En los últimos cinco siglos han estallado por doquier movimientos democráticos que políticamente hacen despertar su contraparte autoritaria. Los democráticos, sin identidades regionales, han pretendido abrir la sociedad mientras y abatir privilegios de los autoritarios.

Los primeros no solo juzgan las políticas implementadas sino se han convertido creadores de políticas. Los democráticos ha luchan para sacar adelante sus propias iniciativas, en el trabajo y en el placer. Los autoritarios intentan mantener las relaciones de poder donde, tanto en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de sujetar su razón, emociones y sensibilidad a un jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando.

Los autoritarios pretenden mediante instituciones como medios de comunicación, iglesias, escuelas, y partidos políticos establecer las rutinas de la vida cotidiana; las cosas se harán sólo si ellos permiten hacerlo. Pretenden con la reafirmación de hábitos largamente practicados de que las mayorías no tomen conciencia de que pueden actuar con independencia, de que pueden ser capaces de modificar las relaciones existentes.

Es frente a los autoritarios que surgen los movimientos contra la guerra, la violencia, el racismo, la corrupción, y las demandas feministas, de la diversidad sexual, y creaciones artísticas como el blues y el jazz.

Los democráticos son movimientos que, en el fondo, reivindican, los detalles, las pequeñas cosas; su contraparte intenta justificar el autoritarismo y las desigualdades amparándose en conceptos como grandes naciones, grandes líderes, grandes clases, grandes Ideas… Esta segunda concepción, la de los autoritarios, ha generado en el ámbito académico la idea de que, es necesario conocer las leyes que rigen el desarrollo histórico, para comprender el significado de la comedia representada en el escenario histórico y para ser capaz de predecir las evoluciones futuras de la humanidad.

Esta comprensión, dicen, será la base sólida de la política que podrá suministrar consejos prácticos acerca de las decisiones políticas que pueden tener éxito o que están destinadas al fracaso. En tanto que el hombre corriente acepta sin consideraciones ulteriores su modo de vida y la importancia de sus experiencias personales y pequeñas luchas cotidianas.

El paradigma está cambiando. La concepción teísta de la soberanía está siendo desplazada por la concepción de la soberanía popular que no acepta que haya grupo alguno privilegiado para gobernar la Tierra.

La soberanía popular seguirá avanzando porque nada justifica el que haya una voluntad sobrenatural que tenga decidido la permanencia de la subordinación de unos cuantos sobre los demás. Tampoco hay alguna ley natural, ni espiritual, ni económica que justifique el racismo y el clasismo, así como la violencia que siempre los ha acompañado.

La puerta de una sociedad amorOsa se está abriendo cada vez más por la acción de los democráticos.

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