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Resulta interesante observar las posibilidades que el pensamiento de las personas puede asumir en las lides políticas. En el discurso que las cristaliza no hay pensamiento complejo, transdisciplinariedad, visión integral, o criterios de verdad sobre la realidad política materia de debate; se privilegia el argumento sesgado, descalificante, que pone el interés de grupo o facción por encima del de nación. Este método es practicado de manera unánime y sin cortapisa por el espectro opositor. Sus trazos indispensables los ha brindado, magistralmente, la senadora por el PRI, Beatriz Paredes Rangel, cuyos argumentos de crítica exhiben las características propias de ese discurso con que la oposición confronta la gestión del presidente de la república. Su punto de partida epistemológico, desenvolvimiento ideológico y conclusiones guardan un riguroso orden que lo hacen sistémico y a sus practicantes, críticos por sistema. La senadora Paredes fija dos posiciones fundamentales a partir de las cuales construye un esquema discursivo: primera, “Por decisión propia, en el lenguaje político de la senadora Beatriz Paredes no cabe el pasado; ninguno”; “Pero esa larga trayectoria y lealtad partidistas y a los gobiernos, en los que ha sido desde gobernadora de su natal Tlaxcala, embajadora, varias veces legisladora y hasta líder nacional, no pueden ser temas de entrevista, según condición para dialogar con La Jornada”; y, segunda, “Se reivindica de izquierda desde siempre. Lo refrenda –asegura– desde una senda trazada con su afiliación temprana al movimiento campesino del PRI, su formación académica en la UNAM y su apoyo a movimientos de liberación nacional en América Latina, entre otras acciones”. Es decir, un punto de partida a modo; conveniente; dejar a un lado los datos objetivos de su desempeño como parte de una clase y un régimen políticos, para cuestionar sin ser cuestionada. Un punto de arranque escogido, precisamente así, tiene objetivos evidentes: eludir el pasado para evadir problemas de coherencia personal y comparación partidista de obra de gobierno; y reivindicarse de izquierda -aislándose del partido en que milita y el régimen político que representa- como si la asunción de una postura política se lograse con sólo decir que se profesa, enarbolándola con la aviesa intención del dicho popular que dicta que para que la cuña -aquí, la crítica- apriete, debe ser del mismo palo; y pueda ser utilizada contra el gobierno al que tildan de izquierda. (https://www.jornada.com.mx/2021/02/14/politica/007e1pol).

A partir de estas premisas y alejados sus inconvenientes, el desenvolvimiento discursivo para la crítica del objetivo propuesto puede hacerse libremente acudiendo a las reglas de la lógica formal: “Desde su perspectiva, en 2018 la gente no votó por una revolución, sino por un cambio en el contexto del sistema democrático que respeta las garantías individuales y sociales. Y para hacer mejor las cosas, en una realidad mundial de economía mixta y de mercado. No es porque me guste o no. Así es”. Como todo discurso opositor, enfrenta el problema de la ambigüedad que evoca la propensión al doblez. En el desempeño del gobierno, la senadora cree ver una revolución y propone la suposición de que “la gente no votó” por ella. ¿Acaso una revolución se vota? A su juicio el voto ciudadano fue: “por un cambio en el contexto del sistema democrático que respeta las garantías individuales y sociales”. La senadora no establece la relación lógica entre los vocablos que utiliza: revolución, cambio, y sistema democrático; quizá suponga que tal relación es un presupuesto lógico para todos los ciudadanos, como si de valores entendidos hablara. El método es éticamente difícil.

A poco más de dos años de gobierno no se ve en la república un cambio brusco y violento en la estructura social, ni cambio radical, o transformación completa que pudiese tener visos de revolución. Sin embargo, se recurre al uso del término como un mecanismo de exageración política para descalificar la gestión gubernamental. Es una exageración que busca la exacerbación. Implícitamente el discurso de la senadora tira a ensalzar el modelo de gobierno que, en su tiempo, impusieron los partidos ahora opositores, recurriendo al uso de expresiones vacías por su generalidad y eufemismo políticos: cambio, sistema democrático, respeto de garantías individuales y sociales, hacer mejor las cosas, realidad mundial, economía mixta, y de mercado; expresiones todas carentes de significado único, susceptibles a la interminable discusión, de ubicuidad histórica, y perspectiva clasista; asentadas exactamente en la economía mixta y de mercado. La muestra de autoritarismo -no pudo negar la cruz de su parroquia- está en sus afirmaciones, “No es porque me guste o no. Así es”. En este juego de lenguaje, la evidencia de argumentación sesgada es la colocación de este discurso ambiguo, incomprensible para vastos sectores de la población, en calidad de hecho cierto, ineluctable y perpetuo; es decir, da por sentado que el sistema democrático que dibuja, realmente existe, y que su base económica debe mantenerse incólume incluso con este gobierno. De aquí la exigencia de no hablar del pasado.

