*Por: Mtro. José Teódulo Guzmán Anell, SJ.

Este es el título de la Carta Pastoral que suscribieron los obispos de Estados Unidos y México en enero del año 2003, sobre la migración y sus consecuencias. Ya desde entonces los pastores de ambas conferencias episcopales se mostraban sumamente preocupados por el fenómeno migratorio que afectaba a los dos países.

El análisis de esta problemática y las recomendaciones que hacen los obispos de ambas naciones a las iglesias y a los gobernantes de las dos naciones asumen como punto de partida la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales a una vida digna tal y como lo estipula la Sagrada Escritura en el antiguo y en el nuevo testamento. Aducen asimismo pronunciamientos anteriores de la iglesia católica en relación con las causas del fenómeno migratorio y exhortan a todos los pastores y comunidades cristianas a implementar las propuestas sugeridas por ambas jerarquías.

Actualmente hemos sido testigos del sufrimiento e indefensión de miles de migrantes, hacinados en albergues y galerones en nuestras fronteras. Ya no son únicamente ciudadanos de algunos países de América Central sino ahora también de Haití. Varias son las causas y los motivos por los cuales decenas de miles de hombres, mujeres y niños emigran de sus países de origen. Ya no es solo el deseo de hallar un empleo mejor remunerado en otro país, sino la inseguridad y la fragilidad de la misma existencia humana a causa de la delincuencia, el desempleo crónico y los desastres naturales.

Las recomendaciones y propuestas que hacen los obispos de Estados Unidos y de México a los gobiernos de ambos países para proteger y acoger a los migrantes son loables y factibles; sin embargo, tal parece que, en vez de haber sido acogidas con propuestas y acciones concretas en favor de los migrantes, ambos gobiernos han reforzado más bien los controles y las medidas de contención para impedir que los migrantes crucen las fronteras de ambos países.

Los obispos afirman que han visto demasiado sufrimiento y violencia en las poblaciones a donde llegan los migrantes, porque las estructuras eclesiales y civiles no han hecho lo suficiente para mitigar siquiera sus carencias y brindarles el apoyo suficiente para encontrar un asilo y un trabajo que les permita subsistir mientras tramitan sus documentos de refugiados o de trabajadores temporales. De 2003 a la fecha probablemente la población católica de ambos países se ha sensibilizado un poco más al respecto, pero considero que la problemática ha rebasado las escasas medidas de protección a la población migrante. El temor y el rechazo al extranjero han prevalecido sobre la protección benevolente y el apoyo humano, olvidando el mandamiento cristiano de dar de comer al hambriento y acoger al peregrino, sin importar su raza, lengua o procedencia.

Finalmente, nuestros obispos mencionan que ya el papa Juan XXIII, en su encíclica “Pacem y Terris” decía que toda persona tiene derecho a migrar y a buscar mejores condiciones de vida fuera de su país de origen y exhortaba a los gobiernos del mundo a respetar este derecho sin detrimento de sus propios ciudadanos. Ojalá que este deseo del finado pontífice se realice mediante el diálogo entre pastores y gobernantes en la coyuntura actual. Las escenas que nos han mostrado los medios de comunicación en la frontera Norte y en el Sur de nuestro país deberían ser suficientes para acelerar la implementación de medidas de protección a la población migrante en vez de erigir nuevas barreras de contención y rechazo.

*Sacerdote Jesuita. Licenciado en Filosofía y Letras por el Instituto Libre de Filosofía, Licenciado en Teología por el Colegio Máximo de Cristo Rey; y Maestro en Educación Teachers College por Columbia University New York. Directivo y asesor en la Ibero Puebla desde 2011. Fue docente en filosofía y teología en el Seminario Arquidiocesano de Xalapa; así como Coordinador en el Secretariado Diocesano de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

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