“Quizás es tiempo para que, parafraseando un artículo de su revista
de hace algunos años, las élites exasperadas entiendan que no están entendiendo”.
(Carta del canciller Marcelo Ebrard a The Economist)

El título de este artículo corresponde a un ensayo de Alexander Zevin, Historiador, Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Fue publicado en Le Monde Diplomatique, en septiembre 2012.

Dado el escándalo suscitado por el ataque de The Economist a AMLO el pasado miércoles, considero importante el reproducir algunos de los párrafos de dicho ensayo, porque pienso que nos ayudan a comprender las razones que orillaron a dicha revista a señalar que aquél es un “falso Mesías” (sic). En algunos casos, para ahorrar espacio, resumiremos algunos de los planteamientos del autor citado, intercambiándolos con algunas frases nuestras.

Ahí Zevin nos dice que dicha revista fue fundada en 1843 por un fabricante de sombreros, James Wilson, para oponerse a una nueva legislación proteccionista sobre el trigo (las corn laws). The Economist militó siempre con fervor por el librecambio. En esa época, se trataba de defender los intereses de los manufactureros de Manchester contra los impuestos aduaneros instaurados por el Parlamento tras el derrumbe del precio de los cereales en 1815. El joven lobby industrial británico estaba a su vez preocupado por sus exportaciones –afectadas por medidas de retorsión– y por el coste de su mano de obra, que reclamaría una compensación salarial por el encarecimiento del precio del pan. La contraofensiva condujo en 1846 a la anulación de las leyes rechazadas. Wilson podía frotarse las manos: primera campaña de prensa, primera victoria.

Agrega Zevin que durante su primer siglo de vida, la revista fue testigo de varias depresiones mundiales (de 1873 a 1896, los años 1930), una crisis bancaria (1907), el derrumbe de los mercados (1929) y una devaluación histórica de la libra esterlina (1931), por sólo mencionar los casos más notorios de desbarajuste económico. El siguiente siglo no fue mucho más tranquilo, con el fin del sistema monetario de Bretton Woods, las crisis petroleras y las diversas convulsiones regionales que acompañaron la caída del crecimiento durante los años 1970. Frente a la crisis financiera, The Economist adoptó pues la postura soberana del viejo mono que conoce todas las muecas. Sus recomendaciones, sin embargo, no brillaron ni por su claridad ni por su constancia.

Desde su fundación, dicha revista ha fungido como “un guardián del templo liberal”, nos dice Zevin. Empero, no se distingue precisamente por su “firmeza doctrinal”. No han sido pocas las ocasiones en que ha aceptado a regañadientes la intervención del Estado en la vida económica, sobre todo cuando se trata de rescatar a los tiburones de las finanzas internacionales.

Así, cuando estalló la crisis de 2008 en los Estados Unidos, The Economist aplaudió la decisión de las autoridades norteamericanas de salir en rescate de los bancos, señalando: “Ha llegado el momento de dejar de lado los dogmas y la política para concentrarse en respuestas pragmáticas… Esto significa, a corto plazo, una intervención gubernamental más sostenida de lo que los contribuyentes, las políticas y los diarios adeptos al librecambio desearían en tiempos normales”. Comentado esta postura, escribe Zebin, no sin ironía : “Probablemente los electores tengan algo que decir frente a esos cientos de miles de millones pagados a especuladores sin escrúpulos; pero ello no quita que, estima The Economist, la potencia pública actuó sabiamente: su intervención evitó a los ciudadanos la pesadilla de los años 1930, con sus quiebras bancarias y sus colas en los comedores populares. “Ningún país, ninguna industria saldría indemne de un ataque cardíaco financiero”, concluía el 11 de octubre de 2008. Y el semanario concluía : “El capitalismo es el mejor sistema económico que el hombre haya inventado jamás”. Y agregaba: “A largo plazo, la cuestión radicará en saber a quién se le imputará esta catástrofe”. En enero de 2012, se convirtió nuevamente en el defensor de la desregulación financiera: en portada, una imagen de Londres atacada por dirigibles –en alusión a los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial– ilustraba las amenazas que pesarían sobre el mayor centro financiero del mundo. “Salven a la City”, proclamaba el titular (7 de enero de 2012).

Así las cosas, ¿a quién sorprende que The Economist haya decidido convertir a AMLO en un “falso Mesías”?

Aunque nos pareció excelente la respuesta del canciller Ebrard a la revista, a nuestro parecer debió evocar aquella frase que tanto nos gusta a los mexicanos para enfrentar situaciones de ese tipo : “las palabras se toman de acuerdo de quién provienen”.

Al principio de su trabajo, Zevin lanzó la siguiente interrogante : ¿Qué tienen en común el apoyo a la guerra de Irak y a la legalización de las drogas, la condena de WikiLeaks y la del “Leviatán estatal”, la celebración del liberalismo y el llamamiento al rescate de los bancos? Todas estas posiciones han sido defendidas por una misma publicación: The Economist, que, cada semana, ofrece un espejo agradable para las clases dominantes.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

incendios forestales