Por Marco Antonio Rovira

La pregunta que da título a este texto no es una ocurrencia de quien lo escribe, fue una duda verídica que un amigo mío de Sevilla me hizo el pasado domingo 05 de junio, a raíz del tema de las elecciones para gobernador en Puebla que estaban teniendo lugar aquella mañana.

Habrá quien crea que se trata de una pregunta que es producto de la ignorancia de un extranjero interesado por lo que estaba pasando en Puebla ese día, respecto a las elecciones; una especie de ocurrencia curiosa. Esta idea es una verdad a medias. Es cierto que la pregunta surgió por un desconocimiento, pero no se trata de una ignorancia vulgar, es más bien una reacción natural de una persona cuyo sistema de referencias y valores políticos es diferente al del promedio de los mexicanos. 

Es importante resaltar, claro, que España no es precisamente la democracia más avanzada ya no digamos del mundo, sino de Europa, pero en comparación con la democracia mexicana, está a años luz de distancia, basta con pensar en fenómenos como el movimiento del 15-M, así como el surgimiento del partido político Podemos, mismo que ha generado el fin del bipartidismo en ese país y que tiene en jaque a las fuerzas que controlan la política y economía española, como ejemplos de lo anterior.

Y es que no hace falta ser ciudadano del país más desarrollado para darse cuenta que hay algo muy raro en el hecho de que una gran diversidad de partidos políticos se presenten a una elección, y la mayoría apuntalen a uno o dos candidatos. Este fenómeno complejo puede tener varias explicaciones, por lo pronto yo me limitaré a dar una de perspectiva histórica.

Este tipo de partidos, generalmente pequeños, en muchas ocasiones son formados para representar los intereses de grupos y personas muy específicas, normalmente ligados a los partidos mayoritarios, y que se venden al mejor postor, haciendo a un lado sus ideales o programas de partido cada vez que hay elecciones, generalmente con el objetivo de sobrevivir y mantener su registro, ya que básicamente no tienen presencia social, o para obtener prebendas de algún tipo –cargos, recursos, contratos, etc.,–, o una combinación de ambas. 

Los dos casos que hoy en día ilustran magistralmente esta situación son el Partido Verde Ecologista de México, una especie de apéndice del PRI, y el Partido Nueva Alianza, que lo mismo se va con el PRI, PAN o quien se deje. El PRD va rumbo a convertirse en algo muy similar, con su impresentable política de alianzas con el PAN.  De tal manera que tenemos una variedad enorme de partidos –a diferencia de otras democracias, eso sin contar a los partidos regionales–, mismos que cuestan enormes sumas de dinero al erario público, que no representan a verdaderos intereses o preocupaciones de la sociedad, y que sobreviven a cambio de desfigurar su programa ideológico –si es que lo tienen– con tal de acariciar la pierna del mejor postor y seguir gozando los privilegios que hoy en día tiene la partidocracia.

Pero este es un fenómeno con historia propia. Durante la época hegemónica del PRI, el sistema político se encargó de generar pequeños partidos que no representaran ninguna amenaza real, y que estuvieran dentro de la órbita del priismo, a veces unos más hacia la izquierda u otros hacia la derecha, pero siempre afines a su línea, fenómeno que ha sido designado como el de la “oposición leal”, baste recordar la elección presidencial de 1976, en la que todos los partidos de oposición registrados postularon a José López Portillo, el candidato oficial del PRI, siendo las únicas excepciones el PAN, que se retiró de la contienda en medio de una crisis interna –pero también porque sabía de antemano que el triunfo estaba asegurado para el candidato oficial–, y el Partido Comunista Mexicano (PCM), de izquierda, que obtuvo cerca de un millón de votos, pero por no tener registro estos votos simple y sencillamente no contaron. 

Muchos partidos, un único candidato válido, y una elección sin sentido que tenía mucho de simulación y poco de democracia, así se puede resumir la situación de ese entonces. Habría que cuestionarse si el pasado ejercicio electoral del domingo está lejos de esta situación.

A veces es necesario que alguien nos mire desde fuera para tomar conciencia de los enormes lastres que arrastra nuestra democracia, así como de nuestro bajo nivel de expectativas respecto a la misma, para detenernos a reflexionar sobre la gravedad de la situación actual, y del cinismo político en el que vivimos. En ese sentido, la pregunta que me hicieron el domingo pasado, más que provocarme risa o indiferencia, fue una cubetada de agua fría, de esas que a veces son necesarias para despertar.   

 

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