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Después de mucho tiempo de confinamiento humano debido a la pandemia del Covid-19, se podría pensar que la mentalidad de la raza humana sufriría un cambio estructural para bien, no lo dudo; sin embargo, los hechos de violencia generados en los Estados Unidos de América a partir de manifestaciones hechas en contra del racismo, nos hacen vislumbrar que la violencia, así como otras conductas del individuo, no están en la lista de cambio de la agenda humana.

Basta leer un poco sobre los antecedentes de las pandemias en el mundo.

En la Edad Media se tuvo la peste negra. Más tarde se vivió las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. En suma, se estima que, entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 y 90 millones de personas.

En la época moderna podemos recordar la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH / sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus, 2015) y ahora el Covid-19.

No hay duda que la raza humana por parte de las enfermedades pandémicas ha sufrido pruebas muy fuertes que podrían hacernos pensar no sólo en el cambio de normas de limpieza e interacción física cotidiana, sino también en la limpieza de las ideas, del alma y del espíritu, que nos permitieran valorar de manera distinta nuestra salud y la libertad que esta nos permite como individuos saludables y completos.

Sin embargo, la realidad actual que vivimos nos hace ver que la conducta del ser humano después de esta y otras tragedias, no solamente es la misma, sino es peor. Es necesario reflexionar.

La época de esta pandemia es muy distinta a las anteriores, las condiciones climatológicas eran otras. El impacto económico se desarrollaba sin los golpes brutales de la globalización y la dimensión de los contagios era menor por una mayor dificultad para viajar, ante estas diferencias el impacto del COVID-19 es mayor.

El confinamiento de 1,300 millones de seres humanos en sus casas y la paralización de todos los sectores productivos vislumbran lo que es y serán las consecuencias graves de un esquema paralelo y global. Nunca habíamos vivido en estado de cuarentena general en el mundo.

Después de varios meses y de que algunos países están de salida de la paralización de sus actividades, aún casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio, lo que nos hace saber que el regreso a la normalidad no será de manera uniforme, pues las etapas de cada país son distintas de acuerdo al semáforo que indica la facilidad de riesgo de contagio.

Dicho desfase tiene consecuencias intrínsecas en un mundo globalizado en donde todo lo que se mueve o se para, y la forma en que lo hace, tiene un efecto mariposa y que de acuerdo a las condiciones actuales se vislumbra los efectos corrosivos de un colapso sistémico.

Las decisiones de un país respecto a iniciar actividades comerciales y económicas, de abrir sus fronteras, de iniciar con una nueva normalidad la vida diaria de sus habitantes, hoy más que nunca tiene un impacto tan disperso como ampliado. Las decisiones de apertura pueden influir de manera positiva o negativa en cada región del mundo y hacerlo de manera distinta al mismo tiempo.

Así de enredado está nuestro sistema actual socioeconómico-político, en donde las decisiones no sólo son tomadas con base a las necesidades sanitarias de una región, tal vez, más aún, con prioridad de remontar la economía y con base a esto determinar los principios que maniobren la apertura en el mundo.

Parece que no hay ni habrá una decisión aislada respecto a lo que suceda en el mundo y cada uno de sus países. Los gobiernos no se gobiernan solos y sus gobernantes tampoco. Los intereses económicos de las grandes corporaciones y grupos de poder determinarán los espacios y los tiempos en que se ordene el escenario mundial.

Resulta difícil pensar que el sistema antes de la pandemia fuera un mundo sólido y estable, no sólo en términos religiosos, económicos o políticos, también en sus rasgos íntimos, me refiero a los morales, éticos, emocionales y espirituales. Pero el coronavirus nos arroja al ruedo de los debates sociales sobre como intentaremos salir de la crisis, que actitud tomaremos para ellos, que conducta será la que nos caracterice, que acciones desarrollaremos; por si fuera poco, se trata de pensar el futuro civilizatorio al borde del colapso sistémico.

Me parece necesario asumir una responsabilidad colectiva basada en el cambio de actitud personal. Sumarse a la necesidad de abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias y colocarlas también en la agenda personal y social.

Esto nos ayudará a sumar a esa pequeña parte de la sociedad, que hoy son más y que sigue creciendo a pesar de ser minoría aun, y que nos permitirá prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad, la crisis climática, y a pensar en un gran pacto ecosocial, que pueda alcanzar afinidades con los intereses económico y políticos.

Insisto, es necesario contribuir a estos grandes debates, con una reflexión que proponga avanzar con base a las lecciones que nos ofrece la pandemia del COVID-19.

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