*Por: Mtra. María Guadalupe Hernández Chávez

La música es un estado de ánimo, un sentimiento, una elección. En los años sesenta había una consola en mi casa. Era un mueble grande de madera café que tenía un compartimento para guardar ahí mismo los discos de acetato y ocupaba mucho espacio en la sala. Como solo había una consola, quien la prendía primero elegía la música que oía toda la familia. La mayor parte del tiempo era la música que escogía mi papá, pero a veces, yo ganaba y se escuchaban rondas infantiles y canciones del grillito cantor que salían de un LP (Long Play) de 33 revoluciones por minuto. Esas melodías me hacían sentir feliz, no importaba que Mambrú se fuera a la guerra o que la muñeca fea estuviera escondida por los rincones, no sentía pena por ellos, yo era feliz cantando y bailando. La música era solo alegría, pero un día, la música me hizo sentir triste y envidiosa.

La canción que me entristeció salía de la recámara de mi hermana mayor. Si cierro los ojos, aun puedo recordar con detalle la puerta que siempre me cerraba el paso y estaba decorada con flores multicolores y el símbolo de amor y paz, pero esta vez la puerta estaba abierta, así que entré y vi su tocadiscos. Era color de rosa, venía en un estuche pequeño y cabía en su mesa de noche. Me quedé hipnotizada por el disco de 45 revoluciones por minuto que giraba y le decía a una tal Ana que tuviera compasión, que no dejara a su amigo, y el cantante le advertía si lo haces te has de arrepentir y sé que has de sufrir ya verás” ¡Pobre del amigo de Ana!

¡Pobre de ti si tocas mis cosas! El grito de mi hermana me sacó de mi ensoñación y de la recámara. Fue entonces cuando sentí envidia ¿Por qué yo no tengo un tocadiscos¿Por qué no puedo escuchar música a solas?  Y ya entrada en los reclamos y sin que vinera a cuento, le pregunté a mi mamá ¿Por qué no puedo usar minifaldaPorque eres todavía muy pequeña, dijo ella. ¡Cómo deseaba entonces tener 16 años!

Cada cumpleaños, día de reyes o navidad pedí un tocadiscos, pero no me lo dieron. Después de nueve años llegó mi edad anhelada ¡Por fin tenía 16 años! sin embargo, lo que me regalaron mis papás fue una grabadora, así que no tuve un tocadiscos y tampoco quise usar minifalda. Ya no sentía pena por el amigo de Ana, ahora quería saber How deep is your love y bailar al ritmo de Dancing Queen o Night Fever. También fue la época en que descubrí a Nicola de Bari y los días del arcoíris y me sentía empoderada cantando We are de Champions. La música volvió a ser para mí alegría sin ninguna clase de envidia.

En los años 80 escuchaba en casetes melodías que me hacían sentir cursimente enamorada del amor que se pinta de cualquier color. Me imaginaba cómo sería estar parada sobre una muralla capaz de dividir todo lo que fue de lo que será, y me preguntaba cómo sería ella, la que existió sólo en un sueño y le dio vida a una triste canción de amor.

Cuando estuvieron de moda los CD (Compact Disc) me di a la tarea de cambiar por ellos mis casetes. Si hubiera sabido vislumbrar el futuro, me habría dado cuenta de que eso fue infructuoso, pues años después pude pasar toda mi música a una USB (Universal Serial Bus) que cabe en la palma de mi mano, y ahora, está en algún lugar del ciberespacio en mi lista de reproducción a la que puedo acceder desde mi computadora, tableta o celular.

Mis gustos musicales son muy eclécticos. De mi papá aprendí a apreciar la versatilidad de José Alfredo Jiménez, con él, uno puede sentirse romántico, despechado o muy mexicano, creo que tiene una canción para cualquier sentimiento. Me gustan los tangos porque son apasionados y trágicos, casi como la música ranchera. La música que me gusta escuchar sin duda revela mi edad. Me sigue gustando la música setentera. Amo a Queen y a The Beatles, así como al rock en español. Me gusta la salsa, la cumbia y la bachata, pero también el piano de Di Blasio y el saxofón de Kenny G.

Los tiempos han cambiado. Mis hijos ya no tienen que escuchar la música que me gusta, simplemente se ponen sus audífonos y disfrutan música que rara vez compartimos. No sé hasta dónde eso nos aleja un poco, o si habrá alguna música que, cuando yo no esté, les haga recordarme. Lo pienso porque gran parte de la música que me gusta está ligada a las preferencias de mis hermanos mayores, a mis recuerdos juveniles y a los gustos de mis padres. Ahora que ellos ya no están conmigo, si escucho a Luis Arcaraz, por ejemplo, cierro los ojos y me imagino bailando con mi papi. Y cuando me quiero sentir más cerca de mi mami, pongo alguno de los LP de Agustín Lara y me pienso dormida en su regazo. Sí, guardé algunos de esos discos LP de mi infancia, los más significativos, y los escucho en el tocadiscos que por fin compré en un bazar hace unos años.

Suspiro al pensar que han pasado casi 50 años desde que quise tener un tocadiscos para escuchar música a solas, ya no lo necesito, pero solo por volver a escuchar música junto a mis padres ¡Cómo sigo deseando tener 16 años!

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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