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Transcurrieron tres años para saludarlo nuevamente. La última vez fue en calles del centro histórico de Puebla; frases cortas y los pasos se encargaron del resto. Pláticas esporádicas, intercambio de ideas hasta que la memoria halló respuesta en un café prometido. Ya no sería en lugares de tradición mutua; ahora, lejos de aquella estirpe, vería a Juan Gerardo Sampedro para hablar de libros, del suyo en especial: “Cuaderno Alzhéimer”. A manera de un diálogo en primera persona, cuenta detalles de su obra hasta adentrarse en la génesis de su más reciente novela en páginas de Ediciones B. Maestro y amigo –el mejor editor de Puebla– se aproxima a la mesa, pide un descafeinado e inicia puntual a desmenuzar rasgos de su escritura. Por momentos ignora la lluvia; el mal clima. El bullicio no lo interrumpe, ni siquiera le molesta. La tarde es buen pretexto para deshilar aromas y recuerdos. 

Hace 10 años publiqué en Nueva Imagen “Ojos de entonces”, novela que narra la vida de un niño, adulto hoy, quien había estudiado para detective y retrato hablado por correspondencia. Cuando la presento en Zacatecas estuvo Ignacio Betancourt y su única observación fue que el personaje se encontraba un poco desperdiciado, porque era muy rico y vivo para dejarlo en aquella historia, sugiriendo que lo retomara, con el tiempo, en algún otro texto.

Durante este tiempo escribí relatos que aparecieron en “Dos filos” (Zacatecas) y suplementos culturales, también “Nudos”, recopilación de historias dadas a conocer antes. En una de ellas aparece, justamente, el personaje.

Comencé a trabajarla por sugerencia de Emma Yánez Riso, quien ha estudiado profundamente la historia de Puebla, luego de interesarse en el “Capitán Fantasma”. Lo recordaba porque en la ciudad hubo un periodista de nota roja en “El Sol de Puebla” a quien le compré todo el archivo que tenía del caso. Debido a que aún hay personas vivas quienes lo conocieron, Emma desistió del proyecto.

Aplacé la escritura de “Cuaderno Alzhéimer” por muchas razones y varios años. Cuando era muy niño, apenas iniciando la primaria, un compañerito me llevaba a su casa y veía que su abuelo hacía cosas raras: metía el sombrero al refrigerador, las llaves; salía descalzo, cortaba la corbata. Con el tiempo supe que tenía Alzhéimer. Murió de la enfermedad, me impresionó al grado de interesarme en el tema.

Después un amigo, casi de mi edad, la padeció, falleciendo también. Un investigador de la universidad (BUAP), de origen puertorriqueño, la sufrió. Tal pareciera que estaba de moda, pensé. Es similar a la diabetes, aunque pasa desapercibida porque no te das cuenta, no la ves, no estás cerca, se puede presentar desde los 60 años en adelante, hay factores que la predisponen.

Oliver Sacks, precisamente, la aborda en “Despertares” y comenzó a trabajar con enfermos de Parkinson. Al final la tragedia es que los mismos órganos se olvidan que están trabajando y empiezas a morir, porque tal cual lo dijo “el hombre es memoria y sin memoria no es nada”.

Tras las palabras de Ignacio Betancourt asumí “Cuaderno Alzhéimer” con el mismo personaje de “Ojos de entonces”, que había sido un joven reportero de nota roja, con un hijo en brazos, salido de su ciudad natal, estudiado retrato hablado y casado, muy joven, en una ciudad desconocida. Le puse el nombre de otro que apareció publicado en “Lo terrible ya ha pasado”, “Alfonso Peralta”, sólo que aquí se llama “Alonso Peralta”, una diferencia mínima.

Siempre me gustó para un detective y me cuidé que padeciera solamente el principio de la enfermedad para no meterme en embrollos, porque describir un personaje con el problema es llegar a las obsesiones, de por sí en el proceso de escritura estás con ellas, adentrarse es más complicado, por eso éste recuerda lo que pasó hace 30 ó 40 años, pero nada de ayer.

