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El pueblo estadounidense vive la mayor encrucijada de su historia pues, siendo Estados Unidos (EU) formalmente una democracia, su destino social está más ligado a los designios y psicopatías del presidente de la república que al poder del pueblo debido a la estructura constitucional de su Estado, ostensible e históricamente, dominado por la élite del poder económico. A las crisis sanitaria y económica que pesan sobre la espalda de las grandes mayorías sociales –para la élite la epidemia es un gran negocio- se agrega la violencia racial que el supremacismo blanco que controla la institucionalidad del Estado ejerce sobre las minorías negra y latina cuyas luchas sociales -Black Lives Matter y Dreamers- por oponerse a la sistémica y sistemática discriminación que se expresan en tiroteos, muerte violenta por policías, deportaciones, separación de familias, lacerante explotación laboral, incorporación a la milicia, entre otras; encuentran como respuesta la represión de las fuerzas armadas.

La situación del país se ha complicado mucho debido a las actitudes y acciones del presidente al que, paradójicamente, el voto popular no eligió, sino una estructura corporativa -los colegios electorales– deformó el sentir de la ciudadanía para imponer, en 2016, a Donald Trump en la presidencia de la república. Esa deformación retorna ahora como un monstruo horripilante dispuesto a cobrar factura al pueblo estadunidense por el pecado cometido: creer en la existencia de la democracia acotada al ámbito electoral, bajo un bipartidismo eterno, con diferencias de forma pero no de fondo en el ejercicio del poder público, la organización social, las decisiones económicas fundamentales, y las acciones internas y externas de un gobierno “democrático” donde el pueblo jamás participa.

La vesania mesiánica de Donald Trump premiada por el partido republicano y sus seguidores con la segunda candidatura a la presidencia de Estados Unidos, lo pone en perspectiva de una posible reelección el próximo tres de noviembre. Los demócratas, con Joe Biden y Kamala Harris, salen con la consigna de “unidad” para enfrentar “la triple crisis estadunidense: salud pública, económica y racismo sistémico”. Las visiones políticas de partidos y candidatos se ofrecerán en campaña al electorado estadounidense conformado, mayoritariamente, por las capas sociales de latinos, negros, migrantes de otras nacionalidades y blancos no supremacistas. En la Convención Nacional del Partido Demócrata está claro el objetivo electoral colocándose como tarea impostergable derrotar a Trump. Sin embargo, aun cuando Bernie Sanders expresa que “Esta elección es la más importante en la historia moderna del país”, “El futuro de nuestra democracia está en juego”, “El futuro de nuestra economía está en juego”, “El futuro de nuestro planeta está en juego y el precio del fracaso es tan grande que ni siquiera podemos imaginarlo”; subyacen al interior de los demócratas tensiones internas que, al paso de la campaña electoral, irán confiriendo a aquellas expresiones su exacto sentido político.

Una queja recurrente durante la celebración de la convención demócrata fue que hubo, paradójicamente, más oradores republicanos que latinos demócratas. Aunque se trate de la disidencia republicana que ha dicho que votará por Biden, darle mayor peso y presencia política que a los latinos –la minoría electoral más grande de Estados Unidos con unos 32 millones de votantes– además de no prestarles suficiente atención ni recursos materiales para promover el voto entre este sector poblacional, que podría ser decisivo para la victoria demócrata, implica un error grave del liderazgo del partido. El hecho es importante por sus significados políticos: a) el mensaje de unidad es incierto; b) conlleva una discriminación racial contra los latinos; c) cuestiona la sinceridad del enfoque que darían al problema del racismo sistémico que enarbolan; d) muestra la poca diferencia entre los proyectos de nación de republicanos y demócratas; e) busca la participación latina en las urnas, pero no la inclusión de sus propuestas políticas; f) exhibe hipocresía en el lema demócrata “Nosotros, el pueblo”; g) evidencia que la disputa entre centristas y progresistas, dentro del partido, radica en la distinta visión sobre el papel de las minorías raciales en la sociedad estadounidense: mano de obra esclavizada y desechable, o ciudadanos con todos los derechos.

La encrucijada del pueblo estadounidense radica en que siendo colectividad que sufre en carne propia todos los días, a todas horas, los problemas sanitarios, económicos y de racismo sistémico, no puede seguir mirando al proceso electoral que se avecina como uno más en su historia a sabiendas que acudir a la urna, o por correo enviar la boleta, para sufragar por Trump o Biden, no representa garantía alguna de solución a tales problemáticas. Estados Unidos no tiene solo problemas internos; tiene vicios de relación con la comunidad internacional que también requieren de nuevas definiciones políticas. Para el pueblo estadunidense no se trata ya de elegir un republicano o un demócrata para ver cuál de los dos lo ha de oprimir. Esta elección no es de boleta, es de destino social. Dejar el destino colectivo en manos de la élite –republicana o democrática- para seguir con los mismos manejos del país, o tomar para sí las riendas de ese destino.

La democracia de EU no tolera más el engaño de que la participación política del pueblo se agota en el acto de emitir un voto cada 4 años donde los contrastes sociales son brutales. Mientras los problemas de epidemia, economía y racismo los sufre con miseria, dolor y muerte la población; las élites hacen grandes negocios y sangran al erario mediante artificios “legales” del gobierno. Nunca la estructura hospitalaria pública de EU evidenció tanta fragilidad y estrechez frente a la necesidad social exigida por la epidemia, ni la medicina privada inaccesibilidad por sus altos costos; nunca la ciencia se vio tan insuficiente para combatir un contagio viral; tampoco que un presidente apostara, y aportara, más por la farmacéutica privada que por fortalecer la investigación médica institucional. Ni en tiempos de guerra EU había registrado mil decesos por día en lo que ya parece, más bien, una guerra interna contra la población. Jamás mil doscientos científicos acusaron a un presidente de “denigrar la experiencia científica” y de “incapacidad y estrechez de miras” en su respuesta a la crisis viral. “Nunca antes ha llegado una elección en Estados Unidos en tal momento de mortificación nacional…por primera vez en su historia da lástima. El país está en una espiral hacia abajo bajo un gobierno federal que ahora es administrado por un régimen gánster”, ha escrito el conservador George Will en The Washington Post. Quizá tal expresión resume la encrucijada: el pueblo enfrenta a un régimen gánster. Debe resolver, entonces, si la elección –que Trump pronostica desaseada y desconocerá si no gana- será ensuciada mediante la exacerbación de la violencia racial que impulsa el propio gobierno para permanecer, aun de facto; si podrá enfrentarla con éxito sólo votando por los demócratas; o, si es necesario ya, salir de esa camisa de fuerza que lo maniata mientras lo masacran.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 6 de septiembre 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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