Columnistas-AlvaroConrado

Fue el Senador Miguel Barbosa, quien hace unos días puso los puntos cobre las íees, para referirse al grave problema que enfrentan los jueces en el sistema jurídico mexicano, pues ante la impartición de justicia, las partes en uno como en otro caso tienen diferencias y guardan rencores, cuando no, ejercen presión para dirigir el sentido de las resoluciones, cito desde luego el caso del Juez Vicente Antonio Bermúdez Zacarías, acribillado con motivo de la negativa a la extradición del narcotraficante en prisión, Joaquín “El Chapo guzmán” esta noticia que está golpeando a la opinión pública porque genera inestabilidad, zozobra e impunidad, conceptos con los cuales la administración de justicia pierde sentido.

En diversos foros nacionales se opina sobre lo mismo, los analistas jurídicos y sociólogos mantienen un criterio discordante unos en pro y otros en contra, pero recordemos que en Italia, en Colombia o Perú, donde hace algunos años pusieron en marcha la protección a los jueces denominándoles jueces sin rostro, es decir que el acusado nunca veía a quien lo tenía sub judice, no dio resultado, los homicidios contra los jueces siguieron ocurriendo igual o más intensamente como antes de dicha protección, y echaron marcha atrás.

En México desde luego que no es conveniente tal sistema de protección, poniéndole a os jueces una máscara para administrar justicia, lo que se requiere en mayor prevención y un estricto sentido de responsabilidad en la aplicación de la ley, pues vemos que por un lado entran los delincuentes y por otro salen con suma facilidad, lo que les da confianza de seguir delinquiendo y comprando voluntades a su antojo.

Quizá y es tiempo de volver a retomar seriamente imponer la pena de muerte a aquellos delincuentes que reiteradamente privan de la vida a las personas o que cometen delitos infamantes y deleznables. Porque se debe tener compasión o dispensar conductas aberrantes en casos verdaderamente espeluznantes, es ahí donde la administración de justicia debe actuar severamente y entonces sería un ejemplo más contundente contra la delincuencia desmedida, porque ellos nunca tienen compasión de las víctimas, proceden con temeridad contra inocentes, personas honradas y honestas que se dedican a trabajar arduamente y que son sorprendidos por la delincuencia, terminan con la paz social, con la estabilidad familiar, con la cohesión social, y no es reversible su mal causado.

Consecuentemente el Estado no puede combatir a la delincuencia con el miedo impuesto, administrando justicia desde la oscuridad de un rostro, y hablando desde la clandestinidad, creo que a la delincuencia debe combatírsele con la cara de frente. Pues el derecho le asiste y el delincuente debe imponerse de quien lo juzga.

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