Era un domingo como cualquier otro. Después del desayuno con los tamales como platillo principal y con una segunda taza de café me llegó, súbitamente, el recuerdo de una canción publicada por primera vez en 1968, cantada por Barry Ryan y escrita por su hermano gemelo Paul. La canción dura un poco más de cinco minutos. Es una canción de amor que narra una historia donde una de las partes es Eloise, la mujer amada. ¿Quién es el amante de Eloise? Nada más y nada menos que Pedro Abelardo (1079-1142) que llegó a ser considerado el compendio del erudito libertino. Juntos, Pedro y Eloise fueron protagonistas de la más famosa, extraña y trágica historia de amor de aquella época.

Pedro Abelardo, nacido cerca de Nantes en 1079, alcanzó renombre inicialmente como lógico y como filósofo escolástico. Hoy Pedro es recordado junto con Eloísa (1092-1164). Abelardo fue también un famoso compositor de canciones.

La primera representación de Eloísa, junto a Abelardo, es una ilustración de una edición del siglo xiv del Roman de la Rose; más tarde el pintor Edmund Blair Leighton dejó una huella de la relación de Abelardo y su alumna Heloisa, en una pintura de 1882.

Pedro Abelardo, nacido cerca de Nantes en 1079, alcanzó renombre como lógico y como filósofo escolástico pero es recordado hasta hoy junto con Eloísa, y su famoso relato y epistolario de la relación entre ellos, que constituye una serie de documentos clave en la historia del amor y la sexualidad. Estos textos han cautivado tanto a los lectores que la reputación de Abelardo como pensador se ha visto poco a poco eclipsada por su fama de amante desdichado. Abelardo y Eloísa alcanzaron tanta notoriedad que fueron celebrados en el Roman de la Rose, reconocidos por Chaucer, y han servido de inspiración para novelas, obras de teatro y muchos amoríos posteriores.

Eloísa d’Argenteuil, fue una de las mujeres más brillantes de su tiempo, docta en latín, griego y hebreo, en un época en que casi ninguna mujer podía cursar estudios de ningún tipo. Abelardo la llama nominatisima (“muy renombrada”). En una carta de Pedro el Venerable menciona que oyó por primera vez el nombre de Eloísa debido a su reputación de “docta en letras”, “sabia en asuntos seculares” y “estudiosa de gran virtud y mérito”, todo esto antes del romance que la condujo a una vida religiosa. Sus escritos revelan a una mujer de intelecto tan agudo como apasionado espíritu.

En París durante la Edad Media, Abelardo atrajo a miles de seguidores de todas partes de Francia e inclusive desde Roma. “Ni grandes distancias ni cordilleras, ni hondos precipicios, ni caminos peligrosos, ni el miedo a los asaltantes, impedía a los estudiantes acudir a ti”, recordaría el monje Fulk, quien añade que, tras la caída de Abelardo, las mujeres de París lloraron cual si la desgracia hubiese abatido a sus propios amantes o esposos. Eloísa, por su parte, declara en recuerdo de los días de su romance: “¿Qué rey o filósofo podía igualar tu fama? ¿Qué distrito, ciudad o aldea no anhelaba verte? Cada esposa, cada muchacha te deseaba en tu ausencia y se inflamaba en tu presencia”.

Mientras Eloísa vivía en París con su tío, el canónigo Fulbert, cayó bajo el influjo de Abelardo, primero como alumna y luego como amante. Al quedar embarazada Eloísa, Abelardo se la llevó a su Bretaña natal, donde vivió en casa de su hermana hasta que nació su hijo. Después Abelardo la llevó de vuelta a París, donde la pareja se casó en una ceremonia secreta con Fulbert presente. Pero el tío montó en cólera cuando Abelardo se negó a reconocer su matrimonio públicamente, negativa que apoyó Eloísa. Cuando Abelardo decidió internar a Eloísa en un convento en Argenteuil, cerca de París, el tío interpretó esto como un vergonzoso repudio de su responsabilidad, que equivalía a divorciarse de su sobrina tras haberla deshonrado. Ayudado por amigos y familiares, planeó un ataque contra Abelardo en medio de la noche. Los conspiradores sobornaron a un sirviente para acceder a la habitación donde dormía el estudioso, y entonces, en palabras de Abelardo, “se vengaron de mí de un modo tan espantosamente cruel y bárbaro que conmocionó al mundo entero; me cortaron las partes del cuerpo con las que había cometido la afrenta de que me acusaban”.

