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Imaginar al México convulso, movimientos sociales destruidos desde sus bases hasta las cabezas que, por obligación y aliento político, dirigieron la suerte de miles de personas al punto de convertirse en dirigentes de un concepto, idea de transformación o exigencia de los derechos mínimos para asegurar la existencia familiar, no resulta ajeno.

Ya José Agustín dio cuenta del quehacer nacional y su consecuente “modus vivendi” en su afamada “Tragicomedia mexicana”, donde a manera de sátira reflejó los problemas que el connacional ha debido sortear –por lo menos– desde la naciente corriente ideológica producto de la Revolución y las siglas que la pretendieron representar por décadas y décadas.

Su mirada crítica dejó a un lado la narrativa para denunciar sutilmente el sistema político –cada vez más caduco– que oprimió el libre pensamiento, escritura; control total, escuela de las agencias norteamericanas y su concepto del “Big Brother” que, en busca de paz y tranquilidad, se transgrede cualquier derecho por fundamental que sea.

No es casualidad que un integrante –no así el fundador– del movimiento de la “onda” abordara en tres tomos la historia reciente del país, sus “calamidades” y pasiones, desesperanzas y miedos. La oscura relevancia de la opresión; simplemente, quien no conoce los medios omite el fin.

En este sentido, José Agustín llega en su recuento hasta finales de la década de los ochenta y la transición gubernamental que desembocó en el gobierno federal de 1994. ¿Los nombres? No hacen falta, porque son parte del imaginario colectivo más doliente que enfrentado hasta años muy próximos.

Sin embargo, si José Agustín basado en la crítica y recursos satíricos demuestra que lo peor si puede acontecer, sucederá, al menos en la esfera social-política, existe otro material que por lo crudo no ha sido retomado con la seriedad que merece y apunta –necesariamente– a la llamada “guerra sucia”, misma que en Puebla dejó raíces y víctimas que en su momento documentos históricos dieron cuenta.

No obstante, en caso concreto, fue Carlos Montemayor quien en 1999 dio a conocer una novela como pocas, tanto por el formato como el contenido: “Los informes secretos”. Hasta la aparición del texto –en plena transición del milenio–, dos mitos prevalecían en el ambiente social de México: el espionaje a líderes sociales, con las consecuencias previsibles, y el “fantasma” del movimiento estudiantil de 1968 de la mano con la “guerra sucia” y hechos armados en Oaxaca, Guerrero, por citar algunos.

La cacería de Lucio Cabañas a mediados de los setenta dio otra dimensión al alcance del aparato que no deja “cabos sueltos” –las agencias norteamericanas, nuevamente–. De esta manera, el mexicano de a pie, como suele decirse, únicamente conocía los acontecimientos de boca en boca, en círculos académicos bien vigilados o centros de reunió bañados de “orejas”.

Precisamente, este ambiente lo explota Carlos Montemayor para escribir “Los informes secretos”: la mirada profunda a las llagas del sistema y cómo se opera el espionaje, su habitual infiltración, amistades por compromiso y la comunicación de datos que una vez procesados ofrecen el siguiente paso.

La novela, en su formato, exhibe –sin olvidar que es una narración– la manera cómo se redactaría un informe de seguimiento, modificación de las actividades. Entrega de paquetería, domicilios, es decir, un completo itinerario que agencias desarrollarían.

Un factor interesante alrededor de la novela es labor investigativa que el autor imprime al texto, ya que incluye nombres propios, apodos de artistas ligados con el pensamiento comunista latente entre 1940 hasta mediados de los setenta, bagaje completo que permite identificar hasta dónde Carlos Montemayor pudo tener acceso a papelería tanto de instancias oficiales –en su momento– como el grado de ficción latente.

Para quien opta por narraciones de este tipo y su necesaria aproximación con la historia reciente del país, “La tragicomedia mexicana” y “Los informes secretos” permiten al lector conocer visiones complementarias de la sociedad del siglo pasado y el sistema político que floreció durante esos años, aunque emplear una crítica es la mejor experiencia.

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