Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Hace un par de semanas tuve la oportunidad de visitar los túneles que han sido abiertos al público en la zona del barrio de Xanenetla, a las faldas del cerro de Loreto. Mi impresión como historiador y como poblano fue de franco desencanto.

Y no es que esperara ver algo realmente interesante o sorprendente, pero no pude evitar observar el ánimo con que la gente −en familia, con amigos, en pareja o solos−, esperaba por más de media hora en el sol para recorrer una minúscula parte de las entrañas de Puebla que, estoy seguro, no les dejó ningún aporte significativo más allá de un rato de entretenimiento morboso, además de las muchas fotografía que sin ton ni son se dedicaban a sacar en los oscuros e incómodos espacios del mini recorrido.

Me temo que en los supuestos túneles se repite un mal que es perceptible en toda la política patrimonial y cultural del gobierno estatal anterior –y me temo que seguramente del entrante−, mismo que tiende a desvirtuar la memoria colectiva e histórica poblana y nacional.

El gran mal al que me refiero es la utilización del patrimonio como un instrumento de carácter meramente turístico y de entretenimiento, cuya razón de ser está forzadamente adecuada a criterios de índole económica, algo que es reflejo de una tendencia perversa existente en México y otras partes del mundo, que busca manejar a la cultura y el patrimonio como un bien de lucro –muchas veces ni siquiera público, sino privado, como el ejemplo del Museo Internacional del Barroco−.

Me concentraré sólo en el tema de los túneles para ejemplificar lo anterior. Una vez hecho el debido pago para poder ver lo que es herencia de todos los mexicanos, pude acceder al espacio. Desde el comienzo, es llamativa la casi ausencia de cédulas explicativas, mientras que las existentes, tienden a ser larguísimas, aburridas, y muchas veces colocadas en espacios de difícil lectura. La información que se puede encontrar en ellas es una mezcla de leyendas poblanas con historia, una historia que, por cierto, se relata en términos de héroes y villanos, y que no explica absolutamente nada sobre el pasado al que hace referencia, ni a los procesos históricos y sociales de los que emergía. De cualquier manera, y dado que las cédulas son tan poco atractivas o legibles, casi nadie presta atención a esa “información”.

En el recorrido, y como es usual en los proyectos expositivos o museísticos del gobierno, hay un abuso de recursos tecnológicos que sólo sirven como telón de fondo en la visita, pero que nada significativo ni claro le dicen a los visitantes. Luces de colores, utilería, efectos sonoros, todo lo necesario para dar un rato de entretenimiento, y nada más, mientras que los objetos que se exhiben destacan por sus escuetas descripciones y la nula explicación de su utilidad o razón de ser.

Por otro lado me fue muy llamativa la concurrencia al espacio, así como el asombro de muchos visitantes, reacción que lamentablemente no se correspondía con una buena explicación de lo que se estaba viendo. Esto demuestra que sí hay gente con interés por conocer su pasado y su patrimonio; lo que no hay es un trabajo serio para canalizar estas inquietudes más allá de discursos oficialistas o mistificadores, que insisten en el heroísmo y patriotismo como las únicas causas que han movido a los hombres en la historia.

Todo lo anterior, claro está, logrado a partir de la inversión de recursos públicos de todos nosotros.

Cuando veo esos bodrios, entiendo una parte de la crisis actual que estamos atravesando como país, y la falta de movilización de la sociedad frente a las agresiones internas y externas que cada día padecemos.

Al desvirtuar la memoria colectiva y presentar a la historia como un mero conjunto de anécdotas curiosas, leyendas angelicales y proezas de hombres extraordinarios, se tiende a borrar la participación de las masas sociales, de la gente de carne y hueso, en los procesos históricos. Desaparecen de la historia los conflictos entre grupos sociales, las pasiones y los errores de nuestros antepasados, así como las verdaderas causas que llevaron a muchos de ellos –que no a todos− a movilizarse y hacer algo para enfrentar los retos que su propio tiempo les planteaba, tales como las amenazas extranjeras, que pretendían regresar al país a una condición de colonia al servicio de los más puros intereses imperialistas de las potencias de la época.

Si la historia no aporta una conciencia reflexiva sobre el pasado y el actuar de la humanidad en el mismo, entonces se pierde de vista que la gente común y corriente no es un mero adorno marginal en la actuación de políticos y militares, sino la fuerza viva que mueve a los procesos sociales e históricos, y por lo tanto, una fuerza que tiene la capacidad para tomar acciones y transformar su realidad.

Ante la crisis actual, la historia y el patrimonio histórico no deben ser un mero artilugio turístico o de entretenimiento, sino un arma que nos empodere a todos como dueños de nuestro tiempo y acciones, para actuar en consecuencia y generar los cambios deseados, algo que, sin duda, se impone como una necesidad vital para la nación en su conjunto en el presente.

Por supuesto, ese tipo de conocimiento siempre resultará incómodo para las élites en el poder, que prefieren mantener su versión de la historia, llena de ángeles, monjas, curiosidades y “heroísmo”, invirtiendo fuertes sumas de dinero público en ello, para así seguir haciendo del pasado una especie de parque de diversiones totalmente intrascendente. En ese sentido, los túneles sirven bien como metáfora de la oscura, extraviada y fragmentada memoria colectiva que ayudan a formar.

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