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Sin José Vasconcelos la historia reciente de México difícilmente podría entenderse; visionario en esquemas educativos, personalidad férrea, funcionario público y académico, bien son características que lo exponen en cualquier ambiente, hasta el cultural-ideológico.

No escapa de contradicciones impulsadas por la dote humanista que proyectó en sus libros –libertad de pensamiento-, y censura radical administrada en Educación Pública, herencia viva que tomó fuerza en los gobiernos posrevolucionarios bajo el dogma nacionalista.

Hombre de acción –cómo él mismo se consideraba- fue parte del primer Ateneo del siglo pasado por invitación de Pedro Henríquez Ureña, en el cual, entre otros, figuraron Julio Torri, Alfonso Reyes y Antonio Caso, bases literaria y crítica actuales.

En su papel de escritor, Vasconcelos defendió la libertad artística por encima de falsedades y supuestas nociones –refiriéndose al quehacer literario en primera instancia-, aunque en la SEP su política cultural tomó aires opuestos bajo la idea que el pueblo tenía que nutrirse no de gustos estéticos particulares sino de lo conveniente para las masas.

Terminando la Revolución de 1910 el régimen victorioso creyó necesario glorificar valores considerados nacionales, a fin de agrupar en insignias coloquiales todos los bandos participantes y sus fracciones, igual que años más tarde se efectuaría con el Partido Nacional Revolucionario.

Consciente de los cambios sociales en Rusia y adaptando el modelo de Estado en México para su cruzada educativa, Vasconcelos asumió una postura contraria a la misma libertad que predicó al difundir únicamente las obras que subrayaran rasgos locales por encima de francesas, norteamericanas, inglesas, etcétera.

De esta manera el arte no podría ser consumo exclusivo de la sociedad decadente que representaron desde finales del XIX porfirista y vasallos, dando pie a nuevos creadores y algunos que sumidos en intereses aceptaron idolatrar a ese México de cazuelas, símbolos perdurables hasta la industrialización del medio siglo venidero.
Inmersos en el juego, los nacionalistas atacaron desde la prensa –por ejemplo “El Universal Ilustrado”- a quienes desde 1923 no representaban la lucha revolucionaria con argumentos endebles, tachándolos de anti patriotas o afeminados.

En dicha tesitura el nacionalismo del que fue parte Vasconcelos atrajo cualquier tipo de odio hacia poetas, narradores, pintores que no comulgaban con su línea consumista. Así nacieron la Novela de la Revolución y el muralismo, eje rector de su estancia en Educación Pública, junto a la música tradicional ahora de cámara.

Todas ellas expresiones que enaltecían el concepto “viril” resultado de las armas, altamente criticadas por afectados de la lucha. Similar a una resistencia, los acusados sostenían que México no podía abstraerse de otros países, cuando era fundamental alcanzar el universalismo del arte sobre localismos fragmentarios.

Justamente, el nacionalismo es negación, ruptura de estereotipos anquilosados por tradiciones pasadas cuyo resultado es –nuevamente- la instauración de otros signos que validan el régimen de turno, época de oro y bonanza para oportunistas en fila.

Si bien el conservadurismo de esta política evidenció la falta de apoyo hacia José Vasconcelos en su campaña presidencial de 1929, con Lázaro Cárdenas vivió una segunda oleada cuando se nacionalizó el petróleo, empleando todos los medios a su alcance para justificar acciones de gobierno.

En lo práctico, censar las actividades culturales devino en enfrentamientos innecesarios, pues los radicales produjeron más expresiones de este tipo, humillando a sus contrarios, en cambio los acusados no detuvieron el afán universalista que los caracterizó, llámese Contemporáneos o generaciones posteriores.

Vasconcelos es producto y víctima de la Revolución doctrinante, aparato de convencimiento para masas, no sin reconocerle su esmero por educar a un país de miseria ganándose el lugar que tiene en la historia inmediata, aunque es culpable de coactar libertades creativas y permitir a su modo la proliferación de una estética para “hombres muy hombres” o ninguneos a la europea, error fatal para quien el exilio terminaría por acoger.

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