Después de este ataque, Abelardo se retiró a una vida monástica y, por un tiempo, subsistió como ermitaño en una choza de juncos y paja. Pero incluso en este escenario los estudiantes seguían acudiendo a él, y construían sus propias cabañas cerca de la de su maestro. Más tarde se trasladó a la abadía de Saint-Gildas-de-Rhuys, en Bretaña, donde sirvió como abad y continuó escribiendo y desempeñando un papel prominente en los debates intelectuales de la iglesia. Tras un retiro similar a la vida religiosa, Eloísa llegó a ser abadesa del oratorio del Paracleto en Ferreux-Quincey. La relación de la pareja continuó por la vía epistolar, pero ahora Abelardo adoptó la postura de consejero espiritual y no la de amante. Pedro en sus cartas muestran más resignación con su destino que las de Eloísa, quien proclama valientemente: “Los hombres me llaman casta; no saben lo hipócrita que soy”, y admite tener “visiones lascivas” de sus pasados placeres, incluso durante la celebración de la misa. Por su parte, Abelardo ahora enviaba a Eloísa canciones religiosas para sus monjas en lugar de las letras amorosas que solía componer.

En el relato autobiográfico de su trágico romance, Abelardo menciona de pasada estas expresiones musicales de su pasión: “Mientras más absorto estaba en estos placeres, menos tiempo podía dedicar a la filosofía y menos atención prestaba a mi escuela. Al flaquear mi interés y mi concentración, mis conferencias carecían de toda inspiración y se volvieron repetitivas; no podía hacer otra cosa que repetir lo que había sido dicho hacía tiempo, y cuando la inspiración venía a mí, era para escribir canciones de amor, no los secretos de la filosofía. Muchas de estas canciones, como sabéis, siguen siendo populares y son cantadas en muchos sitios, sobre todo por aquellos que disfrutan del tipo de vida que llevaba yo.

Eloísa recordaría: “Dejasteis muchas canciones y versos de amor que alcanzaron gran popularidad por el encanto de sus palabras y melodías y mantuvieron vuestro nombre en labios de todos, por  la belleza de esos aires ni aun los analfabetos te olvidaran. Y como la mayoría de esas canciones hablaba de nuestro amor, pronto me hicieron famosa y despertaron la envidia de muchas mujeres contra mí”.

Ninguna de estas canciones de amor ha sobrevivido. Algunos han sugerido que Abelardo pudiera ser el autor de algunas de las letras de amor anónimas en latín de finales de la Edad Media, por ejemplo el “Hebet sidus” encontrado en el manuscrito del Carmina Burana, compilado casi cien años después de la muerte de Abelardo en 1142: “Cuántos besos de sus labios robé al impulso de la ocasión nocturna. Pero ella se consume, sin esperanza de consuelo. La flor de su juventud se marchita. Ojalá esta gran distancia que nos aparta pudiera ser borrada, para que la separación que padecemos nos otorgue legítimos derechos cuando estemos unidos”.

La carrera de Abelardo coincide con los albores del movimiento trovadoresco y con ellos la canción de amor terminaría por encontrar defensores y partidarios en toda la sociedad europea y más allá.

Te invito a escuchar a Barry Ryan cantando Eloise 1968 (Original Video)

https://www.youtube.com/watch?v=2Q1f3LQht5k

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