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*Por: Mtra. Tamara P. Caballero Guichard

Hablar de evaluación se ha vuelto un tema común en las escuelas. Pues mientras que en el pasado realizar únicamente exámenes era válido, actualmente un profesor que se limita solo a ello es bastante mal visto.  Hoy podemos hablar de evaluaciones diagnósticas, formativas, sumativas, coevaluaciones, heteroevaluaciones, autoevaluaciones y muchos etcéteras que se podrían sumarse aquí.

En medio de esta gran diversidad que pone el foco en las escuelas no solo en cómo se enseña sino en cómo se evalúa lo que se enseña y lo que se aprende, es que vale la pena volver a revisar la noción orientadora de lo que realmente representa la evaluación, y cuál es el sentido que tiene en nuestra práctica docente, detenernos en el por qué, para qué y qué, antes de irnos directo al cómo como sucede regularmente.  Pues creo firmemente que la evaluación y los instrumentos de evaluación no deben ser un tema de moda, mucho menos un mandato que puede perder el argumento de valor, desvinculándolo del quehacer cotidiano y de los propósitos de la clase. Lo que vuelve a la evaluación y sus múltiples posibilidades un mero check list de la supuesta práctica idónea.  Más bien, esta variedad de aproximaciones, de estrategias e instrumentos de evaluación deben ponerse al servicio de la situación de la clase, de sus propósitos y de los principios formativos que orientan nuestro quehacer cotidiano. Lo que implica una reflexión mucho más profunda sobre por qué, para qué, qué y cómo evaluar.

Evaluar en un sentido amplio dentro del campo educativo representa una práctica inherente a la enseñanza que permite indagar sobre el nivel de formación que van alcanzando nuestros estudiantes, al mismo tiempo que valorar nuestra propia labor y reflexionar en torno a ella para reorientarla.  Aquí hago un énfasis en la palabra práctica para referirme a la evaluación, pues mientras que un proceso es propiamente el conjunto de pasos sucesivos que permiten la consecución de un objetivo, hablar de práctica lleva la noción de la evaluación a una esfera más amplia y simbólica. Representa entonces una actuación compleja e integrada, que contiene una serie de procesos, donde intervienen significados, percepciones y acciones de los actores implicados en dichos procesos, situados en un contexto específico.

En este sentido, es que tenemos que preguntarnos ¿por qué es valiosa la evaluación para mí como docente? ¿por qué es valiosa para mis estudiantes?, ¿por qué es valiosa para la institución para la que laboro? ¿para qué evaluar su aprendizaje? ¿qué le aportaría a mi estudiante? ¿Qué me permitiría ver a mí? ¿Cuál es la diferencia entre realizar un examen o evaluar el desarrollo de un proyecto¿En cuál podrían demostrar lo que han aprendido mis estudiantes?

En estas preguntas y otras que se derivan de estas, se encuentra el corazón de la evaluación y nos permiten verla como parte inseparable de lo que hacemos y distinguirla de entregar simplemente un número que puede no decirnos mucho, ni a nosotros ni a los estudiantes.  Nos permite responder a las preguntas porqué evaluar y para qué evaluar, que dan sentido a lo que hacemos, y nos empieza a dar pistas también para saber qué evaluar.

Me detendré un poco en el qué evaluar, porque me parece que muchas veces es una pregunta que pasa desapercibida (aunque menos que las anteriores) en dos sentidos, casi opuestos. En un primer sentido, el qué evaluar parece está supeditado a todas las actividades que se realizan en la práctica cotidiana, y no se reflexiona en profundidad sobre qué actividades realmente contribuyen y permiten realizar una evaluación auténtica. Y en segundo sentido, casi opuesto como les comentaba, se piensa como un producto o proceso totalmente distinto o separado de lo que se está realizando en el día a día.  En ambos casos, lo importante es revisar los propósitos que orientan mi clase, las condiciones de mi práctica y conocer a mis alumnos para poder decidir que objeto es más apropiado para evaluar el nivel de desempeño de mis estudiantes. Es decir, tendríamos que analizar cuál me permite tener más información para tomar decisiones sobre mi enseñanza y les permite a mis estudiantes tener más información sobre su aprendizaje.

La evaluación está entrelazada con la enseñanza, por lo que es importante reflexionar sobre la una y la otra de la mano, de tal forma que no hagamos esfuerzos extra que nos pudiéramos haber ahorrado con una mejor planeación, ni consideremos todas las actividades en el mismo nivel o con la misma prioridad para que formen para de una evaluación que realmente aporte a la toma de decisiones y mejora de las experiencias de aprendizaje.

En tanto el qué evaluar, va ligado directamente al porqué y paraqué evaluar en el contexto específico de mi clase, y a partir de las respuestas a estas preguntas es que podemos pasar a preguntarnos cómo llevar a cabo la evaluación, en qué momento y con qué instrumento.   La pregunta ¿cómo evaluar? pierde su rumbo sin un sentido construido reflexiva e individualmente. Los invito a repensar su práctica evaluativa de una manera más profunda antes de preocuparse meramente por cuál rúbrica o lista de cotejo aplicar.

*Licenciada en Procesos Educativos por la Ibero Puebla, Maestra en Educación con Especialidad en Currículum Escolar por Pontificia Universidad Católica de Chile, donde fue becaria del programa de cooperación internacional Mexico-Chile. Actualmente estudia el Doctorado en Interinstitucional de Educación en la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha escrito artículos de opinión y artículos científicos para revistas como CPU-e y la Revista Iberoamericana para la Investigación y el Desarrollo Educativo. Cuenta con más de cinco años de trabajo en Investigación Educativa, así como en consultoría y desarrollo de proyectos curriculares de forma independiente. En este momento se desempeña como académica en la Coordinación de Formación Integral de Profesores y Tutores de la Ibero Puebla, además dirige la organización Bildung: acompañamiento educativo a lo largo de la vida.

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