Humberto Sotelo

Si algo distinguió a don Pablo González Casanova fue el mostrar que sí era posible ser un distinguido académico e intelectual, y  a la vez un defensor de las causas populares, identificado plenamente con todos aquellos movimientos que luchan por la liberación de los oprimidos.

Si examinamos su personalidad a la luz de la mayoría de los rectores que ha tenido la UNAM en las últimas décadas (vgr. Enrique Graue, Jorge Carpizo, José Narro Robles, Francisco Barnes, etc.),  veremos que su figura se acrecienta a extremos indescriptibles, apareciendo quasi como un gigante rodeado de enanos.

El único rector de nuestra era que podría estar a su altura fue su antecesor,  Javier Barros Sierra,  quien defendió a la UNAM de la manera más digna que pueda concebir,  cuando el gobierno de Díaz Ordaz decidió recurrir a la bota militar para apaciguar el movimiento estudiantil que estalló en 1968, en esa institución y en la mayoría de las principales instituciones educativas de nivel superior del país.

En cuanto Barros Sierra culminó su etapa como rector, todos los universitarios progresistas de la UNAM y del país clavaron su mirada en don Pablo González Casanova, quien desde hace muchos años ya venía destacando  como académico y como universitario totalmente identificado con los ideales de la reforma universitaria.  Su libro La Democracia en México –publicado en 1965—se convirtió en una obra de consulta imprescindible para los investigadores y estudiosos de la vida política y social del país.    Como ha señalado Lorenzo Meyer,  dicho libro es el primer gran estudio general del sistema político contemporáneo hecho por un mexicano, desde una perspectiva mexicana y académica. La obra colocó en el centro del debate nacional una agenda de investigación y una metodología para conocer el país (Vid. Luis Hernández Navarro, La Jornada, 19 de abril de 2023).

Fue investigador de El Colegio de México (1950-1954); profesor visitante de la Universidad de Oxford (1974); profesor titular de la Universidad de Cambridge (1981-1982) y profesor visitante de la New School For Social Research (2000).  Se desempeñó como secretario general de la Asociación de Universidades de 1953 a 1954; presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología y miembro del Consejo Directivo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. También destacó como integrante del Centro Latinoamericano de Investigaciones Sociales de la World Commission on Environment and Development y del Comité Editorial del International Social Journal; fue miembro de la Association Internationale des Sociologues de Langue Française (Vid. Revista Expansión, 19 de abril de 2023).

Su breve paso por la rectoría de la UNAM (/1970-1972) dejó una huella indeleble.  Entre sus iniciativas más notables destaca la creación de la Universidad Abierta y de los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH), mismos que le abrieron paso a un sistema de enseñanza sumamente avanzado e intrépido para la época, máxime si tomamos en consideración la intolerancia que mostró el régimen hacia las universidades públicas.  Lamentablemente algunas de las principales fuerzas de izquierda del país (entre ellas el Partido Comunista Mexicano) no aquilataron de manera adecuada la labor de don Pablo, contribuyendo de manera decisiva a su renuncia como rector en 1972, a raíz de la creación del Sindicato de Trabajadores de la UNAM  (Stunam).

Ello no le impidió, desde luego, continuar promoviendo proyectos académicos de enorme relevancia desde instancias tales como la dirección del Instituto de Ciencias Sociales, al que dirigió de 1966 a 1970.  Aparte de investigaciones fundamentales sobre nuestro país, coordinó estudios y publicaciones de gran alcance sobre los principales problemas de nuestro hemisferio latinoamericano, la mayoría de ellas editadas por Siglo XXI.

En contrapunto a sus actividades académicas, don Pablo se  vinculó a no pocos de los principales movimientos revolucionarios que estallaron en América Latina;  en particular sostuvo nexos muy estrechos con la Revolución cubana, a la que respaldó sin titubeo alguno, al lado de personalidades como Carlos Fuentes y  Fernando Benítez. Su  solidaridad con la revolución  le valió la entrega de la Orden José Martí en 2003, máxima condecoración que se otorga a un ciudadano extranjero por parte del gobierno cubano.

También apoyó de manera abierta al gobierno de la Unidad Popular de Chile, encabezado por Salvador Allende, y manifestó su solidaridad con los movimientos sociales que se resistieron a las dictaduras que surgieron en el Cono sur en la década de los setenta.

Fue uno de los primeros intelectuales de nuestro país –si es que no el primero—en cuestionar enérgicamente el proyecto neoliberal que se impuso en nuestro país con el arribo de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia.  Ello lo llevó a saludar el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), al que respaldó no sólo con sus escritos sino también en diversos eventos públicos.

En abril de 2012, gracias a las gestiones del entonces director del Programa de Estudios Universitarios de la BUAP, Rafael Torres Rocha, y del investigador de esta dependencia, Sinar Suárez Sánchez, don Pablo accedió a visitar nuestra institución, exponiendo la conferencia “Viejas y nuevas luchas de la Universidad Latinoamericana”, misma que se llevó a cabo en el Auditorio Julio Glockner, el viernes 27 de abril.  Ahí los universitarios tuvimos la oportunidad de constatar que, no obstante el paso de los años, aquél continuaba siendo el mismo académico brillante, y el mismo hombre entusiasmado con la lucha por la libertad.

Valga este modesto artículo como un homenaje a la memoria de tan ilustre universitario.

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