Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Es difícil no caer en el pesimismo con los tiempos que nos ha tocado vivir, pero hasta en la tormenta es posible encontrar signos de esperanza. En ese sentido, la irrupción de la sociedad civil en México puede ser un aporte positivo para enfrentar las circunstancias presentes.

2017 parece ser el año de Trump y de la crisis, pero también del despertar ciudadano. No es un despertar sereno, sino más bien brusco y necesario, como el de alguien que se está ahogando y sale a la superficie para respirar con urgencia. A propósito cabe recordar los disturbios y saqueos que han acompañado a estos días de furia que han recorrido al país, muchos de los cuales se cree que fueron organizados e instigados desde el propio gobierno, como manera de deslegitimar a la ciudadanía, misma a la que le sobran los motivos para sentirse molesta.

Todo parece indicar que cuando empresarios, medios de comunicación, la Iglesia Católica, intelectuales y ciudadanos de a pie suman sus fuerzas en un frente común, es posible incidir en los altos niveles políticos e imponer una agenda.

Ciertamente, la solución a muchas de las principales preocupaciones de los mexicanos, como son la seguridad, economía o corrupción, no está aún a la vista, y la clase política ha mostrado una increíble reticencia a solidarizarse con el pueblo o a hacer caso a sus demandas e inquietudes. Pero algo se ha logrado.

Además de obligar al presidente a dar la cara después de sus vacaciones, para explicar el porqué de un golpe tan duro como el incremento de 20 por ciento a los combustibles fósiles –algo que en principio, dado lo hueco del mensaje, no parece resultar muy significativo−, se ha logrado hacer que la austeridad tan duramente dispensada al pueblo alcance un poco a las élites políticas, mismas que se negaban a sufrir recortes a una serie de privilegios indignantes que ellos parecen entender como legítimos de su cargo. Así pues, los diputados federales se han hecho un recorte −quizá más simbólico que real− a varias de sus prebendas, lo que de cualquier manera no deja de ser algo bueno para la ciudadanía.

En Baja California, estado que ha sido escenario de intensas movilizaciones en los pasados días, se ha logrado que el gobernador del estado de marcha atrás a su proyecto de privatización del agua, algo que ponía en riesgo el acceso al vital líquido para buena parte de la población.

Parece ser, entonces, que el sistema y la clase política están comenzando a entender que el país está harto, y que de no hacer los cambios que la sociedad demanda para construir una democracia plena, justa y equitativa, la situación se salga de control y amenace a la propia existencia del Estado.

Claro que los mexicanos ya estamos curados de espanto; sabemos muy bien que las élites tienden a simular como que van a cambiar las cosas para realmente dejarlas igual, o peor. Ese es el peligro, y por eso es necesario que ahora que la sociedad ha comenzado a hacer ruido y, gradualmente, ser escuchada, todos los sectores involucrados en el frente común contra el gobierno mexicano perseveren y ejerzan presión cada que sea necesario, para defender lo conseguido y para ir más allá.

El mensaje debe ser claro: la sociedad no está dispuesta a seguir pagando los platos rotos de un sistema político-económico abusivo, ineficiente, entreguista, corrupto y que sólo vela por su propio interés y el de sus amos. Ojalá que sectores como los empresarios o la Iglesia no abandonen al resto de la sociedad en éstas causas, ya que su peso como poderes fácticos será determinante para alcanzar estos objetivos sin un conflicto mayor de por medio, aunque ciertamente estos poderes pocas veces han dado muestras de solidaridad con las mayorías, como lo han hecho recientemente, en buena medida por verse afectados ellos también.

La sociedad está haciendo su lucha y su deber. Vienen muchas batallas por delante, algunas de ellas verdaderas pruebas hercúleas, pero si adoptamos una actitud crítica y presionamos en conjunto será posible la transformación positiva del país, siempre y cuando las elites estén dispuestas a escuchar y hacer caso. Ante la adversidad no perdamos la esperanza y trabajemos para que nuestras voces se sigan oyendo fuerte.

