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Gobiernos de algunos países desarrollados, con Estados Unidos a la cabeza, se han arrogado inmoralmente una atribución que sus leyes supremas no contienen y una facultad que jamás nadie les concedió; su proceder fáctico es una execrable arbitrariedad que alcanza el nivel de fechoría, cuyo único respaldo está en el poder bélico alcanzado, y el económico que han acumulado atropellando a países pobres. Pretenden seguir dándose el lujo de sacar del escenario político, haciendo añicos, la voluntad de los pueblos para elegir gobernantes y darse una forma propia de gobierno, sustituyéndola por el imperial reconocimiento internacional de otros gobiernos. Destruir la democracia para reimponer el coloniaje. El problema actual de las naciones, incluyendo las desarrolladas, ha llegado al clímax de su definición histórica con opción única: fascismo o democracia real. La previsión científica que hicieran Marx y Engels, “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, acredita que los “nuestros días” que les tocó vivir con los cambios económicos y sociales que propició la revolución industrial en Europa corresponden, en fase de desarrollo superior, a los nuestros días que vivimos hoy con los cambios de todo tipo que está trayendo la revolución tecnológica al mundo.

En esta etapa social fascismo y democracia son conceptos que significan, en un todo, la visión del mundo, de las relaciones humanas, del trabajo humano productivo pero asalariado, de la producción de los satisfactores, su distribución social, y el significado que tienen el poder político y la propiedad de los medios para la producción masiva de esos satisfactores en la elección de la forma de organización de que se dota una sociedad. El fascismo es la forma predilecta de las élites económicas y políticas que los acaparan en propiedad privada tomando, para sí, el poder político; y la democracia es la forma que corresponde a los pueblos, obligados por necesidad de subsistencia a construirlos en propiedad cooperativa, social o institucional, eligiendo gobernantes en elecciones libres o, revolucionariamente cuando las circunstancias lo plantean.

El discurso sobre democracia que enarbolan las élites, sus representantes, o servidores, ligándolo al concepto de libertad, ha sido convertido en un engaño deliberado para generar o propiciar confusiones ideológicas o de identidad de clase social. El patriota Abraham Lincoln decía, “Nosotros, todos, estamos por la libertad; pero empleando la misma palabra no expresamos la misma cosa. Para algunos, la palabra libertad puede significar que cada hombre haga lo que quiere de sí mismo y del producto de su trabajo; mientras que para otros, la misma palabra puede significar que algunos hombres hagan lo que les dé la gana con otros hombres y con el producto del trabajo de éstos…”. Se colige que cuando las élites dueñas del capital o sus políticos hablan de democracia y libertad en el mismo discurso, sincretizan una doctrina económica y moral, el liberalismo, con una doctrina política, la democracia, cuya base de concepción se funda sobre la igualdad de los ciudadanos como premisa básica del poder del pueblo.

Es decir, doctrinas que siendo por naturaleza incompatibles, el pensamiento político dominante las unió para convertirlas en la corriente de pensamiento que se denomina liberalismo político. La traducción jurídica de este liberalismo en las constituciones de los estados fue la consagración y preservación de una formación u organización política, económica y social donde el poder del estado tiene por tarea proteger la propiedad privada de los medios de producción, la existencia del trabajo asalariado, y constreñir el ámbito de la democracia al ejercicio simple del voto por intervalos, generalmente, de 4 o 6 años.

Los siglos XX y XXI han visto surgir nuevos comportamientos en las relaciones entre países imperiales y dependientes, así como al interior de ellos, derivados de los procesos de concientización y organización sociales de los pueblos que cuestionan su sometimiento y dominación por las élites burguesas nacionales y trasnacionales. Samuel Huntington hablaba de olas de democratización en los países, a las que seguía un periodo de reversa o retroceso, ubicando al fascismo y al nazismo como muestras de regresión democrática. Jaime Cárdenas Gracia sostiene que “existe una fundamental creencia en la superioridad de la democracia sobre cualquier otra forma de régimen, lo que socava convicciones basadas en el fascismo, el totalitarismo, la democracia orgánica o el socialismo real. Estamos, pues, en un mundo que toma más en serio la democracia y que aspira, en consecuencia, a ella” (https://goo.gl/SSvu6k).

Sucesos contemporáneos parecen dar mentís a tales posturas. El caso Chile, en 1973, fue emblemático de que cuando la democracia pretende instalarse, aún bajo las reglas políticas establecidas, el fascismo de las élites sale de su escondite y acude a la violencia irracional –genocida y magnicida- para recuperar el poder político. En las democracias liberales la tendencia es, a través de la fuerza pública y los poderes fácticos, impedir al costo que sea la organización social y política de los pueblos. La disyuntiva entre fascismo o democracia está determinada por la correlación histórica de fuerzas entre dominación/sublevación político-económica que en una coyuntura social específica mantengan entre sí, como clases sociales perfectamente diferenciadas, las élites y el pueblo de cada nación. No hay rasero universal para medir esa correlación, toda nación tiene historia y desarrollo político únicos. Las formas y mecanismos que asuman el fascismo o la democracia serán diferentes en cada una.

Un empresario de élite prototipo del manejo empresarial del Estado, partidario del pensamiento único, el muro de hierro y la violencia racial gobierna a Estados Unidos; pese a las bajezas antidemocráticas de su gobierno, las más poderosas élites económicas apoyan su relección. Con los pronósticos de intención del voto en contra, sostiene a voz en cuello que sólo si gana reconocerá la validez de la elección. En Venezuela, un desfachatado individuo se autoproclama “presidente” y confronta, mediante amenaza de invasión militar extranjera al presidente constitucional elegido en urnas por el voto ciudadano, con el propósito de derrocarlo; recibiendo el “reconocimiento internacional” de más de 50 países. En Argentina, luego del desastre económico nacional dejado por la gestión corrupta de un presidente empresario derrotado en las urnas en el intento de relección; sus correligionarios amenazan de muerte a la actual vicepresidenta, y un expresidente llama a golpe de estado para retomar el poder. En Bolivia, un golpe policiaco militar derrocó al presidente electo constitucionalmente; los golpistas se apoderaron de la institucionalidad para convocar a nuevas elecciones; los sondeos electorales ubican a la fuerza social del derrocado en primer lugar y a los golpistas con tan baja intención de voto que la presidenta de facto ha renunciado a ser candidata.

En el capitalismo, imperial o dependiente, salvaje o atrasado, la ambición por la acumulación de riqueza es el único termómetro que de manera inversamente proporcional permite medir la existencia de virtudes morales en el ser humano. Nuestro mundo es convulso por el recrudecimiento de la lucha de las clases sociales disputando poder organizar a la sociedad sobre la base de la ambición por el dinero, o conforme a la virtud humana; es la diferencia más nítida entre fascismo y democracia.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 20 de septiembre 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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