columna-invitada

Por César Zárate Rodríguez

Hace poco más de 17 años, tal vez un poquito más, tuve la gran oportunidad de asistir a mi primer Espartaqueada Cultural, aunque más que una oportunidad, hoy puedo asegurar que fue la más grandiosa experiencia que viví y que, sin duda, le dio un giro de 180 grados a mi vida.

Aquella ocasión conocí por primera vez el municipio de Tecomatlan. Quedé maravillado por todo lo que ese municipio ofrecía a sus visitantes, por el gran despliegue de artistas que, durante una semana, se daban cita en aquel auditorio que todos los días se abarrotaba de un público educado, emocionado y siempre atento al gran espectáculo que todos los grupos, de todo el país, derrochaban en cada una de sus ejecuciones.

Cuando regrese a San Luis, estado del que soy originario, supe que aquello que había experimentado como un espectador más, quería volver a vivirlo, pero ahora siendo parte. Algo dentro de mí sabía y me decía que si yo quería hacer y dedicarme al arte y a la cultura, no había otro sitio mejor. Dejé mi casa, me despedí de mi familia y de mis amigos y me integré de lleno a los Grupos Nacionales, y de la noche a la mañana, mi nueva casa se llamaba Antorcha. Y hoy con gran satisfacción y con un gran orgullo, puedo gritar a los cuatro vientos que no me equivoqué.

Desde aquella primera vez, no he dejado de asistir a ninguna de las Espartaqueadas, he visto y he sido parte de su crecimiento cualitativo y cuantitativo, y a lo largo de mi poco o mucho desarrollo como miembro de esta gran organización, puedo decir a viva voz, que el trabajo que realiza el Movimiento Antorchista en esta titánica labor cultural, es hoy por hoy, el ejemplo más sobresaliente de lo que se debe hacer con el pueblo humilde y trabajador en todo el país.

Han sido miles de amas de casa, obreros, campesinos, niños y jóvenes de todas las edades, así como yo, testigos de la transformación que un evento como este genera en su persona. Pude entender y comprender la noble labor del Movimiento Antorchista. Ser consciente de que, para transformar al hombre nuevo, no solo se tiene que luchar por brindarle al pueblo pobre los servicios más elementales para una vida digna, que también hay que luchar por alimentar el espíritu, el alma, y eso solo es posible acercándole las expresiones artísticas, pero no solo para que las vea, las oiga, las contemple, sino también, que se dé cuenta que él puede ser parte de ellas, y para eso Antorcha creó las Espartaqueadas Culturales.

Este año el país se paralizo a causa de la pandemia, y no fue posible festejar el 35 aniversario de la Espartaqueada en Tecomatlán. Pero Antorcha no se detuvo. Fueron otras formas, fueron otros retos y otros medios, ahora virtuales y a la distancia, pero nada impidió que un evento como este, lo disfrutara la gente.

Una vez más, Antorcha siguió brincando los obstáculos y demostrándole a todos que es la única organización política y popular mejor estructurada y la más fuerte en todo el país. Hace poco más de 17 años que las Espartaqueadas sembraron en mí la semilla de ser revolucionario. Pero ya son 35 años de sembrar arte en los corazones de las mayorías; 35 años ininterrumpidos que Antorcha se levanta como el gran héroe Espartaco, para gritar a todos aquellos que están en el poder: ¡Basta ya! ¡No más injusticias! ¡Así se educa y se organiza al pueblo trabajador! Así como en mí, en el interior de miles y miles, la semilla de lucha crece y su raíz se fortalece a la par del compromiso con los más humildes. Adelante, abracemos el trabajo de esta gran organización, que sin lugar a dudas y hoy más que nunca es: “Llama viva de la revolución”.

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