De nuevo Puebla es objeto de las miradas nacional e internacional por el linchamiento el pasado 25 de octubre, en San Nicolás de los Aires, de Edmunda Adela Martínez y Arturo Martínez Morales, oriundos de Veracruz, de 43 y 46 años de edad, respectivamente.

Como parece ya haberse vuelto costumbre, las víctimas fueron señaladas como secuestradores de niños por una multitud enardecida.

Al lugar de los hechos ingresó la Guardia Nacional pero ya era demasiado tarde, debido principalmente a los obstáculos que le interpusieron los pobladores.

De esta forman ya suman seis los linchamientos consumados en Puebla en lo que va del año, aunque las autoridades han señalado que al menos se han llevado a cabo 105 intentos.

En el Informe especial de la CNDH sobre los linchamientos en territorio nacional, presentado en 2019, se señala “Los linchamientos son actos ilícitos que constituyen una de las expresiones más graves de la crisis que en materia de inseguridad, violencia, e impunidad enfrenta nuestro país, donde como consecuencia de la desconfianza y lejanía de la sociedad respecto de las autoridades, la falta de cumplimiento y aplicación de la ley, así como la incapacidad de las diversas instancia de gobierno para generar condiciones que permitan la coexistencia pacífica entre las personas, se canaliza o dirige el hartazgo y la impotencia de estas últimas, ante una realidad que las vulnera y lastima, para que incurran en acciones violentas en contra de aquellos que consideran o suponen, cometen delitos o atentan en su contra o de la comunidad a que pertenecen. Más adelante se agrega: “En conjunto, las expresiones de violencia colectiva o linchamientos ilustran la falta de capacidades del Estado, para mantener el monopolio legítimo del uso de la fuerza y el control del territorio, garantizando la aplicación de la ley y la seguridad de la población, funciones primordiales no cumplidas, que son síntomas de una crisis de gobernabilidad e institucionalidad. Los linchamientos, en su gran mayoría, buscan como fin último expresado por sus protagonistas directos, la atención y solución al problema de la inseguridad ciudadana, aunque en realidad constituyan actos de desprecio y descalificación hacia las autoridades y la vigencia del Estado de derecho. Bajo ningún supuesto es posible legitimar la violencia ejercida de este modo, ni asumirla como forma de protección personal o colectiva”.

Aunque en general estamos de acuerdo con tales observaciones, pensamos se requiere profundizar más en el análisis del linchamiento como una de las expresiones más terribles de la barbarie.

A nuestro parecer es Elías Canetti—Premio nobel de literatura 1981– quien en su libro Masa y Poder nos brinda los análisis más agudos que se han hecho sobre tal fenómeno. Así, escribe : “Entre los tipos de muerte que una horda o un pueblo impone a un individuo pueden distinguirse dos formas principales; una de la expulsión. La otra forma es la de matar colectivamente. Todos participan en esta muerte; alcanzado por las piedras de todos, el culpable se desploma. Nadie está delegado como ejecutor, toda la comunidad mata. Las piedras están en lugar de la comunidad, son el recuerdo de su decisión y de su acto. Donde se ha perdido el uso de lapidar, subsiste esta inclinación al matar colectivamente”. Y agrega : “Todas las formas de la ejecución pública dependen del viejo ejercicio de matar colectivamente. El verdadero verdugo es la masa, que se reúne en torno del cadalso. Ella aprueba el espectáculo; en apasionado impulso afluye para presenciarlo de principio a fin. Quiere que suceda y no se deja arrebatar la víctima con agrado. El relato de la condena de Cristo toca este hecho en su esencia. El “crucificado” sale de la masa. Es ella lo propiamente activo; en otros tiempos ella misma se habría encargado de todo y hubiera apedreado a Cristo. El juicio que comúnmente se lleva a cabo ante un grupo limitado de hombres, representa a la gran multitud que luego presencia la ejecución. La sentencia de muerte que, pronunciada en nombre de la justicia, suena abstracta e irreal, se convierte en algo claro cuando es ejecutada ante la multitud. Porque es precisamente ella la que dicta justicia, y con lo pública de la justicia uno se refiere a la masa” (Vid. Masa y Poder, págs. 45 y 46, Muchnik Editores).

Como, ciertamente, “el verdugo es la masa” se torna ciertamente muy difícil, si es que no imposible, discernir quién o quiénes son los culpables. Tal vez se pueda localizar a algunos de los incitadores (como sucedió en los linchamientos de Ajalpan), pero el problema, reiteramos, es que toda la comunidad involucrada es la responsable.

Pero, volviendo a los linchamientos de San Nicolás Buenos Aires, sería terrible que estos se convirtieran simplemente en estadística. Tenemos la impresión de que la noticia ha pasado casi desapercibida. Tal como sucede con la mayoría de los crímenes que se han perpetrado en Puebla en estos últimos años, pareciera que la costumbre o la indiferencia se han apoderado de nuestros conciudadanos, y de nuestras autoridades. Aquí está el verdadero drama de los linchamientos, de los feminicidios y de los otros crímenes que a diario se perpetran en nuestra entidad : que perdamos nuestra capacidad de indignación.

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