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En no pocas ocasiones la Ciudad de México ha sido “texto y pretexto” –como apuntaba Xavier Villaurrutia– para enarbolar historias, pasajes y actos heroicos; en su naturaleza habita dicha posibilidad. Esquirlas de palacios y edificios colapsados por su memoria, terminan por adornarla hasta dar pie para inquietudes morales, tal cual lo refleja Salvador Novo en “La estatua de sal”.En no pocas ocasiones la Ciudad de México ha sido “texto y pretexto” –como apuntaba Xavier Villaurrutia– para enarbolar historias, pasajes y actos heroicos; en su naturaleza habita dicha posibilidad. Esquirlas de palacios y edificios colapsados por su memoria, terminan por adornarla hasta dar pie para inquietudes morales, tal cual lo refleja Salvador Novo en “La estatua de sal”.

Fiel a su estilo, diagrama todo un juego de posibilidades; cada piedra se moldea –a manera de un Dios– de acuerdo con sus intereses, potencializando el lenguaje, siempre altivo. Ya sea en la periferia o céntricos puntos, Salvador Novo ofrece un molde de aquella capital sorprendida por aspectos novedosos.

Dueño de una narrativa “absorbente”, no sorprenden los detalles que dibuja, aceras infantiles, y subraya el odio contra los revolucionarios o aquel olor a muerte que llevan entre las botas. Al contrario, impulsa a desentrañar su mirada hasta entenderla, apropiarse de ella lejos de cualquier atemporalidad.

Esto atiende gracias a que el Novo que redacta será el más original en su faceta de narrador; precisamente, “La estatua de sal” conjunta la mirada íntima, proclive a ofrecerla sin ocultar detalles y su necesidad para dar fe del pasado inmediato. Así, contrasta con otras obras del corte, como la vida en México durante sexenios que presenció.

Inclusive se encuentra hermanada con las “Cartas de Xavier Villaurrutia a Salvador Novo”, material que fue editado por el INBA en 1966. En corte similar, aunque de escritura diferente, es un material histórico-literario indispensable para conocer su crecimiento personal y el ambiente que terminó por definirlo artísticamente, en el sentido más amplio.

Si bien transita por los años de su primera juventud, no pierde oportunidad para describir atmósferas, aspectos familiares, emociones. Domina el ejercicio mental, como si al crecer fuera guardando el momento preciso para escribir, no a manera de expiación sino revelarse completo.

En este sentido, las crónicas que fue publicando en revistas y diarios ya daban cuenta de su gusto por la vida pública, ligada al teatro y a la gastronomía gourmet. Salvador Novo disfrutaba de ser punto de atención; cortés y lascivo en el trato, sabía llamar la atención, por carisma no faltaba.

“La estatua de sal” rompe el esquema y se adentra en un juego de confesiones que únicamente quienes compartieron con el poeta experiencias o disciplinas –algunos integrantes de su generación– estuvieron enterados. De ahí se desprende el gran escenario de la Ciudad de México: lugares se mantienen constantes, fijos en el imaginario bajo el estandarte de la curiosidad que también caracterizó su escritura temprana.

Precisamente, la inquietud sexual y el consecuente despertar a emociones, lo descubren sin temores, vivo al tacto, enlistando a “cómplices” en aventuras íntimas sin recato. En este sentido, se proyecta orgulloso de su causa, se disfruta dejándose ver hasta regocijarse en las consecuencias; no esconde preferencias, al contrario, las presume.

Sin embargo, se ha considerado que esta apertura lírica fuera gracias a que en primera instancia no se pensó publicar la obra, pues se redactó sin que el contenido superara la década de los treinta del siglo pasado. Esto también ha cimentado la idea que Novo buscara completarla en su madurez, ya que entre pláticas subrayaba su existencia sólo para dar cuenta de algunos pasajes.

Asimismo, se contempla que desde el título –“La estatua de sal”– viene implícita la negación por el pasado: observar a distancia cada hecho para dimensionarlo como grieta moral-religiosa hacia su presente. De ser así, difícilmente utilizaría un lenguaje abierto con señas y nombres, al contrario, censuraría su discurso para emerger la salvación de los actos.

Es factible interpretar el nombre como avanzada al exilio personal, ya que después de 1945, cuando suspende la escritura de sus memorias, la vida íntima queda congelada sólo al estadio familiar. Su comportamiento cada vez más es recatado, evita el terreno amoroso hasta guiarse en terrenos profesionales y literarios.

El Novo posterior a “La estatua de sal” terminará condiciéndose a la decadencia, no sin antes dar a conocer pasajes narrativos perfectos hasta dejar tras sí “leyendas” de las que fue parte. Junto a su generación, la primera mitad del siglo XX le pertenece, estableciendo escuela entre demás voces que no cesan de traerlo al presente, pues el periodismo cultural de estos días aún le queda a deber.

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