Día de Muertos, sincretismo en tradición milenaria y las ofrendas en Puebla. Ángel Flores / EsImagen
Día de Muertos, sincretismo en tradición milenaria y las ofrendas en Puebla. Ángel Flores / EsImagen
Día de Muertos, sincretismo en tradición milenaria y las ofrendas en Puebla. Ángel Flores / EsImagen

En México, el Día de Muertos es un culto prehispánico, cuyo eje central es la ofrenda, que ha variado de acuerdo con el tiempo y lugar, surgiendo “híbridos”; en Puebla, los altares en los que se ofrece alimento a “las almas de los difuntos” varían según las regiones.

Así lo señaló Isaura Cecilia García López, investigadora del Colegio de Antropología Social de la Facultad de Filosofía y Letras (FFYL) de la BUAP, quien agregó que en esto se debe a que las ofrendas cambian porque la forma de entender la muerte se modifica.

En una entrevista para Ángulo 7, sostuvo que en todas las culturas mesoaméricas se tiene el culto a la muerte, pues se enterraban con objetos: con un perro para que ayude a “las almas” a cruzar un río que conduce al mundo de los muertos, Mictlan.

En este lugar del inframundo no había paraíso, pues se creía en la reencarnación en animales, como el colibrí. Otras culturas, como la griega, enterraban a los difuntos con monedas para que pagaran al navegante y los ayudara a pasar el arroyo, mientras que los egipcios embalsamaban a los muertos con artículos como vasijas.

Aseveró que, según algunas investigaciones, se cree que esta tradición antes se celebraba en mayo, pero a partir de la llegada de los españoles se cambió al mes de noviembre, dando como resultado un híbrido entre culturas indígena y española.

Añadió que lo anterior se podría deber a que en el mes de noviembre está el cierre del ciclo agrícola, lo que ocasiona que se ofrezca lo que se recolecta, acto similar a ofrecimientos según datos bíblicos.

De acuerdo con algunos autores, apuntó, las ofrendas son consideradas como una evidencia del triunfo que se tiene sobre los españoles en cuanto a creencias, pues en los altares se colocan tamales, tortillas, atole, derivados del maíz, para recordar la identidad y la base alimentaria indígena de la española.

Puntualizó que antes se colocaba las calaveras de amaranto de color rojo, pero comentó que se remitía a la sangre por lo que se prohibió durante el virreinato, además de que las de dulce se colocan en Puebla debido a la cercanía con la Ciudad de México, pues fue ahí de donde surgieron los altares construidos con cráneos, mejor conocidos como tzomplantlis.

De la Sierra Norte al centro de Puebla

Agregó que, en el estado de Puebla, la ofrenda se coloca de formas diferentes, pues añadió que es diferente en la Sierra Norte, en donde hay culturas totonacas, nahuas y otomíes, por lo que a veces colocan arcos, fruta local, para sostener las velas utilizan troncos de bambú, de plátano, cactus, dando utilidad a lo seco, pero recalcó que el eje central es el altar.

Por lo regular –comentó– es sólo una mesa de ofrenda y si es otomí o nahua se ponen arcada, papel de flor, pan con la figura del muerto, en centro la cruz, cacao, fruta de la región, salsas de molcajete y no colocan calavera de dulce.

En el centro de Puebla, explicó, la ofrenda se divide en siete niveles –de arriba había abajo–; el primero es para el santo y la cruz; en el segundo, la foto del difunto o a las ánimas del purgatorio; el tercero, para el agua y la sal; cuarto, quinto y sexto son para la fruta local, las velas, así como la hojaldra con su forma del cruce de huesos –que se relaciona con los elementos de la tierra, agua y fuego— y el séptimo, para el incienso o copal, alejando las malas vibras, y para colocar ángeles.

García López dijo que, en Huaquechula, la ofenda tiene influencia francesa por la forma en que se monta y escenifica la ofrenda; en Izúcar de Matamoros colocan en el pan el nombre del muerto o el rosquete, y la gente pide pan, fruta o comida para el campanero –la persona que se queda tocando la campana en la noche del 1 y 2 de noviembre para atraer a las almas a partir de las 8 de la noche–, y también hay diferencias según sus barrios, en donde las velas se adornan con la hoja del maíz.

En Huejotzingo, comentó, el primer año de muerto el difunto las ofrendas tienden a ser monumentales, pero de cinco niveles, pues en lugar de papel picado colocan servilletas o telas, y si era danzante o mayordomo se agrega un maniquí alusivo al muerto, los ángeles son sustituidos por los llorones, además de que la comunidad se reúne en este altar para ofrecer algún alimento.

Prosiguió relatando que, en Amozoc se prepara toda la noche la “enmolada”, platillo que se elabora con tortillas dobladas y bañadas con mole.

Aseveró que, en la intimidad de las familias poblanas, cada altar puede ser diferente, aunado a una política de tradición, pues a veces se realizan concursos.

Globalización y ofrendas

En este sentido, un colaborador del Museo de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (Upaep) comentó que se deja ver el elemento de la globalización, pues ahora se agrega la calabaza del halloween, sobre todo la clase media, así como el refresco, el tequila, la cerveza, el espagueti, algodones de azúcar, juguetes, dulces y objetos de plástico “que el mercado ofrece por vender”, lo que modifica un poco la perspectiva.

Consideró que puede ser un sincretismo de valores, pues al aparecer los elementos como la calabaza con rostros se desvirtúa la tradición dado que es un elemento que no encuentra en la connotación cultural mexicana y opinó que se debería evitar colocar este tipo objetos.

Señaló que esta tradición se debe preservar desde la familia, evitando que se conviertan en fechas comerciales y no sustituir lo que es propio de la identidad mexicana que se ve desvirtuado por la mercadotecnia.

Finalmente, recalcó que, según la tradición cristiana, hay tres niveles, los cuales representan a la santa trinidad al tiempo que simbolizan el infierno, la tierra y el cielo o la gloria, de abajo hacia arriba.

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