Cartas a Gracia.

“Mi muy entrañable Gustavo,

en esta ocasión, quisiera contarte sobre mi reciente viaje a San José del Pacífico. Es un poblado indígena perteneciente al municipio de San Mateo Río Hondo, ubicado en el Sur del estado de Oaxaca, a 2 500 m de altura sobre el nivel del mar. Sus escasos 600 habitantes (aprox.), padecen de deficiencias en el servicio eléctrico y solo en un par de ocasiones en la semana, los hogares -la mayoría casas de techo laminado y escasos pisos firmes- son abastecidos de agua potable. Es innegable la pobreza en la que la mayoría de sus habitantes se encuentra.

Europeos, canadienses, australianos y “gringos” visitan asiduamente el lugar, y aunque en menor número, también se encuentran connacionales entre sus huéspedes; todos ellos atraídos por sus hermosos paisajes abundantes en neblina, por el bosque que envuelve a la comunidad, y la posibilidad de vivir la experiencia psiconauta al consumir hongos alucinógenos; es por ello que el turismo resulta ser la principal fuente de derrama económica.

Durante la tarde del 15 de septiembre, recorriendo el camino principal, nos dejamos guiar por la sonoridad de la tambora, la trompeta, y los cohetes que hacían una rítmica invitación para unirse a todos quienes los escuchaban. Sin mayor esfuerzo, logramos llegar al punto de reunión donde se encontraban estudiantes desde los cuatro años hasta adolescentes que no rebasaban la mayoría de edad; el suceso resultó ser una especie de festejo tradicional de los actos cívicos que se conmemoran con motivo de las fiestas patrias. Después de haber disfrutado de un festín con el guiso tradicional y mezcal de la región y endulzar el último bocado con pastel, presenciamos la coronación y el primer baile de la reina -con su blanquecina vestimenta que representaba la franja central del lábaro patrio-acompañada por sus princesas, y al son de la banda musical integrado por los mismos alumnos -estos últimos incansables en aliento que mantuvieron el ritmo durante considerables horas. Lo que más me llamó la atención fue una especie de timidez de las y los jóvenes que solo se limitaban a mirar entre ellos y conversar con sus amigos más cercanos; parecía que con eso bastaba.

Al día siguiente, y sin planearlo, también fuimos testigos del desfile de los alumnos agrupados por grados académicos: una primaria rural (“Francisco Sarabia”) cuyas instalaciones se encontraban en ruinas tras haber padecido los estragos del terremoto ocurrido el año pasado; una telesecundaria, y un CECyTE que brinda educación a 127 alumnos a cargo de 5 profesores -quienes tienen que hacer un camino de treinta minutos cuesta arriba para llegar. Indagando un poco más, encontré que este último, obtuvo una calificación reprobatoria en la prueba Planea, y que en los otros niveles ni siquiera presentaron la prueba. Ya entrados en confianza, sus habitantes nos cuentan que las y los jóvenes que logran concluir sus estudios, optan por migrar con la esperanza de encontrar una mejor calidad de vida.

En el trayecto de regreso a esta monstruosa ciudad, una imagen resumía la gran vivencia de calidez que los pobladores de San José me habían brindado: encontramos a una niña sentada a la orilla de la carretera -tendría unos siete años-, con sus pequeños brazos recargados en sus rodillas en espera del autobús que podrá llevarla a la escuela. Con ese gesto de cotidianidad me quedé repensando en la precaria y difícil situación por la que atraviesan las niñas, niños y adolescentes que viven en extrema pobreza en nuestro país, soñando con un mejor futuro que el de sus padres. Prometí volver.

Te abraza, Gracia”.

Agradezco tu carta, la pondero y de ella aprendo Gracia; ojalá reciba muchas más, pero y en tanto que esto sucede, te comparto que mientras tú visitabas a uno de los rincones de tu patria chica, Ricardo Monreal “Senador de la república” aventuraba sobre el porvenir de la agonizante reforma educativa. Y tal, como si se tratara de elegir entre tamales de dulce, de chile o de manteca, reiteraba el compromiso adoptado por su partido con los maestros, al tiempo que con voz docta espetaba que la reforma educativa “se modificaría, cancelaría o abrogaría”. Me recordó tiempos en los que me desempeñara como profesor en alguno de los grupos de primer año de primaria de las escuelas de Santa Cruz Meyehualco, o de Santo Domingo en las que laboré, cuando me divertía con mis alumnas y alumnos en el patio de las escuelas y al tenor de una ronda infantil (A la víbora), quienes serían los capitanes de equipo, elegían al azar a sus compañeras o compañeros en la realización de actividades subsecuentes.

Sin embargo, no es lo mismo comerse un tamal de dulce al tiempo que se modifica una reforma rechazada por el personal docente de educación básica y media superior, ni comerse uno de manteca a la par que se cancela, o uno de chile, festinando que se abroga, dado que cada acción tendría efectos diferentes. No en vano maestras y maestros agrupados en la CNTE aclaran que en el pasado proceso electoral no extendieron un cheque en blanco y que reiteran que van por la abrogación de las reformas a los artículos 3 y 73 de la Constitución Política con todas las implicaciones que conlleva, entre ellas la revocación de la Ley General del Servicio Profesional Docente lo mismo que la anulación de la Ley del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. En una frase Gracia: borrón y cuenta nueva.

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