear; tecnologías todas ellas que modifican profundamente la condición humana y las oportunidades de desarrollo social. En cierto sentido, entonces, el programa de desarrollo histórico humano ya está escrito en el código cósmico. Es así que los nuevos códigos cósmicos interdisciplinarios se están conjuntando para desarrollar artefactos inteligentes y conscientes. Tales desarrollos modificarán profundamente la condición humana y las oportunidades de desarrollo social.

Es la debilidad, curiosidad y pasión de la Sophia valentiniana quien ha inspirado el racionalismo-crítico y no la fuerza de la fe -cualquiera que sea- quién está marcando el camino hacia la comprensión y el amor universal.

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