Te muestran un modelito que le es propio y te comparan con él, te diagnostican usando parámetros ajenos a los intereses nacionales, te venden exámenes, te enferman, recetan el remedio, someten a tratamiento y todo cuesta en dólares o euros.

Todo un negocio redondo. Así como se filtrara el caso de Elisa Bonilla Rius, directora general de Desarrollo Curricular de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y exdirectora de la Fundación SM Méxicom, quien incluyó de libros de texto publicados por la misma casa editora, en el catálogo de libros para secundaria que publica la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (Conaliteg).

Luis Hernández Navarro transparenta la relación entre “La prueba PISA y la ruta del dinero” (goo.gl/2UAMsF) a través de otra empresa editorial de carácter transnacional, Pearson ,”un hecho nada excepcional en la estrategia de esta compañía, en la que, con harta frecuencia, sus ejecutivos y asesores tienen estrechos vínculos con funcionarios educativos claves de diversos países”. Una empresa, señalaría Luis, que vende productos y servicios educativos a la OCDE y a los gobiernos dependientes.

Pero el modelito podría ser inalcanzable, por más evaluaciones que se apliquen y más, si se toma en cuenta que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), responsable de la aplicación del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) pretendería incidir, sin importar el discurso “en el interés de los países en cuanto desarrollo del capital humano” (Sieme, 2006. De los resultados del estudio PISA a la evaluación de la educación básica en México. Apuntes para un debate impostergable), termino pomposo que permitiría conocer el grado de eficiencia y eficacia, (destreza y habilidad sumadas al desarrollo de las fuerzas productivas) con los que se forma a la mano de obra especializada que demandan las empresas.

No importa el ser humano, solo el futuro “capital humano” que pudiese ser requerido, contratado por una empresa transnacional, quien además deberá poseer “el conocimiento, destrezas, competencias y otros atributos ligados a las personas que son relevantes para el bienestar personal, social y económico”(Ibid Sieme).

Empero, si el resultado negativo de las evaluaciones obtenidas por los y las alumnas fuese definitorio para su posterior empleabilidad, ¿cómo podría explicarse la preferencia de muchas corporaciones internacionales por asentarse en territorio nacional a tal grado que la prohibición para el traslado de empresas norteamericanas forma parte de las declaraciones vertidas por el presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica y se incorporaría como política pública en su próxima administración? Cuestión de costos, responderían varios de quienes a pesar de la amenazas anuncian inversiones en Nuevo León y en otras latitudes del territorio nacional; al menor costo de la fuerza de trabajo se sumarían algunas otras “virtudes” de los trabajadores mexicanos y mexicanas, cualidades entre las que destacarían el ingenio, la disciplina, la eficiencia y la productividad de quienes venden su fuerza de trabajo adquiridas al margen de los “malos resultados” obtenidos en la evaluaciones PISA.

Al margen de la situación real de la educación en el país, los resultados de la evaluaciones internacionales son demoledoras. La OCDE-México señala que:

“El desempeño de México se encuentra por debajo del promedio OCDE en ciencias (416 puntos), lectura (423 puntos) y matemáticas (408 puntos). En estas tres áreas, menos del 1 por ciento de los estudiantes en el país logran alcanzar niveles de competencia de excelencia (nivel 5 y 6)”.

No obstante habría que preguntar para qué sirve la aplicación de pruebas estandarizadas que medirían las competencias de lugares tan disímiles entre sí. Sin duda alguna existirían diferentes competencias lectoras entre el estudiantado de países que hablan distintos idiomas, como las que tendrían quienes viven en regiones de México que se habla un español propio de cada región, lo mismo de los que asisten a escuelas en las que se les enseñan en su propia lengua.

El diagnóstico de la OCDE nos muestra la enfermedad, aunque la organización carezca de un título de “médico” certificado para emitirlo avalado por cualesquier otro organismo “idóneo” en la materia y asuma la facultad de evaluar la calidad de la enseñanza de los países adheridos sin que nadie se la otorgue.

Señala sin facha, aplicando una prueba que nadie sanciona y que elabora en las penumbras de las oficinas de las empresas maquiladoras, que los estudiantes de México no tienen las competencias matemáticas, lectoras y de ciencias requeridas para la vida, sin considerar aspectos físicos, culturales, artísticos, éticos y cívicos, como apuntan firmantes de una carta crítica “signada por educadores de diversos países que denuncian las consecuencias negativas de la injerencia de la OCDE en las políticas educativas de los países”.

Ya cobró la consulta y también pasa el costo por recetar una medicina que el sistema educativo no requiere, pues aunque a la luz de sus resultados establezca que la incompetencia de la niñez y de la juventud mexicana es responsabilidad única del magisterio y que a consecuencia de ello se les deberían conculcar derechos laborales, someterles a evaluaciones constantes, a una competencia permanente con los demás y consigo mismo lo mismo que a la fragilidad de contratos por tiempo determinado.

No contó con la capacidad de respuesta que en el corto plazo requería por parte de las autoridades educativas y con la resistencia magisterial en contra de una reforma educativa impuesta por la OCDE. Los resultados fueron los mismos.

El modelito se impone a raja tabla. La OCDE pretende la formación de un capital humano globalizado en cualquier parte del mundo, homogéneo, predecible, manejable, controlable, acorde a las directrices que imponen. Un ser humano que deje de ser sujeto para convertirse en un objeto de cambio a nivel internacional, en una mercancía. Todo un negocio redondo.

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