Es difícil no caer en el pesimismo con los tiempos que nos ha tocado vivir, pero hasta en la tormenta es posible encontrar signos de esperanza. En ese sentido, la irrupción de la sociedad civil en México puede ser un aporte positivo para enfrentar las circunstancias presentes.

2017 parece ser el año de Trump y de la crisis, pero también del despertar ciudadano. No es un despertar sereno, sino más bien brusco y necesario, como el de alguien que se está ahogando y sale a la superficie para respirar con urgencia. A propósito cabe recordar los disturbios y saqueos que han acompañado a estos días de furia que han recorrido al país, muchos de los cuales se cree que fueron organizados e instigados desde el propio gobierno, como manera de deslegitimar a la ciudadanía, misma a la que le sobran los motivos para sentirse molesta.

Todo parece indicar que cuando empresarios, medios de comunicación, la Iglesia Católica, intelectuales y ciudadanos de a pie suman sus fuerzas en un frente común, es posible incidir en los altos niveles políticos e imponer una agenda.

Ciertamente, la solución a muchas de las principales preocupaciones de los mexicanos, como son la seguridad, economía o corrupción, no está aún a la vista, y la clase política ha mostrado una increíble reticencia a solidarizarse con el pueblo o a hacer caso a sus demandas e inquietudes. Pero algo se ha logrado.

Además de obligar al presidente a dar la cara después de sus vacaciones, para explicar el porqué de un golpe tan duro como el incremento de 20 por ciento a los combustibles fósiles –algo que en principio, dado lo hueco del mensaje, no parece resultar muy significativo−, se ha logrado hacer que la austeridad tan duramente dispensada al pueblo alcance un poco a las élites políticas, mismas que se negaban a sufrir recortes a una serie de privilegios indignantes que ellos parecen entender como legítimos de su cargo. Así pues, los diputados federales se han hecho un recorte −quizá más simbólico que real− a varias de sus prebendas, lo que de cualquier manera no deja de ser algo bueno para la ciudadanía.

En Baja California, estado que ha sido escenario de intensas movilizaciones en los pasados días, se ha logrado que el gobernador del estado de marcha atrás a su proyecto de privatización del agua, algo que ponía en riesgo el acceso al vital líquido para buena parte de la población.

Parece ser, entonces, que el sistema y la clase política están comenzando a entender que el país está harto, y que de no hacer los cambios que la sociedad demanda para construir una democracia plena, justa y equitativa, la situación se salga de control y amenace a la propia existencia del Estado.

Claro que los mexicanos ya estamos curados de espanto; sabemos muy bien que las élites tienden a simular como que van a cambiar las cosas para realmente dejarlas igual, o peor. Ese es el peligro, y por eso es necesario que ahora que la sociedad ha comenzado a hacer ruido y, gradualmente, ser escuchada, todos los sectores involucrados en el frente común contra el gobierno mexicano perseveren y ejerzan presión cada que sea necesario, para defender lo conseguido y para ir más allá.

El mensaje debe ser claro: la sociedad no está dispuesta a seguir pagando los platos rotos de un sistema político-económico abusivo, ineficiente, entreguista, corrupto y que sólo vela por su propio interés y el de sus amos. Ojalá que sectores como los empresarios o la Iglesia no abandonen al resto de la sociedad en éstas causas, ya que su peso como poderes fácticos será determinante para alcanzar estos objetivos sin un conflicto mayor de por medio, aunque ciertamente estos poderes pocas veces han dado muestras de solidaridad con las mayorías, como lo han hecho recientemente, en buena medida por verse afectados ellos también.

La sociedad está haciendo su lucha y su deber. Vienen muchas batallas por delante, algunas de ellas verdaderas pruebas hercúleas, pero si adoptamos una actitud crítica y presionamos en conjunto será posible la transformación positiva del país, siempre y cuando las elites estén dispuestas a escuchar y hacer caso. Ante la adversidad no perdamos la esperanza y trabajemos para que nuestras voces se sigan oyendo fuerte.

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