Por Eduardo García Anguiano

Después del caos de los últimos días, es necesario que la paz inunde nuestros corazones. Las imágenes de anarquía en un estado de nuestro país volvieron a tener ocupada a la prensa internacional y a los gobiernos aliados, sin embargo, esta vez no eran las de los enfrentamientos entre narcotraficantes.

Hemos apreciado que toda acción directa no-violenta y en especial toda acción de desobediencia civil se constituyeron en un acto de desafío a los poderes públicos, pues quienes infringieron la ley se colocaron a sí mismos, en riesgo de sufrir la represión. 

El hecho de obligar al Estado a recurrir a los medios de coerción con aquellos desobedientes, se convirtió en un elemento esencial de la estrategia de la acción no-violenta.

La coerción hizo aparecer en la plaza pública lo que verdaderamente está en juego en el conflicto y la opinión pública tuvo que pronunciarse con la consecuencia siguiente: después de los hechos vinieron las conversaciones en la capital de la República entre gobierno y maestros y, sin acuerdos aún, el diálogo continuará.

En esta ocasión la estrategia de la no-violencia con éxito relativo le hizo frente al síndrome de John Wayne.

El historiador Herodoto de Halicarnaso expresó: “Nadie es tan insensato para preferir la guerra a la paz; en tiempo de paz los hijos entierran a sus padres, en tiempos de guerra los padres entierran a sus hijos”.

@EGAnguiano
 

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