“Alonso Peralta” trae a cuentas el caso de una asesina serial de los años setenta que se llamó “Marcia Galván” y comienza a perseguirla en su imaginación. El único que lo cuida es su hijo; la esposa lo bota, se hace novio de una mujer más joven que lo explota, quiere enseñar al nieto a escribir nota roja pero la nuera se enoja y, finalmente, lo buscan ingresar a un sanatorio, un asilo.

Juan Gerardo toma una pausa, se levanta hasta perderse en la multitud entre cada mesa, sobre pasillos que parecen orientarlo al fondo del sitio. Sigue lloviendo; septiembre y los días sin dejar de asombrar. Tras un breve descanso, retoma la silla, afila su mirada.

Arnoldo Kraus leyó el argumento luego que lo publicara en “Dos Filos”, nos comunicamos, me dijo que quería leer la novela y se la mandé en PDF. Opinó que de alguna manera había que trabajarla porque había algunos errores. Se convirtió en una especie de asesor y fui rescribiendo la historia. Después se la entregué a Humberto Huerta, escritor zacatecano, que me hizo observaciones junto con mi hermano, José de Jesús Sampedro; la terminé ajustando para luego enviarla al editor, siendo favorecido con el dictamen.

En tres meses la novela estaba publicada en Ediciones B, que es tan distribuida, hasta darme cuenta en poco tiempo que comenzaba a desaparecer. A las tiendas llegaban ocho ejemplares y al día siguiente quedaba uno, lo mismo pasó en librerías; en Zacatecas, cuando se presentó, ya no había; en San Luis Potosí los tuvieron que conseguir.

“Cuaderno Alzhéimer” se ha movido mucho, ha tenido mucha aceptación con la crítica. Fui el primer sorprendido, porque es la novela más comercial que he publicado, aparte de “Lo terrible ya ha pasado” que fue Premio Latinoamericano, luego se agotó muy rápido.

Estoy trabajando en otras cosas, quiero descansar un rato, cerrar este capítulo. A lo mejor regreso a la crónica. Escribí de Puebla y Zacatecas, lo que conozco de aquí hace 40 años; quiero volver a ella, a lo que está pasando en el ahora. En “Corre Conejo” (Zacatecas) sigo con esa línea.

Alguna vez dijo mi hermano “tú eres cuentista”. Creo que sí, resuelvo una situación muy rápida y el aliento largo se me dificulta de repente. El inicio fue lo que más me costó en “Cuaderno Alzhéimer”, tiene como ochenta. El tiempo verbal, por ejemplo, no lo agarraba. Quizá retome al “Capitán Fantasma”, por ahí, una novela policiaca.En cuanto a tendencias actuales en Puebla he valorado a una escritora muy joven, de poco más de 20 años, Aura Xilonen, me dejó sorprendido su “Campeón Gabacho”, texto que se ha traducido a más de siete lenguas y que ha tenido un éxito impresionante, ganó el premio Mauricio Achar de novela. Es una novelista que se ha ninguneado un tanto en los medios locales, pero cuenta con una trascendencia a nivel nacional.

La producción literaria aquí sigue siendo apegada a ciertos cánones de poder. Ahí está, aunque nadie la lea. Los escritores siguen esperando a ver si ganan el premio Alfaguara, cosa que está difícil, porque no hay calidad. Lo que he revisado no es novela, es una narración lineal sin recursos.

Mi generación tuvo el privilegio de tener grandes maestros, después ya no. Con Miguel Donoso aprendí en tres años lo que no en muchos más. Mis primeros maestros fueron Guillermo Samperio, Gerardo Alatorre, José Agustín, Alberto Huerta; ya después Luis Guillermo Piazza, Ignacio Betancourt, María Luisa Puga, David Ojeda, quienes empezaron a leer mis cosas y me dieron sus opiniones.

Veo difícil que en lo inmediato haya otra generación como Contemporáneos porque el tiempo histórico no es el mismo. Ellos coincidieron con un momento político, un movimiento social importante. Habrá otros movimientos. Vino La Espiga Amotinada, el último gran movimiento literario que hubo, después de ese no conozco otro.

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