Cesar perez gonzalez

Redimirse a través del acto poético más que una visión romántica del quehacer artístico, supone al autor de tal crisis que necesita reconstruir en sus pasos la voz que domina y la cosmovisión que ensaya, siempre y cuando la tenga. Ya es costumbre afirmar que el valor del verso recae exclusivamente en tanto ofrece las herramientas para defenderse lejos de cualquier localismo, claro, según la visión que ensaya Jorge Cuesta en el prólogo de la “Antología de la poesía mexicana modera”, de 1928.

Esta crisis también significa aceptar si el rol social apropiado por el poeta cumple con sus expectativas morales o, al final de cuentas, sólo es una máscara que de poco en poco termina por caerse ante su mirada. El descrédito no es cosa menor, si del miedo al “qué dirán” se trata o, quizás, vale más vivir esa ruptura y encaminarla a la ideología personal.

También es cierto que el poeta, observado a menudo como intelectual del momento –ahora que este concepto está ligado al plagio en cuanto actividad de escritura– no es más que el instrumento de validación, desde la lengua hasta sistemas políticos, no se puede negar, lo que inevitablemente implica contrastes con otros quienes representen puntos de vista diferentes, al menos durante los últimos años del siglo pasado.

Lejos de las polémicas que se presentaron entre Contemporáneos y Estridentistas por la “virilidad” de las letras mexicanas, subidas de tono en periódicos y revistas, o aquellas protagonizadas por Salvador Novo y autores “jóvenes” por la represión estudiantil de 1968, sobresale una que todavía es motor de diálogo en aulas universitarias al proponer dos visiones de activismo social en la cual figuran Pablo Neruda y los poetas mexicanos hacia mediados de los cuarenta.

No se trata de enumerar las causas que motivaron sus desavenencias o los orígenes a manera de exégesis, sino ejemplificar el valor literario que implica girar el tono lírico al momento de presentarse un hecho sociopolítico, la aparición de textos dedicados al fervor soviético, especialmente el “Nuevo canto de amor a Stalingrado”. Al respecto, es conveniente observar que fuera del contexto es peligroso abordar el tema, ya que pareciera únicamente validar el régimen de Joseph Stalin a costa del ambiente represivo que ya vivía la Unión Soviética antes de ser invadida por el ejército nazi, indispensable diferencia para no ser tendencioso, error común al hablar del poema.

En todo caso, los cantos dedicados a Stalingrado, del cual se desprende el poema citado, son lo más cercano a la epopeya moderna que sirve a Neruda para destacar el valor y la condición humana ante la tragedia y la muerte arrojada en la calle. Pero también su acto de fe para dejar a un lado cada uno de los objetos que enmarcaron su obra: temporalidad y elementos, el amor mismo. Es decir, acepta que es tiempo de abandonar el acto fácil sólo para situarse en el fondo del conflicto sin remordimientos, pues ¿qué debe explicar, justificar o pedir permiso?

A nadie, el poeta lo entiende así y en ello radica su libertad creativa, aunque por supuesto sea objeto de la crítica. Es cierto que poco ayudó las declaraciones de Neruda hacia los poetas mexicanos al señalarlos de formalistas, cuando en el fondo –señala el Dr. Víctor Contreras Toledo– el chileno se valía de las formas al cantar la “gesta” de Stalingrado. No puede dejarse de mencionar que el texto muestra una forma bien trabajada con rimas consonantes en cuartetos endecasílabos, por citar algunos elementos.

En este sentido, ambos hechos terminaron por enfrentarlo, entre otros, con Octavio Paz, quien hiciera notar que durante su estadía en México como cónsul de Chile vivía entre excesos al tiempo de ser defensor del sistema soviético. Previamente, Neruda y Paz intercambiaron acusaciones sobre la militancia social en polos opuestos que tendrían eje central la producción artística, así como el rechazo de aparecer en “Laurel”, antología poética realizada por el mexicano y Xavier Villaurrutia, hacia 1941.

Sin atender la versión sobre un posible conato de pelea entre ambos, no se puede hacer a un lado que el poema de Neruda es un texto con argumentos suficientes para defenderse solo; el tema, su estructura y cómo fue escrito lo ofrecen con un alto valor poético, no obstante, descontextualizarlo implica por fuerza someterlo a un escrutinio innecesario, porque obedece a intereses de creación cuyo autor únicamente puede responder. En dado caso, no se puede negar que también fue usado a manera de propaganda por el sistema soviético como exaltación del valor local desde la óptica latinoamericana, fundamental para quien buscaba validar su imagen del otro lado del mundo.

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