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Por raro que parezca, o porque los anteriores presidentes viajaron por el mundo para mostrar de bulto que cultivaban las relaciones exteriores con otras naciones, el actual había hecho la política exterior de México sin salir del país. Ahora, la entrada en vigor del T-MEC y la presión política que ejerce el gobierno de Estados Unidos obligan a AMLO a asistir al vecino país a una reunión protocolaria con el presidente Donald Trump para celebrar la entrada en vigor del tratado comercial. La oposición ha encontrado en este hecho una veta de motivos para criticar y descalificar la asistencia del presidente al citado evento. ¿Algo les ha quedado en el tintero a los opositores respecto a este viaje? Han dicho de todo, y en todos los tonos; lo único que ha quedado sin decir es el propósito oculto que los mueve y, aunque suene descabellado, tiene relación directa con Venezuela.

A pesar de ser un garrafal error de conocimiento social la aplicación de una misma vara de medir a la historia y circunstancias sociales específicas de dos países distintos, López Obrador invariablemente ha sido acusado, siendo opositor y ahora presidente, de querer llevar al país a ser otra Venezuela: la Venezuela del norte como dice un conocido y visceral opositor. Tal infundio ha venido siempre acompañado de otros artificiosos señalamientos: dictador, comunista, populista, socialista; que se repiten sin cesar en el discurso que se difunde y expande, en calidad de propaganda ideológica, a través de los medios de comunicación masiva de los cuales, en su gran mayoría, los opositores son propietarios.

Otros artilugios usados son: dejar a un lado, o de plano echar al olvido, las acciones que emprendieron cuando fueron gobierno o se beneficiaron de sus acciones; la bancarrota en que dejaron a las pocas empresas estatales que no alcanzaron a privatizar; la enorme deuda económica del estado mexicano; la corrupción que fomentaron; la legislación que impusieron en agravio de los trabajadores como clase social; y la enorme falta de oportunidades de ascenso social en que colocaron a las grandes mayorías de la población que acentuaron las desigualdades y concentraron la riqueza en unas cuantas familias. Sobre esta premisa hoy se erigen en los más pertinaces críticos de todas las acciones de gobierno, hacen todo cuanto pueden para obstaculizar su realización, y siendo dos procesos intelectivos de igual intensidad, por conveniencia, optan por la descalificación presidencial y evaden la autocrítica como sano mecanismo de objetividad y racionalidad en la política.

Un dato objetivo ha saltado a la vista de todos: hasta ahora la oposición no está ofreciendo a la población un proyecto de país que pueda considerarse como alternativo a la propuesta de la cuarta transformación en camino. Con liderazgos políticos improvisados, cartuchos quemados, o acaudalados hombres de negocios que desean incursionar en política anteponiendo sus fortunas con la esperanza puesta en poder comprar adeptos; creen haber descubierto el hilo negro para deshacerse del incómodo estilo de gobernar del tabasqueño, en la propaganda ideologizada del “comunismo del siglo XXI” y en caracterizarlo de “dictador” para intentar espantar a una población que, azorada con el miedo a ese fantasma, esperan se aglutine rápidamente en torno a ellos. Olvidaron que el comunismo era un fantasma que recorría Europa pero en tiempos de Carlos Marx. La corta visión política de algunos personajes del panismo los llevó, impolíticamente, a mostrarse en público reconociendo al venezolano Juan Guaidó como presidente “encargado”, como hizo Marko Cortés; o posando para la foto con los golpistas de Bolivia que escogió Vicente Fox. La exhibición más horrible y comprometedora de sus fobias por la democracia y la voluntad popular para elegir gobernantes.

Así, en la acusación que hacen a López Obrador de querer convertir a México en otra Venezuela, ocultan su propio, execrable, y mezquino propósito de ser ellos los autores de esa conversión. La oposición venezolana por su pequeñez política y falta de proyecto alterno para su país, hizo descansar en los artificios propagandísticos de calificar a Nicolás Maduro de dictador, cuestionar la legitimidad de su elección, y en los intentos reales de su asesinato, la factibilidad de la autoproclamación de Guaidó como presidente encargado de Venezuela. La ausencia de todo procedimiento electoral legítimo, constitucional y legal de consulta a la voluntad popular, inherente a la autoproclamación, pretendió ser subsanada con el reconocimiento internacional de los gobiernos de otros países, especialmente Estados Unidos. El ofrecimiento de poner los recursos naturales de Venezuela al acceso de las grandes corporaciones estadunidenses ha sido el mecanismo opositor utilizado en la obtención, para su causa, del respaldo bélico político del presidente Trump que, deslumbrado, amenaza incluso con la invasión militar para derrocar al presidente constitucional de ese país.

El lance que con el mismo propósito y similar metodología hace aquí una apresurada oposición que se plantea defenestrar al presidente antes del próximo 30 de noviembre topa ya con obstáculos difíciles de superar. La ciudadanía ha hecho vacío en las, por ello, desangeladas protestas de la oposición que representan su profundo desprecio a la voluntad de los electores que en las urnas depositaron su confianza en el proyecto de nación ofrecido por AMLO. Nadie en su sano juicio cuestionaría la legitimidad, constitucionalidad y legalidad de la elección y su triunfo. Las tácticas de golpismo e incitación al magnicidio no son bien vistas por el pueblo mexicano dado lo nefando que resultaron en la historia patria y la miseria moral que enseñan sus impulsores. Últimamente el PRI, en voz del sonorense Manlio Fabio Beltrones, el poder real, se ha deslindado y marca distancia con los propósitos golpistas de la oposición que se disfraza de “sociedad civil”. El acabose de tan aviesas intenciones parece representarlo, precisamente, el viaje del presidente en visita oficial a Washington. Una reunión sui géneris por el abanico ideológico y político que se extiende en dos países que coyunturalmente enfrentan los conflictos derivados de su historia más reciente y los desafíos que representa la definición de su futuro político social más inmediato en medio de una pandémica revolución tecnológica. Un presidente de derecha enfrentando un poderoso movimiento social antirracista al que califica de “izquierda radical”, y un presidente de izquierda que enfrenta un estridente movimiento político empresarial de derecha que lo tilda de “comunista”. Las posibilidades de crítica en esa diametral amplitud son muchas. Desde los que dicen que la visita servirá de apoyo a los propósitos releccionistas de Trump, allá; hasta los que consideran que se pierde una pieza fundamental -el apoyo de Estados Unidos- para armar el rompecabezas del intento de derrocar al presidente legítimo electo democráticamente, escapando la oportunidad histórica que creían tener para construir la Venezuela “del norte”, acá. Serán la estatura moral y de estadista que posea cada presidente las que inclinen la balanza de los resultados del encuentro.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 8 de julio 2020.
José Samuel Porras Rugerio

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