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La elección extraordinaria abrió en los partidos políticos flancos de conflicto derivados de la disputa por los cargos públicos y la reconfiguración de una nueva élite estadual que pretende sustituir a la anterior con los jaloneos entre los que quieren llegar, los que se quieren quedar, y los que desean incrustar heredero, representante, o gestor. El chapulinismo febril de estos días no está basado, propiamente, en diferencias o congruencias ideológicas, o de proyecto político social para la entidad, sino en la búsqueda de acomodo en espacios partidistas donde se vislumbre la posibilidad de acceder a un cargo público, contender por su obtención o, por lo menos, conseguir una chamba. El avance en las preferencias electorales de Morena, que en encuestas parece avasallante, está ocasionando desesperación y sentimiento de impotencia en las fuerzas políticas opositoras que, mal encausados, amenazan la celebración pacífica del proceso electoral.

El panismo local tiene problemas de imagen y coherencia. Ganador oficial de la elección de 2018, no hay una explicación de sentido común sobre los motivos por los cuales ahora aparezca con una intención de voto tan baja, comparada con la del presunto partido perdedor hace menos de un año. Tampoco da razón sobre las causas del abandono y disminución que sufre su bancada en el Congreso local; y, ofrece una contradicción al postular a Enrique Cárdenas sosteniendo como propaganda central del partido la obra material –intentando enviar al rincón del olvido la obra política y económica– del morenovallismo. En estas circunstancias deviene lógico que la campaña busque desviar la atención de la ciudadanía hacia ámbitos personales de los contendientes y evitar el problema de presentar un proyecto político, pues, la oferta de continuidad que pregona el partido ata las manos al candidato. Pedir que le llamen doctor y no candidato, retar a explicar origen de fortunas personales, cambiar el discurso de “Acuerdo social con equidad de oportunidades”, por “que todos los poblanos tengan el mismo chance”; son recovecos que pretende llenar insertando un catálogo de lugares comunes y buenos deseos –“acabar con el autoritarismo y la corrupción”- para hacer su campaña rehuyendo la definición y presentación de un proyecto político integral de desarrollo de la vida social que pueda llegar a considerarse un programa viable de gobierno.

En el PRI, el candidato ha optado por la ruta de la descalificación <<si bien es muy temprano para juzgar resultados de una administración, empiezan a dar muestras de que no le conocen, de que no estaban preparados, de que no tienen las estrategias y las respuestas correspondientes para gobernar>>. Como si los poblanos empezaran a descubrir la política, Alberto Jiménez ha sentenciado: <<eso la ciudadanía lo estará juzgando el 2 de junio>>. Fingir que el pasado no existió, o creer que la memoria social se borra en medio año, cubren su evasión de presentar un proyecto integral para el estado. Las administraciones del PRI, ciertamente, dieron sobrada muestra de que sí le conocen, están preparados y tienen las estrategias y las respuestas para gobernar. El problema fue que aprovecharon todas esas habilidades para…llevarse todo cuanto pudieron. La ciudadanía juzgó y los echó fuera.

El candidato da impresión de confundir estado con capital, no ubicarse en tiempo, olvidar que Morena no ha gobernado la entidad, o ,de gratis, endilgar a éste los resultados sociales de gobiernos prianistas. Dice: <<Puebla ocupa el séptimo lugar nacional en feminicidios, el octavo lugar en delitos del fuero común, que se han detectado mil 815 tomas clandestinas, que en 2018 se han tenido 462 ejecuciones y que cuatro de cada 10 mujeres ha sufrido un hecho de violencia. La inseguridad se ha agudizado con Morena>>. Quizá, en lo último, pudiera tener razón. Las anteriores administraciones solaparon la proliferación de la criminalidad a tal grado que el incremento de los índices delictivos se hizo muy alto. Por esta razón el fenómeno delincuencial ha llegado a convertirse en el instrumento más activo de oposición política frente a las acciones de gobierno de Morena.

A Miguel Barbosa le llueve sobre mojado. Paradójicamente, los ataques que recibe de adversarios y “fuego no tan amigo”, han producido efectos contrarios a los deseados: poner su candidatura en el centro de la atención mediática electoral dándose el lujo de obtener utilidad de lo que es inútil. Al anuncio hecho por la dirigencia local del PAN de cocinar “un frente en contra de Barbosa”, se suma el vergonzante escándalo de intriga en que pillaron al senador Alejandro Armenta y la ex diputada Violeta Lagunes, asentado en una vileza. Para la formación del “frente” esgrimen el argumento de que <<Barbosa y sus seguidores representan un “retroceso” para el estado>> sin ofrecer un respaldo lógico a tal afirmación; es decir, no señalan en qué órdenes de la vida social se aprecia el progreso del estado, qué se entendería por retroceso, y cuáles son las razones por las que aquellos lo representen. Así, la aserción panista adquiere carácter de una mera descalificación.

Esta percepción se corrobora siguiendo el sentido de otras dos afirmaciones hechas en respaldo de la anterior: <<el blanquiazul busca frenarlos con ayuda de disidentes de otros partidos>>; <<el bloque es de “todos los colores y sabores”>>. Con acciones pragmáticas el panismo encuentra una forma fácil de allegarse aliados que parezcan correligionarios, tratando de no tocar fondo electoral; hacerse de potenciales votantes traídos de donde sea, aunque –contra natura- se vean en la necesidad de “abrir el partido a la ciudadanía”. La intriga contra Barbosa, para “desmoronar” su candidatura, por sus características objetivas parece eslabón de una idea conspiracionista que pretende suplir la carencia de propuesta política competitiva, acudiendo al método de dirigir acciones y discursos para hacer fracasar la que enarbola el adversario que sí cuenta con ella.

Los hechos parecen decir que no se busca contender con ideas y propuestas para el bienestar de Puebla, sino con acciones que denotan un quehacer político electoral sin principios. Muestran que el atraso social es cruda expresión del atraso político; y, que si no se rectifica; si los ataques no dejan espacio a la propuesta sensata; si se colocan ansias de poder encima del bienestar social; si no se genera conciencia y convicción políticas sobre el valor trascendente de lo colectivo; si no se exponen propuestas articuladas sobre posibles soluciones a la problemática social, presentables a la ciudadanía como herramienta básica de selección del proyecto-partido-candidato de su preferencia para ocupar la titularidad del gobierno; en suma, si no se elevan miras y nivel de hacer política, veremos pronto la segunda edición de la elección pasada.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 7 de abril de 2019.
José Samuel Porras Rugerio

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