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A propósito del secuestro fingido de Jennifer Flores

El pasado 22 de mayo se logró “rescatar” a una joven de 15 años que había sido “secuestrada” en la ciudad de Puebla, y cuyos captores supuestamente pretendían ofrecerla a una red de prostitución infantil.

Esta misma semana, sin embargo, las autoridades dieron a conocer que la supuesta víctima había fingido todo con tal de escaparse con su pareja sentimental. Este reprobable hecho de deshonestidad no debe hacer pasar como desapercibido un fenómeno real, mismo que lacera a la dignidad humana de miles de personas cada año: la trata de personas, generalmente con fines de explotación sexual, pero también de esclavitud laboral o de tráfico de órganos.

El fenómeno no es reciente. Desde hace años es sabido que en Puebla sí operan grupos dedicados a secuestrar jóvenes y niñas a través de engaños, chantajes o la simple y llana privación de su libertad. Esto sucede con especial fuerza en regiones económicamente deprimidas del estado, como la Sierra Norte, donde la marginación social aunada a la falta de atención por parte de las autoridades, facilita esta trágica situación.

Cuando se trata de un crimen como “la trata”, no nos referimos a cualquier delito común. Para que este “negocio” pueda existir y ser redituable depende de complejas redes de corrupción y complicidad que facilitan su desarrollo, a la sombra de leyes y autoridades que poco o nada deciden hacer al respecto, omisiones favorecidas no sólo por los intereses económicos sino también por una profunda cultura machista, misma que ve a las mujeres como objetos susceptibles de ser apropiados y explotados.

Pero sin duda la principal fuerza que alimenta a este monstruo es la del Mercado. Si no existiera una demanda que solicita estos servicios sexuales, no existiría tal negocio.

No se trata de criminalizar desde un punto de vista moral el tema de la prostitución, que como cualquier otro trabajo debería estar regulado y ser susceptible de derechos y obligaciones laborales bien definidas, protegiendo ante todo la dignidad humana y seguridad, tanto de clientes como de quienes ofrecen sus servicios.

Claro que semejante política se antoja excesiva para lo que el conservadurismo mexicano es capaz de plantearse; pero sin duda sería una manera mucho más digna y eficaz de tratar el asunto que simplemente proscribirlo, dejando a merced de grupos que operan en la ilegalidad estas actividades que de cualquier forma ocurren.

Se trata de un problema de carácter mundial que implica redes transnacionales de tráfico de influencias, corrupción y protección políticas. Dentro de este complejo entramado, Puebla juega un papel, al servir como punto de tránsito y explotación de mujeres y niñas que pasan después a estados como Tlaxcala o la Ciudad de México, llegando inclusive hasta el norte del país o a otros países.

La existencia de este fenómeno, como se dijo, es conocida tanto por autoridades como por las propias comunidades donde operan los grupos que se encargan de esta actividad. A pesar de ello, no se hace nada por desmantelar estas redes, seguramente por la cantidad de intereses que se trastocarían en el camino, así como por las revelaciones que esto implicaría.

Junto al huachicol, los feminicidos o el tráfico de drogas, la trata de personas es otro ejemplo de cómo las autoridades en todos sus niveles han ido abandonando su deber de proteger a la ciudadanía, mientras se hacen de la vista gorda o de plano se benefician de estos crímenes, dejando a la sociedad en un temible estado de indefensión.

Ojalá que la sociedad se tome en serio esta situación, así como el valor que tiene la vida y dignidad humanas, para exigir a los encargados de hacer valer la ley que se ataquen estas problemáticas de forma integral y seria. Sólo así, historias como las de tantas mujeres, niñas y niños que sí han sido víctimas de este crimen, quedarán en el pasado. Pongo énfasis en la sociedad porque el Estado, como ha quedado de manifiesto, no tiene la más mínima intención de cumplir con esta tarea que le corresponde, menos aún si no se hace sentir una presión social al respecto.

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