“Ni la popularidad, ni la impopularidad,
alteran quien verdaderamente soy”.
Abel Pérez Rojas.
Pese al relativo poco tiempo de vida de las redes sociales, éstas han llegado a ser parte indispensable de muchas personas, de tal manera que algunos de los comportamientos derivados de ellas se han convertido en adicciones.
La acumulación de “likes”, el número de veces en que se comparte alguna de nuestras publicaciones o la cantidad de personas que siguen nuestros pasos en redes sociales, llega a alimentar e inclusive a nublar el propio pensamiento.
Como cada vez pasamos más tiempo frente a los monitores o a las diminutas pantallas de nuestros teléfonos inteligentes, entonces llegamos a creer que la aceptación que tengamos en los entornos digitales, en automático se transformará en la aceptación de lo que somos en la vida real, y la vida podría derrumbarse en un resultado opuesto.
Pero estamos extremadamente equivocados.
Al menos a esa conclusión han llegado algunos, como la llamada “estrella de Instagram”, Essena O’Neill, quien hace unos días eliminó más de 2 mil fotografías en dicha red social, porque llegó a la conclusión de que esa “no es la vida real”.
Identificar que la vida plasmada en las redes sociales “no es la vida real” parece tan obvio y, sin embargo, para O’Neill representó una auténtica revelación, como seguramente lo será para algunos otros.
Mujeres y hombres posan una y otra vez, sin importar su edad, hasta que la imagen que posteriormente será diseminada quede a entero gusto, o pasan horas ubicando la locación adecuada para presumir generalmente lo que están haciendo o comiendo.
Si eso no provoca la cascada de aceptación por los followers, esto también se convierte en motivo suficiente de la tensión en nuestras relaciones con los demás.
O’Neill reveló que muchas de las fotos que compartió en Instagram fueron tomadas más de cien veces y posteriormente tamizadas por distintas aplicaciones especializadas en la edición de fotografías.
Para desgracia, la actitud de O’Neill es más común de lo que se cree y sólo basta ver a cualquier adolescente para confirmar que muchos de ellos tienen un feliz día si logran una imagen que se traduzca en una buena cantidad de “likes”.
Vale la pena repasar detenidamente si usted, que me está leyendo, es de esas personas esclavizadas por los “likes”, por los “followers” o por la cantidad de veces en que se comparte lo que usted dice y hace.
Hay varios signos para identificarlo, como aquellos ligados a la angustia que se siente cuando se olvida el teléfono móvil en casa, o el repasar varias veces durante el día la cantidad de interacciones.
También es cierto que la popularidad en redes sociales se ve reforzada gracias a los nuevos mecanismos para hacer dinero, los cuales gratifican e incentivan las publicaciones vistas por muchas personas, como en el caso de Essena O’Neill, quien llegó a cobrar miles de euros por posar con ciertas prendas de vestir en algunas de las fotografías de Instagram.
Sin embargo, y pese a los casos de éxito, las grandes masas estamos totalmente excluidos de dichos mecanismo, y la desesperación por los “likes” sólo revela el tamaño de la inseguridad.
No cabe duda de que con la expansión de las nuevas tecnologías están surgiendo nuevas formas de esclavitud y, ahora en lugar de eslabones de hierro, son “likes” de bites los que nos están atando. ¿O no?
@abelpr5
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