En el “No entiendo a nadie que pretenda gobernar para polarizar a su sociedad…eso no es pertinente para quien gobierna a una sociedad donde rige el derecho”, se hace patente una descalificación –“gobernar para polarizar”- sin aclarar el significado que atribuye a “polarizar” que, por supuesto, no es crear bandos. Si tal fuera su sentido, la brutal desigualdad económica generada por las administraciones anteriores sería la más inhumana polarización social entre la opulencia de pocos y la pobreza o miseria de muchos; el mejor caldo de cultivo para la satanizada lucha de clases. Para esta polarización el derecho nunca fue obstáculo; por el contrario, como legislación u orden jurídico albergó siempre la voluntad de la élite económica y su régimen político para mantener y acrecentar esa desigualdad, fruto podrido precisamente de la economía de mercado, “¡porque la economía de mercado encubre una economía puramente especulativa que la suplanta y la destruye como destruye todo lo demás!” (Viviane Forrester, Una extraña dictadura, FCE, 2000). Un gobierno que trabaja para paliar las desigualdades sociales no puede ser acusado de polarizar, salvo con propósitos electorales. Los perseguidos por doña Beatriz son los mismos que proclama el espectro opositor, habida cuenta de la visible confrontación que sostiene el representante del INE Lorenzo Córdova, con el presidente de la república, de la que buscan obtener los mayores dividendos políticos posibles con el objetivo de modificar la correlación de fuerzas en el legislativo federal para, desde ahí, detener presupuestalmente la obra de infraestructura puesta en marcha por el Ejecutivo.

Las conclusiones político discursivas a las que se llega con este método devienen en la crítica fácil, difusa, anodina, y de repetición sistemática obligada para políticos, corporaciones empresariales, intelectuales, y medios de masiva comunicación alineados en la defensa de los intereses de la facción social que representan. Bajo el predominio de esta idea, la oposición no ofrece un proyecto político integral a la población, sólo lanza consignas en disputa de poder: “Primero hay que garantizar la legalidad de la elección. Es fundamental que el gobierno saque las manos de los comicios”; “Enseguida, garantizar la autonomía y el respeto a los órganos electorales constituidos. Me parece incomprensible la embestida periódica al Instituto Nacional Electoral, institución que costó muchísimo esfuerzo construir y que sin duda es perfectible”; “Simplemente que se apliquen a sí mismos lo que siempre exigieron de otros partidos políticos cuando no estaban en el poder. Y por supuesto, respetar los resultados”; “Sería muy saludable, sobre todo, que hubiese respeto y no se utilizara la estigmatización o la descalificación como soporte para el discurso político, porque tras los comicios todos seguiremos en el mismo barco”. Tras estas consignas se esconde la verdadera intención: Sólo el INE garantiza la legalidad de la elección; el gobierno no; hay que dejar actuar al INE, puede fallar, pero no lo cuestionen, respétenlo; no lo estigmaticen ni lo descalifiquen por los resultados que ofrezca, “es perfectible”. Y “todos seguiremos en el mismo barco”. Sólo faltó decir que felices y contentos. Con este sencillo método la oposición pretende retomar el timón del barco llamado Estados Unidos Mexicanos, en el que muchos trabajan para que navegue tranquilo hacia buen puerto; y los menos que, sin esfuerzo alguno ni importarles que estuviera haciendo agua, sólo quieren disfrutar de un placentero paseo. La lógica elemental indica qué, si las premisas son falsas, las conclusiones…también.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 21 de febrero 2021.
José Samuel Porras Rugerio

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